Cuando Aísha (32) le contó a su terapeuta que había terminado hace muy poco una relación de 5 años y se sentía totalmente desorientada en la vida, la especialista le propuso intentar externalizar con palabras, dibujos o la manifestación que quisiera, las sensaciones predominantes. La tristeza, evidentemente, encabezaba la lista. Sentido de pérdida también; rabia; frustración; desorientación –como ya había podido identificar– y fragilidad. Esas fueron algunas de las que logró poner en palabras.

Luego trató de explicar que sentía un profundo dolor en el corazón, como si alguien se lo estuviera apretando constantemente. “¿Se desgarra realmente el corazón cuando sentimos pena?”, le preguntó a la especialista. A lo que ella le respondió que en la mayoría de los casos, cuando se está sufriendo producto de una pérdida o un duelo, si uno analizara el órgano en sí, lo más probable es que se encuentre intacto. Ni roto, ni menos funcional. La que está afectada realmente es nuestra emocionalidad, le dijo, y cómo esa instancia se manifiesta en la zona torácica del cuerpo, sea a través de sensaciones de angustia o de ansiedad, la asociamos automáticamente al corazón.

El cardiólogo intervencional y académico de la Pontificia Universidad Católica, Gonzalo Martínez, lo explica así: “En esos casos en los que hay una sensación de corazón roto por una pérdida que genera pena, el corazón no necesariamente está afectado y los síntomas de esos individuos están dados más que nada por la angustia o afectación anímica que les produce el cuadro. Eso se manifiesta en llanto y en esa sensación de opresión o incomodidad a nivel torácico”. ¿Por qué ocurre ahí? No se sabe, pero Martínez postula que de alguna manera lo que duele es el alma y eso da paso a una sensación particular en el pecho. “Porque en esos momentos, si uno evaluara el corazón, lo más probable es que siga funcionando de manera adecuada”.

Aun así, como explica el especialista, el corazón también puede doler, sea por enfermedades y condiciones físicas –como los infartos miocárdicos o inflamación de ciertas estructuras– como por alteraciones emocionales fuertes. En este último caso, es fundamental distinguir entre el síndrome del corazón roto (o Síndrome de Takotsubo, como se lo conoce clínicamente) –que es una enfermedad que se descubrió en los 90 en Japón, que surge a propósito del estrés y que efectivamente produce alteraciones en el funcionamiento del corazón– y la sensación del corazón roto.

En el caso del síndrome, hay cambios fisiológicos producto de la liberación de algunas hormonas, particularmente la adrenalina y noradrenalina, y el dolor es equiparable al dolor de un infarto. En el caso de la sensación, que es lo que ocurre la mayoría de las veces que nos enfrentamos a situaciones dolorosas, se trata de una manifestación relacionada al estrés (a través de una molestia en el pecho) pero que no necesariamente llega a la gravedad de producir alteraciones en la función del corazón. “Ahí es más difícil saber si es simplemente una sensación transitoria, llevada por la angustia, que nos hace sentir molestia en el pecho. A veces es en la garganta o en la boca del estómago. Pero eso no necesariamente está produciendo un daño estructural como sí pasa cuando sufrimos del síndrome”, explica Martínez.

En definitiva, una es una condición física y la otra es una sensación fuerte gatillada por la angustia, la pena y la pérdida. O, como profundiza Martínez, “una manifestación física de la angustia”.

Sin embargo, no hay que minimizar esa sensación, porque en algunas personas más propensas, esa misma sensación puede desarrollarse en un síndrome físico. “La mayoría de las veces se trata de una sensación que focalizamos en la región torácica, pero puede derivar en algo mayor o puede facilitar el desarrollo de un síndrome. Toda angustia y estrés emocional es causa de elevación de la hormona del cortisol y las elevaciones crónicas del cortisol llevan a una serie de enfermedades o infecciones”, explica Martínez.

Se trata de una correlación innegable, como explica el psicoanalista de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis, Felipe Matamala, quien refuerza la idea de que es imposible disociar el plano emocional del biológico. “Muchas veces, cuando sufrimos de angustia o ansiedad producto de una experiencia fuerte, acudimos a la urgencia con la idea de que nos pasa algo en el corazón. Si eso se descarta, recién ahí nos enfrentamos a la idea de que muchas veces la sensación de corazón desgarrado tiene que ver con un elemento psicológico, que está ligado a la angustia o a la pena”, explica. “Recién ahí nos damos cuenta que hemos aprendido a disociarnos del dolor, o a dejar fuera ciertas sensaciones de angustia para seguir siendo funcionales en el día a día. Es un mecanismo de defensa al que recurrimos para protegernos de lo que no creemos poder enfrentar, y no es que eso esté mal, pero de alguna manera esos elementos vuelven y con fuerza, porque se suman al resto de nuestra cotidianidad. Y a veces generan algún trastorno de angustia y otras veces llegan a tener una consecuencia biológica”.

Es el caso, por ejemplo, de las parejas de adultos mayores que se mueren con pocos días de diferencia. Como explica Martínez, los eventos emociones fuertes pueden, en algunas veces, generar infartos al corazón, también por la elevación abrupta de hormonas en relación al evento en sí. “Si se hiciera un esquema, se podría decir que las emociones intensas y repetidas pueden generar desde patologías graves como un infarto al corazón, a patologías intermedias y transitorias, como el síndrome del corazón roto, y hasta situaciones más leves como sensaciones molestas”.

O, como complementa Matamala; “las situaciones altamente estresantes que tienen que ver con pérdida o pena pueden tener un correlato físico, pero no hay que desestimar que la psicología también tiene un impacto en el cuerpo e incluso sin llegar a afectaciones o alteraciones físicas”.