La violencia en el pololeo es un problema grave y complejo que afecta a muchas mujeres jóvenes en Chile. De acuerdo a un estudio realizado por el INJUV en el 2021, el 64% de las y los jóvenes chilenos conocen a alguien que ha sido víctima de violencia psicológica o física en su pololeo. Sin embargo, muchas de las víctimas por miedo, vergüenza o falta de confianza en el sistema judicial no se atreven a denunciar. Y no sólo eso, muchas veces se mantienen o vuelven con sus agresores porque, según explican los expertos, se perpetúa un ciclo de la violencia propiciado por la culpa, la idealización de la pareja y la confianza en las promesas y concesiones que esta hace. Entender este ciclo es, entonces, una gran herramienta para poder salir de ahí.

Si bien en 2021 según datos del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género de Chile, se registraron un total de 6.177 denuncias por violencia en el pololeo en todo el país, se estima que la mayoría no termina denunciando. Los factores que generan esto son varios, explica Guila Sosman, psicóloga clínica y docente del equipo de psicología jurídica de la Universidad Diego Portales. “Algunos de ellos son psicológicos, como el sentimiento de culpa, de responsabilizarse, de sentirse que no son merecedoras de una relación distinta en donde se sientan amadas, contenidas y valoradas. Por ende, la denuncia es visto como algo amenazante, que implicaría un corte en la relación y no lo hacen”, explica.

Y es que no se trata de querer o no, profundiza la especialista y puntualiza en que esto tiene que ver con el mundo psíquico de las mujeres en donde existen temores, culpas y ansiedades que dificultan mucho el término de esta relación y el movilizarse hacia la denuncia. “Lo que ocurre también es que muchas veces se denuncia, pero después se retractan porque, por ejemplo, están viviendo la fase de la reconciliación en el ciclo de la violencia o están siendo víctimas de amenazas del agresor, que las puede manipular económicamente, dejándolas sin casa ni dinero o desde la violencia vicaria, cuando las manipula a través de los niños”, dice.

Las fases de la violencia

En 1979, Leonore Walker desarrolló la teoría del Círculo de la Violencia, que es una herramienta conceptual, aún muy utilizada, que ayuda a comprender el ciclo de la violencia en las relaciones de pareja. Esta teoría se basa en la observación de patrones comunes y predecibles de comportamiento entre los agresores y las víctimas de la violencia doméstica. Según la teoría, el ciclo de la violencia se compone de tres fases principales: la fase de acumulación de tensión, la fase de agresión y la fase de arrepentimiento y reconciliación.

“La fase de acumulación se caracteriza por la presencia de pequeñas tensiones, que cada vez se van haciendo más grandes. Como agresiones psicológicas y puede que hasta físicas. Esta fase se transforma en la fase de agresión cuando aquellas tensiones explotan y la violencia, que es mucho más fuerte, deriva en un incidente agudo. Aquí la víctima muchas veces queda en un estado de disociación, paralizada e incapaz de actuar para buscar ayuda en ese momento, sino que lo hace luego de un par de días. Este estado de disociación, negación y minimización del hecho aparece como un mecanismo de defensa frente a lo abrupto que fue. Luego de esto, solemos ver la fase de arrepentimiento o tregua, donde se suele minimizar y justificar el hecho. Acá la sensación de peligro disminuye porque el agresor empieza a tener conductas de arrepentimiento donde se disculpa y promete que esto no volverá a ocurrir. Es una fase muy compleja porque si la mujer en algún punto había tenido el valor de hacer algún cambio para salir de esta relación, es en esta fase donde se retractan de haber denunciado o donde vuelven a la casa, si es que se fueron de la casa que comparten con la pareja”, señala Sosman, quien exlica que esto les da una falsa ilusión a ambos de unión y de que se han resuelto los conflictos y de que esta relación va a funcionar, cuando no es ni será así.

“Todas estas son fantasías porque luego comienzan nuevamente el ciclo, donde la persona que agrede se da cuenta de que no necesariamente estuvo mal lo que hizo, pero sí de que eso puede provocar que la mujer se vaya de su lado porque tal vez se excedió. Se arrepiente, pide perdón, promete que esto no va a volver a suceder nunca y se comporta extremadamente cordial, amable, cariñoso, entrega regalos, hace concesiones que tal vez antes no hizo de cosas que su pareja necesitaba. La mujer, por su lado, en general se confunde muchísimo, está bastante ambivalente entre creer y no creer, pero finalmente en muchas de las ocasiones –y por eso se repite y se repite el ciclo de la violencia– aparece esta idealización de que ahora sí todo va a funcionar, de que la relación ahora sí será buena. Entonces se idealiza la pareja y se minimizan y naturalizan las situaciones que ocurrieron de violencia. La mujer muchas veces en esta etapa empieza a justificar las situaciones que ocasionaron la violencia. Se escuchan argumentos como: “está cansado, había tomado demás, está estresado”, hasta justificaciones que tienen que ver con la víctima como: “yo he estado insoportable””, afirma la psicóloga.

La indefensión aprendida es un concepto que nos ayuda a entender por qué una mujer que ha sido víctima de violencia doméstica se demore en buscar ayuda o en dejar la relación abusiva. Esta teoría fue desarrollada por Martin Seligman en la década de los 60, después de estudiar las respuestas de los animales ante situaciones de estrés. En la actualidad se utiliza para explicar cómo las personas pueden sentirse impotentes ante situaciones estresantes y dolorosas, aunque tengan la capacidad de cambiar o controlar esas situaciones. Como ocurre en el caso de las víctimas de violencia de pareja, que pueden sentir que no tienen otra opción y que deben soportar el abuso, lo que puede llevar a una disminución en su autoestima y confianza en sí mismas.

La dinámica que se da, relata Guila Sosman, es que las víctimas sienten que no tiene la capacidad para hacerle frente a esta situación. “Como ha intentado enfrentarla de diversas formas y no ha podido, cada vez se siente más indefensa y cada vez está en una posición de mayor pasividad y de mayor aceptación de que esa es su suerte. Esto va aparejado de mucha sintomatología depresiva, ansiosa e ideación suicida, así como sitomatología somática. Se ve muchas veces cáncer, colon irritable y muchas otras de las enfermedades somáticas asociadas al estrés, que se ven agudizadas aquí. Se presentan y además se cronifican. Por otro lado, muchas de las enfermedades psicológicas que son bastante invalidantes, como trastornos ansiosos, depresivos, crisis de angustia, van generando cada vez más pasividad, algo que lo hace cada vez más difícil para salir de ahí. En ese sentido, las redes de apoyo son lo más relevante”, explica.

Ser parte de una red de apoyo que ve a su ser querido sufrir una y otra vez, inmersa en un ciclo de violencia que sólo le hace daño, puede ser muy frustrante y agotador, pero es un papel irremplazable y muy necesario para que esta persona finalmente logre salir de la relación y depender emocionalmente menos de su agresor. Por eso, asegura la psicóloga clínica Guila Sosman, es muy importante que esta red de apoyo no abandone a las víctimas. “Muchas veces la familia se cansa cuando ven que esta persona sigue y sigue en una relación que es nociva y la abandonan en este camino. Hacerlo, es mucho peor porque es dejarla sin redes para que logre salir de esto. .En ese sentido, cuando se interviene en estos casos no se recomienda en ese momento cuestionar la relación de pareja porque están en un estado de absoluta disminución de su autoimagen, de su autoestima y de su poder para hacerle frente a una situación que las sobrepasa y que además impacta en una dependencia emocional que es muy fuerte y que, en general, está presente en estos casos”, concluye.