“Mi mamá siempre me cuenta de un día que me llevó a la playa. Yo tenía un año y medio y ella se distrajo tomando sol y cuando me buscó, me encontró arriba del escenario que había en la playa, bailando, y con un montón de gente viéndome. Así que, probablemente, amo bailar desde que aprendí a hacerlo. Sobre todo porque siempre fue mi forma para liberarme, en todo sentido, y porque después de bailar siempre me siento contenta”, cuenta la fotógrafa Cristiana Bargetto, quien a veces comparte sus rutinas improvisadas de baile diario en su cuenta @lavidaesconmanjar. Lo hace libre y sagradamente cada día, aunque sean cinco minutos: pone música, cierra los ojos y se mueve. “Bailar me cambia el ánimo, los problemas son menos problemas cuando bailo, la vida es más alegre y positiva. Normalmente lo hago con tanta intensidad que quedo con el corazón en la boca”, dice.

Los efectos que el baile provoca en Cristiana están súper estudiados. Y no solo los que ella advierte, sino también una serie de bondades que pasan desapercibidas, pero que ocurren en el organismo de quien simplemente se dispone a bailar: por ejemplo, aumentar el grosor y cantidad de cableados neuronales en nuestro cerebro, mejorar la bioquímica del tejido cerebral cuando se trata de velocidad de procesamiento, memoria y función cognitiva, ayudar en el equilibrio corporal, en las habilidades para manejar el estrés y la adaptabilidad al cambio. Por eso, cuando comienzan a sonar los hits del verano, cuando en época estival abundan las celebraciones y las fiestas y cuando hay más ánimo de moverse, lo mejor es poner música y hacerlo.

Y tampoco solo en verano, evidentemente. Porque, con cualquier pretexto y en cualquier lugar, bailar siempre será un “ejercicio de libre albedrío, individualidad y felicidad”, como planteaba hace poco el periodista y Dj español Luis Costa en un ensayo publicado en El País, a propósito del libro que acaba de lanzar llamado Dance usted. Para Costa, en el baile subyace una pulsión natural de disidencia y subversión. Por algo –ejemplifica el periodista– sería en plena dominación mundial nazi cuando a través del baile los swingjugend (jóvenes del swing) “desafiarían al partido incumpliendo, primero, la ley que les obligaba a afiliarse a las Juventudes Hitlerianas y, después, la orden que prohibía bailar y reproducir música swing”.

Otro libro recomendado para entender el fenómeno es ¡Haz bailar a tu cerebro! Los beneficios físicos, emocionales y cognitivos del baile, que publicó hace dos años la neurobióloga inglesa Lucy Vincent. Su historia es fascinante: pudo superar un momento muy estresante de su vida gracias al baile, y luego se volcó a investigarlo para entender por qué mover el cuerpo al ritmo de la música tiene tal poder antidepresivo. Descubrió que el baile mejora el funcionamiento de las neuronas, es decir, que el cuerpo modela al cerebro. “Bailar produce más beneficios que el ejercicio, porque es el único deporte que ejercita el cuerpo buscando también la belleza y la seducción. Existen muchos estudios concluyentes sobre las mejoras que el baile produce sobre la memoria, la atención y el humor”, ha dicho Vincent, quien creó un sitio web (www.clickanddance.com) para enseñar pasos básicos de baile.

Baile terapéutico

Hace dos meses, un grupo de 50 mujeres se reunió en la terraza de una casona del Barrio Italia, en Santiago, para bailar tan libres como pudieran. Se trataba específicamente de un evento de “ecstatic dance”, un estilo de danza libre que poco a poco se ha ido transformando en tendencia, y que consiste en bailar en grupo, siguiendo el ritmo tan libremente como se sienta, para llegar incluso a estados de trance y éxtasis.

Lindsay Robin estuvo allí ese día: “Fue como hacer un viaje atemporal, donde pueden llegar a revelarse a una misma cosas que, estando en la inercia, pueden ser muy difíciles de ver. Siento que es como una metodología que no hay que aprender, sino que solo estar dispuesta a ser parte de ese momento en grupo, lo cual lo vuelve muy simple, muy conocido aunque uno nunca lo haya hecho antes. Para mí la experiencia no solo fue maravillosa, sino también reparadora”, cuenta. Mientras que Francisca Polgatti, quien también fue parte del evento, dice que si bien al inicio los juicios y el “qué dirán” aparecían, ese ruido mental comenzó a irse poco a poco: “Apareció entonces el goce, el disfrute y el sentirse acompañada. Era yo, mis compañeras y la música haciendo sincronía perfecta. No perfección de movimiento, sino lo que para mí y el grupo era necesario experimentar en el momento”, dice.

Quien conducía la actividad era la psicóloga Francisca Vargas (@franciscavargas_com), creadora de la Escuela Ayurverde, quien suele ofrecer espacios de ecstatic dance en sus talleres y retiros. “Hay una libertad de juego, disfrute y creación, que se va perdiendo en la vida adulta que hemos construido, donde el perseguir ideales, cumplir con las exigencias del deber ser y la hiperproductividad, se llevan todo el protagonismo. Y entonces vemos que los espacios de diversión adultos son más bien de evasión. En el ecstatic dance el placer y diversión no es a través de la evasión, sino a través de la conexión”, comenta Vargas.

La psicóloga añade que suele ocurrir que la mente intenta censurar el movimiento –”bailas muy tiesa”, “estás muy suelta”, “no tan loco”, “demasiado erótico”–, pero que desafiar ese diálogo interno es un ejercicio que tiene efectos terapéuticos tremendamente liberadores. “Mis alumnas terminan sorprendidas de lo profundo y energizante que termina siendo, y de todo eso que pueden llegan a sentir y experimentar, esa libertad profunda, sin necesidad de consumir nada más que la música que están escuchando en un espacio seguro para dejarse llevar”, añade.

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