Jimena Colombo, periodista, de 34 años, tuvo que enfrentarse este año a la situación más dolorosa de su vida; la muerte de su padre debido al Covid-19. Él era un hombre sano, de 59, viviendo una etapa de goce, y fue consumido repentinamente por este virus en solo dos meses. Jimena lo había visto muy poco en el último tiempo debido a las cuarentenas, y casi siempre por pantalla. Recién volvió a verlo en persona y a tomarle su mano en los últimos días antes de morir, cuando ya estaba inconsciente. “Viví todo ese horror de ver el cuerpo de mi padre deteriorado, efectivamente amarillo, muerto. Fue el dolor más grande que he sentido en mis 34 años, una experiencia que solo me hizo sufrir”. El día del funeral, sus cercanos y conocidos le daban palabras de ánimo, intentando buscarle un sentido a su tragedia. “Dios sabe por qué hace las cosas”, “con el tiempo lo entenderás mejor”, “la vida nos pone a prueba”, “te harás más fuerte” o “ahora vas aprender a vivir el momento”, fueron algunas de las frases que le decían. “Siento que había mucho comentario que nacía de esa idea de resignación pasiva, pero la realidad es mucho más angustiante y triste. Mi viejo no verá más a sus nietos, no comeremos juntos, no conversaremos. Le quedaban 30 años de buena vida y murió. Una parte de mí también murió con él y ahora vivo de otra manera. Tal vez con el tiempo se puede matizar ese dolor, pero para mí fue lo peor que me pudo pasar, y punto”, dice.

“¿Cuántas toneladas de autoayuda y mindfulness hemos tragado para engendrar esa necesidad maníaca de encontrarle a toda una enseñanza?” escribía la periodista Leila Guerriero hace unos meses, en una columna para el diario El País donde se quejaba justamente de esta tendencia a querer verle el lado positivo o trascendente a todo. Una columna que llegó en tiempos de pandemia, de muerte, de crisis económicas y sociales, para hacernos reflexionar sobre qué tan sano es buscarle el sentido, la trascendencia y el aprendizaje a las situaciones difíciles o trágicas de la vida. ¿Siempre el dolor nos hace más fuertes? ¿Debemos aprender necesariamente algo de él? ¿Hay alguna épica en ello, o podemos simplemente dejar que duela?

La psicóloga Agustina Bosio dice que es natural que los seres humanos intentemos darle un sentido a nuestras experiencias vitales para sobreponernos a la angustia que nos provoca la incertidumbre de no saber cuándo el dolor se va a acabar. Sin embargo, cree también que los discursos de autoayuda se han aprovechado de esa cualidad humana y la han convertido en un nicho de mercado. “Muchas veces desde el New Age y la autoayuda, que instrumentaliza y se apropia culturalmente de conceptos filosóficos y religiosos orientales, se promueve la idea de que todo aquello que nos duele ocurre para enseñarnos algo. También hay una especie de tradición religiosa de encontrar en el dolor algo trascendental, además de la idea de confiar en una deidad que tiene “un plan” dentro del cual el momento presente es sólo un paso. Incluso pasa con aquellos dolores que derivan directamente de condiciones estructurales y opresiones como la violencia machista, la homofobia, el racismo o el clasismo”. Para Agustina, esta mirada algunas veces puede llegar a ser tremendamente dañina, ya que se pone la responsabilidad en él o la que sufre de sobreponerse rápido y aprender algo de esa lección de vida que supuestamente se le está dando. “La exigencia del mundo de salir de los estados de duelo es muy potente y muchas veces se convierte en una premisa que insta a las personas a tratar de apurar el proceso y darle un sentido. Sin embargo, muchas veces pueden resultar tremendamente retraumatizantes e incluso caer en conductas abusivas”.

“Es fácil contagiarse de esos comentarios” dice Jimena. “Son salidas fáciles, tal vez muy de autodefensa, de querer conformarse con una explicación que calme. Lo que irrita es el apuro que hay por parte del entorno para que uno se sane, cambie de tema, lo supere y de vuelta la página. Personalmente me parece tan vacío tratar de sacarle lo positivo a todo. Eso es caer en el juego neoliberal de sacarle ganancias incluso de la muerte. Es demasiado inhumano pretender “ganar algo”, si lo que se vivió es dolor puro. La experiencia es dolorosa, nos guste o no. A veces podrá dejarnos más conscientes y alerta, pero de ahí a sacar algo positivo, no sé, me cuesta. Creo que más parece una trampa.”

A la semana siguiente del funeral, Jimena decidió comenzar una terapia psicológica con una profesional experta en duelo que la alejara de esa épica de superación y aprendizaje, y que simplemente la ayudara a aceptar el dolor. “Determiné encarar esa muerte y sentir, llorar, tener rabia, navegar en los recuerdos, y creo que mi duelo ha sido muy vivido, muy intenso y muy consciente. Ahora acepto que fue una muerte violenta y muy difícil para quienes lo amamos, pero es algo que pasa y que no tenemos control sobre ello. Hoy tengo el privilegio de poder estar mal y transitar la incomodidad a mis anchas, con mi círculo íntimo que es el único que respeta mi dolor.”

Agustina coincide con Jimena, no solo como profesional, sino también a modo personal. “Cuando yo estoy pasando por un momento difícil también me da mucha rabia que traten de mostrarme el lado amable de la situación. Necesito patalear, quejarme, llorar y despotricar, hacerme bolita y estar chiquita hasta que vuelva la fuerza para salir adelante. Muchas veces puedo sola, otras he necesitado ayuda, pero siempre desde la conciencia de que aquello que dolió dejará una cicatriz y que quizá esta siga doliendo por un tiempo. Incluso, a veces, si bien el dolor va a pasar a un plano en el que no sea protagonista, va a seguir estando latente para toda la vida”, confiesa.

“El dolor, a veces, es simplemente dolor” concluía la columna de Leila Guerriero, y quizás para algunos sí se hace necesario asumirlo así, y es igual de válido y de resiliente. “Acompañar el dolor implica respetar los tiempos de cada proceso”, concluye también Agustina. “Sobre todo, darle espacio a esa angustia que nos despierta el hecho de que nuestra desgracia no tenga sentido, de que no sirva para nada y que no sea útil.”