Para quienes formamos parte de una sociedad, es un deber educarnos sobre equidad de género e igualdad de oportunidades, ¿pero sobre quién recae esta responsabilidad? Mientras hay movimientos feministas que decretan que no es a las mujeres a quien les corresponde hacerlo, y que de hecho, son los hombres quienes deberían aprender solos, hay otras están a favor de la educación desde la sociedad. Constanza Zúñiga (23) dice que le hubiese servido que los hombres de su casa entendieran lo que significa un mundo sin machismo ni naturalización de la violencia, porque podría haberles contado el abuso que estaba viviendo con su ex pareja en esa época. “Siempre he sentido un miedo hacia la ignorancia en este tema, porque cuando intenté buscar ayuda me respondieron con un ¿por qué no avisaste antes? o ¿qué pasa si estás mintiendo sobre tu abuso y le arruinas la vida a alguien? Es terrible escucharlo, y sé que si hubiese educación de género, probablemente podría haber encontrado apoyo y refugio en mi padre y mi hermano, en vez de pasar por todo sola”, cuenta.

El miedo de Constanza aumentó mientras estuvo en una relación tóxica con un hombre que había conocido en el partido político en el que militaba. Cuenta que “hubo mucha violencia psicológica y sexual normalizada, chistes a mi cuerpo, golpes a las paredes y ninguneo de mis estudios. Hasta que un día, estábamos en un carrete con otros compañeros del partido conversando sobre paridad de género y él discrepaba conmigo en que las mujeres podían tener un cargo político solo por ser mujeres, porque necesitábamos equidad. Ahí, enfurecido por mi debate, me mandó a leer sobre feminismo frente a todos los colegas, con una superioridad moral y académica fuera de todo fundamento. En ese momento, decidí que me iba a tener que hacer cargo de que eso no volviese a pasar en ninguna de mis relaciones privadas”.

Claudia Núñez, coordinadora de Juntas en Acción, asegura que “una mujer jamás será menos feminista por querer enseñarle a los varones de su círculo sobre equidad de género, partiendo porque nosotras mismas somos frutos de una crianza y una construcción cultural que nos la han transmitido otras mujeres. Pero hay que ser muy claras en que esto no quitará jamás la responsabilidad que tenemos como sociedad de proveer estos conocimientos”. Por otro lado existe cierta resistencia de parte de los hombres de recibir cualquier tipo de información sobre igualdad que venga por parte de las mujeres. Esto pasa por factores psíquicos y sociales que siempre irán de la mano. Como explica Jorge Torres, psiquiatra del centro Espacio Seguro: “La resistencia del hombre al cambio depende de cómo se ha instaurado en su psiquis el estilo jerárquico de la masculinidad hegemónica. Esta mentalidad establece un alto grado de competitividad del hombre por cumplir con un “yo masculino” totalmente exitoso, algo que también genera mucha angustia, y que se traduce en mecanismos de defensa”.

Isidora Galdames, psicóloga feminista del mismo centro, asegura que “ese rol dominante parte enseñándose en la familia, pero se exacerba en los medios de comunicación, en las escuelas y en todos los lugares donde encuentran la validación del poder, el control, la ira y la distancia emocional”. Entonces más que victimizarles, hay que entender cómo este privilegio permea la responsabilidad del hombre de aprender a vivir en un mundo de derechos equitativos, algo que, según la psiquiatra infanto-juvenil y miembro del Departamento de Género del Colegio Médico de Chile, Catalina Riobó, sería mucho más fácil si “en la infancia, un periodo crucial en el desarrollo social y neurobiológico, los niños crecieran en una cultura que no les enseña que “lo masculino” es superior a “lo femenino”. Ese aprendizaje es un factor determinante para que desarrollen a futuro una visión de mundo patriarcal, que será difícil de erradicar si está arraigadas en su historia de vida”.

Es precisamente en la historia individual de cada hombre, donde el psicólogo y educador en masculinidades y violencia de género de la Universidad de Chile, Salvador Bello, asegura que podemos encontrar el primer paso para erradicar la resistencia al aprendizaje de la equidad. “Es en la propia vivencia del hombre donde encontraremos respuestas a sus conductas y mirada hetero-normada, y si logramos que éstas experiencias salgan a la luz, encontraremos de dónde surgen las emociones que los pueden llevar a querer perpetuar su jerarquía por sobre las mujeres”.

Franco Vargas (28) lo descubrió con el tango. Creció en una familia tradicional, donde los temas de género no eran tocados ni siquiera por las mujeres de la casa, y solo supo de ellos cuando puso un pie en la academia de baile de su adolescencia. “Al enseñarnos, nos ponían un montón de trabas, argumentando que la “tradición del tango era así, donde primero tienes que saber bailar como hombre y después como mujer”. No me lo cuestionaba mucho al principio, porque solo quería aprender a bailar. Luego empecé a abrir los ojos”, cuenta.

“A los hombres nos enseñaban las directivas físicas que teníamos que dar y a las mujeres les enseñaban sólo cómo responder y acatar esas normas. Si yo preguntaba “¿por qué mi compañera no puede guiarme o proponerme movimientos?”, se generaba solo incomodidad, pero hubo un momento, en que yo ya no tenía vuelta atrás: veía la violencia en todas partes. Zamarreos durante la danza, apretones, manoseos, la mujer no podía sacar a bailar, tenía que esperar a que un hombre la eligiera y, por supuesto, la ropa sexualizada o el hecho de que solo pudiese usar tacones. Todo era patriarcado”.

