“Parto el día alimentándome muy bien, pero en la noche me desordeno por completo”. Esta frase la escucho mucho, algo que en algunos casos es solo un desorden y picoteos inconsciente, pero en otros se trata de grandes cantidades de comida que luego de ingeridas, causan gran frustración, sensación de descontrol y un tremendo malestar emocional y físico. Todos hechos que además, desencadenan un sueño poco profundo y un descanso deficiente.

En la noche es cuando más disfrutamos de los alimentos, y es que hay mayor deseo de placer y algo ocurre a nivel inconsciente o de pensamiento colectivo que al caer el día, las ganas de darnos un gusto a través de los alimentos aumenta. Dan ganas de elegir alimentos hedionistas: aquellos que nos provocan sensaciones íntimamente vinculadas al sabor, al deleite y a la palatabilidad en nuestra boca. A veces, incluso comemos sin tener suficiente hambre, pero lo hacemos porque es el momento en que dejamos de trabajar, de hacer las tareas del día, en que nos dejamos caer en la oscuridad y tomamos un descanso.

Existe una necesidad de sentirnos más satisfechos con la comida. Hay algo más que necesitamos satisfacer, que no es solo desde el estómago y que puede que lo asociemos a apremiarnos por un día agotador, por finalizar la jornada de trabajo, por terminar de acostar a los niños. Todos tenemos un término de día y muchas veces asociamos que si lo cerramos con un placer alimentario, es mejor.

Y aunque es entendible, nuestro metabolismo no actúa en la misma línea, y responde de una manera más lenta, en coherencia con el ritmo de que el día ya va terminando y que el cuerpo empieza a entrar en modo descanso, reparación y restauración. A veces teniendo algunos inconvenientes como insomnio, sueño no reparador, y en ocasiones cuando este hábito se cronifica, teniendo grandes cantidades de alimentos densamente calóricos, puede tener impacto en nuestra salud en general; aumento de peso, cansancio, envejecimiento prematuro ect…

Si sabemos que disfrutamos más de la última comida y que podemos ser más felices con este cierre, aprovechémosla para estimular nuestros neurotransmisores del bienestar (serotonina, dopamina y gaba) con alimentos que nos gusten, que disfrutemos y que también tengan una función. Elijamos alimentos ricos en triptófano, aminoácido necesario para la conversión a melatonina, la cual nos induce a un plácido sueño. Ejemplos de ello: huevos, frutos secos (pistachos) pescado, pollo, lentejas, verduras y le podemos sumar; especies para hacer de esta comida más sabrosa y paliable. Por otra parte, también podemos comer otro tipo de alimentos que solo nos funcione por la vista y su sabor, que saciemos el estómago y nuestras ganas de comer algo que nuestra mente o nuestro registro de placer quiera, y que no necesariamente vaya a cumplir una función biológica, sino más bien emocional.

Está bien, esta súper bien darnos ese placer, lo importante es realmente darnos ese espacio. Comer en calma, con pausa y disfrutar, apreciar ese momento culmine del día. Hacer de esta comida un momento cálido, de entregarnos confort y todo aquello que necesitamos para satisfacer nuestros variados tipos de hambre. Claro, hay cosas que nos pueden cooperar para un sueño más reparador como comer máximo a las 21:00, evitar las grandes comilonas o picotera insaciablemente, pero sí nos podemos dar un poco de cariño y darnos placer en esta última comida sin que eso sea un momento en que lo asociemos al desorden y al exceso, sino más bien al placer y la satisfacción para dar un placentero cierre a nuestro día.

Una última comida del día que ojalá sea reconfortante para la mente y el corazón, y ligera para el cuerpo.

Camila es Nutricionista – Health Coach. Instagram: @camilaquevedot