¿Por qué el dolor físico y emocional de las mujeres es recurrentemente subestimado?
“A veces no quiero levantarme ni mucho menos comer. Es tanto el dolor, que a estas alturas de mi vida lo he normalizado y es parte estructural de mi cotidianidad”.
“Me han dicho que se debe al estrés, que no exagere, que me vaya a dormir cuando aparece. Que no pasa nada. Que estoy siendo híper emocional y sensible”.
“He sido la mujer que está en la consulta y no sabe de qué está hablando, la mujer que está siendo dramática. Si solo un médico tratante me hubiese dicho que mi dolor era real, no hubiese tenido tantas dificultades relacionadas a la salud mental”.
Todas esas reflexiones, pertenecientes a cinco mujeres distintas, son parte de una recopilación de testimonios realizada por Nurofen para la campaña ‘See my Pain’. El foco, en su minuto, estaba puesto en develar que el dolor de las mujeres –tanto físico como emocional– es recurrentemente subestimado, pasado por alto e incluso minimizado y desechado por profesionales de la salud.
Así lo planteó recientemente la periodista e investigadora Julia Buckley en un análisis publicado en el medio británico The Guardian donde postula enfáticamente que la brecha de género en el dolor existe y que las cifras lo corroboran: 1 de cada 6 mujeres experimenta dolor intenso todos los días, pero esa experiencia está marcada por una constante invalidación en la atención médica y en los estudios, y muchas veces es derechamente descartada debido a los estereotipos de género arraigados a nivel social. “Los hombres son valientes y no se quejan a menos que sea necesario, mientras que las mujeres se quejan fácilmente”, cita en su análisis. “Por esos relatos construidos socialmente, es más probable que los dolores de las mujeres se patologicen o psicologicen; y mientras que a los hombres los mandan a hacerse exámenes, a las mujeres les dicen que cuiden el nivel de estrés o que la solución está en los antidepresivos”.
Ejemplo de esto, como se plantea en el estudio Disparities in Physicians’ Interpretations of Heart Disease Symptoms by Patient Gender (publicado recientemente en el Journal of Women’s Health), es que de un total de 128 médicos tratantes encuestados en Estados Unidos, muy pocos de ellos estaban totalmente seguros al momento de diagnosticar la causa subyacente de los síntomas presentados por mujeres con condiciones cardiacas o gastrointestinales. De hecho, entre las de mediana edad, un 31,3% fue diagnosticada con una afección de salud mental, mientras que solo un 15,6% de sus homólogos hombres (la mitad) recibió ese diagnóstico.
Lo que solo muestra, como se plantea en las conclusiones del estudio, que las dolencias de las mujeres muchas veces son incomprendidas y mal diagnosticadas. “Y vivir con dolor sin poder recibir atención médica adecuada tiene un impacto enorme en la vida de las mujeres. El 41% de ellas informa que les causa problemas para dormir, y más que eso, casi una cuarta parte de ellas informa que el dolor que viven a diario las ha llevado a complejizar cuadros de salud mental”.
Otro estudio titulado Gender Disparity in Analgesic Treatment of Emergency Department Patients with Acute Abdominal Pain develó que de los 981 pacientes que recurrieron a una urgencia entre abril del 2004 y enero del 2005 con el mismo dolor abdominal agudo no traumático –y con la misma duración de menos de 72 horas–, fueron las mujeres quienes recibieron menos analgesia que los hombres (solo un 60% de ellas versus un 67% de ellos) y así también quienes fueron menos propensas a recibir tratamientos con opiáceos (45% versus 56%).
