Cuando María José Núñez tomó la decisión de ser madre llevaba siete años casada con su marido. Ambos ya habían desarrollado sus carreras profesionales y sentían una estabilidad económica suficiente como para agrandar la familia. Se organizaron en sus trabajos, dejaron de cuidarse y esperaron con tranquilidad que llegara su momento. Pero lo que creyeron iba a ser rápido y fácil se empezó a transformar, de a poco y para su sorpresa, en un test negativo tras de otro, en calendarios de fertilidad cada vez más estrictos, y en mucha frustración e incertidumbre. Al compartir la situación con sus cercanos, recibieron -como muchas parejas- el clásico e irritante consejo: tienen que relajarse. “Lo que más nos afectaba eran mis suegros, que ya de edad avanzada no tenían nietos, cuestión que era tema de todos los almuerzos de domingo. Sentía una presión enorme”. Durante años, dieron vuelta por distintos profesionales y tuvieron respuestas erradas a las dificultades que estaban experimentando. Hasta que, tras un embarazo ectópico, María José recibió su diagnóstico definitivo: tenía ambas trompas de Falopio dañadas, lo cual la imposibilitaba para concebir de forma natural. Decidieron con su marido comenzar un tratamiento de fertilización asistida, pero en silencio; no estaban dispuestos a recibir comentarios, opiniones ni consejos que hicieran más difícil su camino. “Decidimos llevar esto solos, hasta el día de hoy nadie sabe a todo lo que nos sometimos”, dice María José, tras cuatro años de tratamiento y a un día de tener a su esperado hijo.

En su libro Mamá desobediente, un ensayo feminista sobre la maternidad, la española Esther Vivas dedica varios capítulos al tema de la infertilidad, sobre todo a cómo socialmente lo están viviendo las mujeres junto a sus parejas, en una sociedad que demuestra ignorancia sobre el tema y poco apoyo a quienes lo padecen. “Los problemas de infertilidad son vividos en general en silencio, en soledad y con mucha incomprensión. El entorno tiende a juzgar e infravalorar la dureza de ese proceso. Se tiende a juzgar y culpabilizar, además, a las mujeres, y cuando lo exponen públicamente les dicen que tienen que relajarse, que los problemas son ellas. Muchas lo callan para no enfrentar la hostilidad del entorno.”

Hace un año, Fiorella Squadritto y Luz María Lira, dos amigas que también comparten esta condición, decidieron crear Fundación Fënn, una comunidad en torno a la infertilidad, con la idea de apoyar a parejas como María José y su marido. Querían conectar a mujeres y hombres que estuvieran viviendo solos el proceso de asumirse infértiles e iniciar el largo camino de los tratamientos de embarazo. “Nos dimos cuenta de lo distinto que es vivir este proceso cuando lo hablas con alguien que está en la misma que tú. Lo que necesitan más las personas es hablar del tema con alguien que no te trate de arreglar, que no te traiga una solución, solo hablar y compartir”, comenta una de sus fundadoras. Al cabo de un tiempo, y mientras la comunidad de Fënn iba creciendo, Fiorella y Luz María vieron en esas experiencias compartidas que existía todo un universo de dificultades que hacían de este proceso algo muy hostil: incomprensión ante el proceso emocional y psicológico, falta de acceso a la información médica, problemas de financiamiento y falta de leyes que aseguren el derecho a la reproducción asistida. Ante este panorámica, decidieron que sus ambiciones con la fundación debían ser mayores, más allá de la compañía y contención: querían convertirse en activistas políticas sobre el tema y crear un puente entre profesionales y pacientes para que todas las personas que enfrentaran desafíos en el camino de construir sus familias, pudieran encontrar respuesta y apoyo con conocimiento respaldado por profesionales. Hoy cuentan con voluntarias de diferentes profesiones, estado civil, orientación sexual y estrato social, lo cual les ha favorecido el intercambio de opiniones e información.

Activismo político

Cuando María José comenzó su proceso de fertilización asistida, se fue topando con nuevos obstáculos. Primero, intentar conciliar el trabajo con los duros tratamientos a los que fue sometida. “Compatibilizar el trabajo con los tratamientos es una misión de detective, las que están en tratamiento viven escondidas en sus trabajos, mintiéndoles, porque no es una cita, son 25 citas, ecografías, seguimientos. Muchas temen que las despidan por estar intentando quedar embarazadas”, cuenta Fiorella, desde la Fundación. Y segundo, lidiar con los trámites, burocracias y malabares para financiar los altos costos que estos tratamientos tienen; impagables para la gran mayoría de las familias chilenas.

“Recuerdo que hasta me ahogué con el café cuando recibí el presupuesto en la clínica: 4,6 millones de pesos, lo cual no incluía los fármacos, que eran entre 1 a 2 millones más”, cuenta María José. Decidió renunciar a su Isapre, con el riesgo de no ser admitida de vuelta por preexistencia, para poder acceder a los beneficios que Fonasa da, tras incorporar en 2016 la fertilización asistida como bono pad, lo que ayuda a reducir el costo a la mitad. Sin embargo, desde la Fundación son bastante críticos con esta ayuda; si bien la agradecen, piensan que es limitada y debe mejorarse. “Hoy Chile garantiza un solo intento para cotizantes Fonasa. Las que hemos hecho tratamiento sabemos que un intento no es ninguno, son tratamientos de largo aliento y las posibilidades se van acumulando”. Además, dicen, es un bono poco flexible, funciona muy lento en el sistema público -y el tiempo es oro en estos casos- no incluye gametodonación y es discriminatorio porque no permite a parejas lesbianas utilizarlo. “Es urgente tener una ley de reproducción asistida que parta de una definición de fertilidad más actualizada, que no discrimine y que garantice una cobertura digna y equitativa”. Robando una cita del especialista en medicina reproductiva, Fernando Zegers “En Chile la mujer pobre tiene doble duelo, el duelo de no ser madre y de saber que es por no poder pagarlo”.

Esther Vivas concluye en su libro que todos los temas que atraviesan la infertilidad deberían preocuparnos de manera urgente y política. “Creo que es importante sacar la infertilidad del armario, que las personas que tenemos problemas de infertilidad lo podamos hablar públicamente y nombrar, porque sacar nuestras experiencias personales a la luz pública creo que ayuda a otras mujeres que transitan por esta experiencia a no sentirse tan solas y sentirse acompañadas y entender que las causas no son personales sino políticas y tienen que ver con un entorno social, económico que es hostil a la vida y a la reproducción humana. La infertilidad es un asunto político, por los tanto las respuestas que se le deben dar también son políticas”.