Por eso y más la educación en igualdad de género y oportunidades es tan importante, pero no es posible si no se da un espacio para que el hombre pueda reflexionar sobre ello. ¿Cómo? Lo ideal es abrir espacios donde puedan conversar sobre la creación de un nuevo sentido de masculinidad, ojalá guiado por un tercero, así habrá un avance desde la confianza y el entendimiento de por qué el machismo le hace daño a otro. Franco, cuenta que no quiso aceptar el baile heteronormado y empezó a buscar personas que quisieran hacerlo distinto también. “Tuve la suerte de encontrarme con un grupo de mujeres que se encargaron de crear un protocolo contra la violencia en las milongas, y actualmente damos clases juntos y pudimos cambiar el enfoque de estas, sobre todo en el trabajo con personas principiantes. Luego de haber aprendido, con la mayoría de mis compañeros varones buscamos una nueva forma de baile equitativa y nos agrada ser parte de eso, e incluso, lo vemos mucho más enriquecedor en cuestiones de la danza misma”, explica.

¿Y si la prevención del machismo fuera un derecho?

El Estado actualmente no cuenta con una política pública de educación en igualdad de género enfocada específicamente en hombres, ni tampoco con una Ley de Educación Sexual Integral. Lo que si tiene, son 15 centros de rehabilitación de hombres que han ejercido violencia hacia sus parejas a lo largo del país. Salvador Bello trabajó en un centro HEVPA durante dos años y ahí entendió que “los hombres que llegaban, de todas las edades y clases sociales, habían estado poniendo todos los afectos y emociones en la mujer que era su pareja, no teniendo otros espacios afectivos ni círculos de amistades más allá del fútbol o los bares. No tenían un espacio para vivir las emociones de una forma natural y sana, donde su estructuras psíquica en un entorno sin educación sexual o emocional, hizo que terminarán siendo irresponsables y violentos con el otro género, sumado a que también hay un sistema que ha fallado en educar a que no hay que hacerlo”, explica.

Por eso, las organizaciones de la sociedad civil han tomado un rol presente en una educación no sexista que llegue a todos los rincones del país. Por ejemplo, la Corporación Mujeres del Siglo XXI de Osorno, ganadoras del último fondo de la plataforma feminista Juntas en Acción, ha estado trabajando por cinco años en un programa llamado Cuatro estrategias para la prevención de la violencia, donde en total, han educado en igualdad de género a 216 niñas y 164 niños de la zona, junto con el trabajo en poblaciones vulnerables y también hombres privados de libertad.

Para eso, hacen talleres desde lo que es cercano para ellos. “A los niños les enseñamos nuevas formas de relación a través de los juegos, en los que se potencia la imaginación y creación de personajes que vivan una vida en igualdad de género. Utilizamos también los famosos “rompe cuentos”, donde adaptamos las historias tradicionales que llevan mensajes sexistas, a unas que siempre se enmarquen en el respeto y equidad”, cuenta Verónica Assef, coordinadora del proyecto y directora de la corporación. Con los adolescentes, trabajan el desmentir los mitos del sexismo y del amor romántico que se construye desde la dependencia, y hacen que los hombres expresen sus sentires a través de la escritura, la pintura de murales e incluso desde el rapeo. “Eso nos hace sentir que no necesariamente somos nosotras las que encontraremos una solución y luego ellos la tomarán, sino que más bien se trata de crear los espacios de confianza donde puedan crearlas ellos mismos”.

Con esa habilidad de ser hombre y tomar la iniciativa de aprender, se puede prevenir que después sea muy tarde para cambiar. A Emilia González (18), que ha estudiado toda su vida en un colegio católico de mujeres, no solo le ha costado hacer entender a su padre y a sus tíos que la posibilidad de que le pase algo malo en una fiesta de noche es una realidad, sino que también a sus propios amigos. “Una cosa es que me cueste explicarle a un adulto que ni siquiera imagina que yo pueda ser víctima de algún abuso o discriminación, pero otra distinta es que mis pares se nieguen a entenderlo”, cuenta.

“Me ha pasado muchas veces que un amigo hace un comentario sobre mi cuerpo, argumentando que debería sentirme halagada y feliz de que se fijen en mí. Luego yo les explico por qué me hace sentir incómoda, pero ellos solo repiten la frase de que es un piropo y que soy una exagerada”, explica Emilia. Mientras que Claudia Núñez, reafirma la importancia de que sea el Estado el que se ocupe de la educación en igualdad de género desde la primera infancia, cuando el cerebro y el “yo” se están moldeando. “Enseñar la igualdad es un rol del gobierno a través de la generación de políticas que se fundan en principios de no discriminación, y sobre todo, en proveer una educación no sexista. Esperamos que en este nuevo escenario, si se nos da la posibilidad de construir una nueva Constitución, se pueda plasmar en ella ese derecho. Ahí jugamos un rol clave las organizaciones feministas para ponerlo en el debate: nosotras hemos sido las que han mostrado la necesidad de plasmar esos derechos, pero toda la sociedad debe hacer el cambio”.