Así lo explica la psicóloga especializada en neurociencia e integrante de la unidad de dolor de la Red de Salud UC Christus, María José Figueroa, quien constata que en general, las mujeres son mucho menos recetadas o tratadas con opioides por sus dolores. Y eso, como profundiza, tiene que ver con la evaluación del tratante a la hora de estimar la intensidad de dolor de una y del otro. “Acá juegan un rol importante los estigmas sociales, cómo fuimos socializadas y los estereotipos de género. Las mujeres no solo manifiestan más enfermedades relacionadas al dolor crónico, sino que son también más sensibles al dolor por factores hormonales. A eso se le suma que han sido socializadas para expresar más su dolor, o verbalizar de alguna u otra manera, lo que sienten. Por ende, lo curioso es que uno podría decir ‘si las mujeres tienden a expresar más su dolor y a manifestar mayores intensidades, ¿por qué a ellas se las manda a tratarse solo desde la salud mental y los hombres reciben tratamientos médicos?’, independiente de que la salud mental sea parte fundamental y complementaria, en muchos de estos casos, del tratamiento”, reflexiona.
“A las mujeres es mucho más probable que las manden al psicólogo por sus dolores, porque se cree erróneamente que se debe a algo ansioso o depresivo. Los tratantes subestiman el dolor de las pacientes y en vez de buscar soluciones relacionadas a la orgánica del dolor, y de considerar lo complejo y multifactorial que puede ser el dolor, lo atribuyen a una supuesta inestabilidad emocional”, sigue la especialista.
Y todo esto, como profundiza, tiene un correlato en otros factores psicosociales que pueden terminar complejizando la experiencia general del dolor. “Si la persona que se encuentra estigmatizada tanto por sus pares, familia, colegas y tratantes, no logra encontrar un espacio en el que puede socializar libremente su dolor y su vivencia, o si se siente constantemente pasada por alto, minimizada y no tomada en cuenta, es muy probable que tienda a aislarse, a no comunicar lo que siente y a tener menos instancias para hablar de lo que le pasa”, explica. “Se genera un círculo vicioso en el que la misma condición o sus derivados se pueden ir complejizando y en la que se vuelve difícil encontrar situaciones más sustentables; estas personas de repente necesitan parar en el trabajo, descansar, pararse de la silla o hacer movimientos físicos. Pero como el dolor no se ve como una excusa válida como para poder justificar esos actos, o se asocia erróneamente a flojera, exageración o sacar la vuelta, se genera toda una situación de aislamiento, malestar y más factores de riesgo para el estado de ánimo de esa persona”.
En esos casos, se puede dar paso a un cuadro depresivo o ansioso, y a tener que gestionar de manera solitaria los estados. Muchas veces, incluso, la persona termina evitando comunicar. Muchas pacientes, como explican los especialistas, evitan decir lo que sienten porque ya no les creen, o porque ellas mismas no quieren sentir que incurren y refuerzan el estereotipo de la mujer cuya palabra no es igualmente válida.
No hay que olvidar que muchas de ellas, como sigue Figueroa, han sido pacientes largamente defraudadas. “Han pasado por todo un recorrido antes de dar con un diagnóstico adecuado. Porque no se ha considerado la complejidad y totalidad de su dolencia. O se ha desestimado sin tratamiento alguno a veces. Esto pasa mucho con pacientes que tienen endometriosis o dolor crónico pélvico; se las deriva o no se toma en cuenta el dolor y se las trata de otra manera. Y cuando finalmente llegan después de que no les han dado respuesta, después de haber sido subestimadas, o después de haber gastado tiempo, recursos y energía, y de haber vivido largas atravesadas por este dolor que complejiza los cuadros en términos biopsicosomático, todas las áreas se ven afectadas; tanto la condición en sí, como el cuadro de salud mental y también la confianza y las ganas de volver a creer en los tratantes”.
Y esto siempre ha sido así. Como explica el psicólogo, académico de la Universidad Diego Portales e investigador del Núcleo Milenio, Álvaro Jiménez, un ejemplo histórico es el de la histeria. “Es un diagnóstico que se observó mucho a finales del siglo XIX y principios del XX y que se designaba como una patología fundamentalmente femenina. Pero antes de que fuera reconocida como un trastorno de la salud mental, se la asociaba a ciertas ideas de simulación. Como no se observaba ninguna lesión orgánica, la teoría era que se trataba de una simulación de sufrimiento por parte de las mujeres. Desde el principio, se lo vio como una especie de teatro asociado a lo femenino”.
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