En 1973 se estrenó en la televisión sueca una miniserie –posteriormente adaptada a película– escrita y dirigida por el director Ingmar Bergman, que buscaba desentrañar y develar, de la manera más cruda y realista posible, la historia de un matrimonio en crisis. Se llamó Secretos de un matrimonio y sus protagonistas, Marianne y Johan –interpretados por Liv Ullmann y Erland Josephson respectivamente–, terminan, luego de destapar las tensiones y dificultades que siempre habían logrado ocultar o evadir, finalizando la relación. Y es que desde un principio, y en las primeras escenas, lo que nos muestra el director es una pareja entregada a su destino, como ateniéndose a un deber ser, sentados en un sillón y creyendo en la felicidad y solidez del vínculo. Así, al menos, lo relata el narrador, quien dice; “Johan y Marianne llevan 10 años felizmente casados. Como no se peleaban, creían que eran felices”.

Casi 50 años después y esa noción sigue siendo vigente. Y es que en sociedades altamente exitistas, como explica la psicóloga de Fundación Templanza, Mariana Fagalde, toda manifestación de malestar, tensión y displacer se asocia automáticamente a una dificultad, problema o fracaso, como si esas emociones o sensaciones debiesen quedar completamente excluidas de los vínculos afectivos y las situaciones de convivencia. Y tiene que ver, como explica la doctora en psicología e investigadora, Carolina Aspillaga, con el imaginario establecido del amor romántico, que persiste –aunque mayormente cuestionado– hasta el día de hoy en gran parte por los mitos que lo sustentan; “La idea de fusionarse y fundirse con el otro porque es tu media naranja, como si no existieran las diferencias y como si las parejas encajaran y fueran el complemento el uno del otro. En la realidad las parejas están compuestas por sujetos individuales que pueden tener deseos y motivaciones distintas. Y por lo tanto, al igual que en cualquier vínculo, es esperable que exista el conflicto”, reflexiona Aspillaga.

¿Por qué, entonces, hemos aprendido a creer que el no pelearse es sinónimo de estar felices y satisfechos? ¿Por qué asociamos la discusión a algo violento o agresivo si hay múltiples etapas previas que no necesariamente conducen a la discusión elevada? ¿Por qué pensamos que los desacuerdos dan cuenta de un malestar en la pareja y por qué, por lo contrario, asociamos la no discusión a una supuesta felicidad?

Como explica Fagalde, tanto en las relaciones interpersonales como en la relación con uno mismo, existen desacuerdos y tensiones, y es esa misma dinámica la que convive con la tendencia hacia la armonía. “Se nos enseña que en las relaciones sanas, o aquellas que calzan con el modelo del amor romántico y que son mayormente validadas, no hay tensiones o malestares. Pero no es así; todas las relaciones e incluso el deseo se constituyen con elementos de desencuentro”, explica. “La vida, el amor y el deseo se dan con tensión. Y, más bien por el contrario, cuando se da una dinámica relacional en la que no existe el desacuerdo, podríamos pensar que lo que hay es una relación en la que uno de los involucrados impone un estilo y el otro se somete. Un dominante y un dominado, o una relación de dependencia y de sumisión”.

Y es que, como explica la especialista, la relación sana tiene niveles de tensión que incluso son el motor de crecimiento en el encuentro, porque empujan a resolver los conflictos y a aprender a generar una convivencia creativa, espontánea, íntegra y sana en la que todos los involucrados pueden expresar sus deseos, formas y necesidades. El punto, como agrega Aspillaga, no es evitar el conflicto, sino que ver cómo resolverlo; “Y ahí es importante entender que no todo desacuerdo tiene solución, y eso también está bien. Los investigadores John y Julie Gottman –de The Gottman Institute– plantearon en una investigación que el 70% de los conflictos en pareja, incluidas las parejas que dicen ser felices, no tienen resolución. Pero no es necesario que estén resueltos para que la pareja se sienta satisfecha, el punto es aprender a elegir cuáles son las batallas que se dan y cómo. Al no tener conflictos más bien podríamos pensar que existe una indiferencia entre los miembros de la relación, o un abandono o resignación”.

Por otro lado, Fagalde sugiere que hay un segundo elemento que está en juego en esa falsa premisa de que la ausencia de peleas significa bienestar, y tiene que ver con que hemos aprendido a asociar la expresión de la ira, la rabia y el descontento a algo negativo. “Pero son sentimientos tan genuinos como los otros. Por eso es importante que en las relaciones humanas y en la espontaneidad e integridad del ser, se pueda expresar también ese espectro emocional. A nivel social, creemos que la expresión de esas emociones quedan fuera del amor y del eros, sin embargo las relaciones afectivas tienen que aprender a convivir con, integrar y hacer algo con esa energía, porque las emociones están para ser expresadas e integradas”.