¿Por qué sentimos celos?

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“Crecí con un ideal de pareja bastante dañado. Mis papás se separaron cuando tenía ocho años porque los dos habían sido infieles y nunca se esforzaron por esconder la realidad. Me tocó ver a una familia –que hasta ese entonces creía perfecta– destruirse de un día para otro. Y aunque ellos jamás buscaron hacerme daño, terminé transformándome en una mujer muy celosa, controladora e insegura. Una que hasta el día de hoy está luchando por controlar su miedo a la traición.

Mi segundo pololeo me marcó bastante, ya que fue la primera vez me enfrenté a mis celos. Si mi ex salía con sus amigos me dolía la guata y dejaba de comer. Lo pasaba pésimo porque mi cabeza pensaba todo el tiempo en las desgracias que podían pasar: que él conociera a otra persona, que le diera un beso a alguien o incluso que lo miraran más de lo normal. Me ponía en los peores escenarios y me dañaba a mí misma, sin tener alguna excusa para desconfiar. Una vez –y esta es una de las cosas de las que más me arrepiento y avergüenzo en mi vida– llegué a un nivel tan alto de locura que le fui infiel por miedo a que él lo hiciera primero. Sentía que algo extraño podía pasar y preferí adelantarme. Esa situación me hizo tocar fondo y darme cuenta de lo enferma que podía llegar a estar” reconoce Javiera Díaz (27), en una de nuestras columnas de amor.

En ella también plantea que con el tiempo, y terapia de por medio, aprendió que, además de su historia familiar, gran parte de su celopatía tiene que ver un tema de inseguridad. “Creo que si uno no se ama a sí misma, se empieza a cuestionar el por qué el otro lo debería hacer”, dice. Según el investigador de Cambridge, Baland Jalal, en su libro The Evolutionary Psychology of Envy and Jealousy, los celos son una emoción netamente negativa y que tienen un alto componente posesivo. “Es decir, quiero reclamar a otra persona como mía”, acota. Daniel Freeman, profesor de psicología clínica en la Universidad de Oxford, es menos tajante. Dice que “un cierto grado menor de celos puede funcionar como un recordatorio de no tomar por sentadas tus relaciones. Sin embargo, si no se controlan, los celos rápidamente se vuelven tóxicos. La confianza es un componente clave en cualquier relación sana y exitosa, pero los celos motivan las sospechas, dudas y desconfianza, las que terminan por convertirse en emociones y comportamientos obsesivos o paranoicos”.

Se puede inferir entonces que el problema no es sentir celos, incluso es normal sentirlos. Según la psicóloga Loreto Vega, el problema es cómo se gestionan. “Toda la vida nos han enseñado, no solo las personas con las que nos relacionamos en nuestro círculo íntimo, sino que en la sociedad y en la cultura en general, a través de historias de amor en libros, cuentos, canciones o películas, que los celos son un ingrediente más del amor, incluso que son una muestra de que en una relación existe amor”. Pero se ha estudiado que los celos surgen en nuestros primeros meses de vida, gatillados, por ejemplo, por el miedo a perder a nuestros cuidadores primarios y nuestro sustento. Y al parecer no somos los únicos en sentirlos; estudios afirman que los animales también son propensos a experimentarlos. Esto podría sugerir que son emociones innatas y que evolucionaron en las especies para protegernos en nuestras relaciones sociales, como instintos de supervivencia.

Lo que ocurre es que en general, las investigaciones en el ámbito psicológico, así como la literatura en sentido amplio, se han ocupado sobre todo de los celos románticos; hablamos, de hecho, de celos románticos cuando nos referimos comúnmente a los celos. “En este caso, domina el temor de perder el afecto del otro, la mayoría de las veces el afecto exclusivo de una persona que queremos, y se manifiesta en las relaciones de afecto más íntimas, donde encuentran satisfacción las necesidades de seguridad y pertenencia. En la base de este tipo de celos está la convicción de que la persona amada nos pertenece y el temor de que alguien pueda arrebatárnosla”, dice Vega. Pero también están los que se conocen como celos horizontales o verticales. “Son los que nacen entre hermanos y hermanas, entre suegra y nuera, entre madre e hija; los celos de un padre en el momento del nacimiento de un hijo o con respecto a su propia hija. Y como los celos románticos, están ligados a las necesidades de seguridad y pertenencia”, agrega.

En distintas publicaciones sobre psicología se encuentran otras categorías: celos vitales, no tienen que ver tanto con el acceso a una relación íntima a personas en concreto, sino con la constatación de que otras personas tienen mucha más facilidad para cultivar una buena autoimagen sin apenas esforzarse y, a la vez, resultan más atractivas para uno mismo que la propia autoimagen; los celos materiales, que parecen ser los más primitivos, y encuentran su manifestación en el apego a los bienes materiales, ligados, a su vez, a la satisfacción de las necesidades fisiológicas, y por lo mismo se encuentra en mayor medida en los niños y en los ancianos, precisamente porque en estas fases del desarrollo encontramos mecanismos más parecidos a los del mundo animal.

También están los celos preventivos que ocurren cuando, por ejemplo, a pesar de no tener pruebas, acusamos a nuestra pareja de haber coqueteado o peor de haber iniciado una aventura. Esto se transforma en un argumento para intentar impedirle en la medida de lo posible los contactos sociales más comunes para evitar que el “peligro” se materialice. Los celos retrospectivos o retroactivos, también conocido como síndrome de Rebecca –inspirado en la película de Hitchcock, es decir, Rebecca la primera esposa–, se producen cuando demostramos una verdadera obsesión con el pasado de nuestra pareja. Y los celos proyectivos, que ocurren cuando atribuimos a nuestra pareja deseos de infidelidad sexual o emocional que en realidad nos pertenecen.

Pero más allá de las categorías, debido a que hemos naturalizado la idea de que los celos son una demostración de amor o, incluso, que son una señal de que le importamos a la persona que nos cela, es muy relevante poner en perspectiva y desnaturalizar las conductas obsesivas, posesivas y patológicas asociadas. Debemos poner especial cuidado en las acciones que provocan estos celos, para lo cual pasa a ser de suma importancia calibrar y hacer la diferencia entre lo que se manifiesta como celos en una pareja, pero logra ser conversado y contenido, y lo que termina desarrollando conductas neuróticas o patológicas que convierten a la relación en una poco sana. ”El sentimiento de celos se transforma en algo distorsionado cuando se combina con ideas y actitudes obsesivas. En otras palabras, la persona celosa se desliza en un comportamiento compulsivo buscando pruebas que avalen sus teorías, ejerciendo un control opresivo sobre la persona, siguiéndole durante su día. Los celos patológicos están presentes en los manuales de diagnóstico y están clasificados como “trastorno delirante””, aclara la experta, y dice que cuando nuestras creencias se vuelven rígidas o inflexibles es cuando se augura peligro a nuestra salud.

Tal como le pasó a Javiera, que cuando entendió que su comportamiento no era sano, ni para ella ni para su pareja. “Hoy creo que nunca una dosis de control va a ser sana en una relación. Yo muchas veces me cuestioné el por qué mi pareja no era así conmigo, sin embargo, él siempre se preocupó de aclararme que el amor no significa eso. Que no se trata de ejercer poder o control sobre otro. Sino que todo lo contrario: amar, aunque algunas veces pueda ser complicado, solo debería brindar cosas positivas. Eso lo sé ahora, pero también sé que aún me queda mucho por superar”.

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