La relación entre una madre y una hija es única. El vínculo entre dos mujeres es especial y distinto al que se forma entre una mamá y los hijos porque, inevitablemente, es ella el primer modelo de mujer para la mayoría de las niñas. Y esta relación, con el paso del tiempo, evoluciona y se vuelve cada vez más compleja llegando quizás al punto más difícil durante la adolescencia. Se trata de un periodo de transición en el que dejan de ser las niñas que eran y comienzan a dar los primeros pasos hacia la adultez, sin convertirse todavía en mujeres derechamente. Y es en medio de esta eetapa turbulenta que, muchas veces, los roles suelen confundirse.

En la cultura popular, en series de televisión y películas, es común ver cómo se han romantizado las relaciones de madres e hijas adolescentes. El rol de la mamá se ha vuelto casi una caricatura de mujer muy joven que cumple el papel de amiga confidente más que el de una verdadera madre. Y si bien representantes de este tipo de dinámicas existen muchas, sin duda dos de las más memorables son las Chicas Gilmore. Durante 7 temporadas y casi 8 años al aire esta serie retrató cómo Lorelai —una mujer que había sido madre adolescente— criaba a su hija ocupando un rol más bien de amiga que de una mamá. Un ejemplo más reciente de una relación similar entre madre e hija es la serie de Netflix Ginny y Georgia que acaba de estrenar su segunda temporada. Allí, una madre joven que revierte los roles y a ratos se vuelve la hija de su hija, es capaz de adelantarse a los pasos de la adolescente porque ella misma no está lejos de la inmadurez y esas vivencias.

Sin embargo, estas relaciones que se retratan como tan estrechas y casi idílicas en la pantalla, solo lo son allí, en el mundo de la ficción. Porque ser la mejor amiga de una hija y no una verdadera madre puede parecer el camino para una relación libre de conflictos y cercana, pero no necesariamente es la opción sana para ninguna de las dos. La psicóloga clínica especialista en psicoterapia con adolescentes Isabella Soares explica que es común observar que las madres crean que para tener una buena relación con su hija necesitan ser amigas. Y agrega que el problema no está en el deseo de generar un vínculo estrecho, de confianza o de comunicación. “El problema viene cuando se pierden de vista otros elementos de la parentalidad que son importantes”, explica la psicóloga. Menciona que algunos de los que suelen transgredirse fácilmente cuando una madre se convierte en amiga son la falta de límites claros y la orientación respecto a temas importantes en la adolescencia.

Y es que posiblemente, como sugieren los especialistas, el problema no está en la cercanía ni en la empatía que se busca conseguir con esta idea de la mamá-amiga que, tal como la de la mamá perfecta, es otro de los cánones impuestos sobre las madres imposibles de alcanzar. El problema está más bien en lo que una hija pierde cuando gana a esta nueva amiga: a su madre. “El riesgo de una relación basada únicamente en la amistad entre una madre y su hija adolescente, aunque bien intencionada por parte de la madre, suele estar en que la madre pasará al polo de ser demasiado permisiva, dejando de establecer ciertos límites y dejando de lado la disciplina”, reafirma la psicóloga. Y la frase de la película Mean Girls “I’m not a regular mom. I am a cool mom” (no soy una mamá como las demás. Soy una mamá cool) —que utiliza uno de los personajes que aspira a ser como su hija adolescente, extremadamente permisiva y que literalmente describe su casa como un lugar sin reglas— se ha convertido, a estas alturas, en un eslogan para el recuerdo representativo precisamente de este fenómeno. Y es que refleja claramente el sentimiento y la motivación detrás de la mamá-amiga en la adolescencia y quizás su mayor miedo: perder el cariño y aprobación de la hija. Así lo confirma Isabella Soares cuando habla de la razón que mueve a un adulto hacia este comportamiento. “El miedo a caerle mal a su hija. Y por eso en estos casos, dejaría todas las decisiones a manos de su hija adolescente y eso podría generar muchos problemas”.

Pero además de la falta de disciplina que suele existir en una relación madre-hija cuando la primera abdica sus responsabilidades con la intención de convertirse en la mejor amiga, suele existir otra consecuencia negativa para las hijas que no tiene nada que ver con límites ni tareas. Una que va a mostrar sus efectos solo años después y que se relaciona con la estructura y la formación de la propia personalidad. Se trata de un proceso que en psicología se conoce como individualización y que la Asociación Americana de Psicólogos describe como el proceso sociocultural a través del cual un individuo se muestra como tal en el mundo. Otras definiciones hacen hincapié en el desarrollo de una personalidad propia, distinta a la de los padres, y ese es un proceso que precisamente ocurre en la adolescencia. Y para que se concrete de forma sana, deben existir ciertos grados de separación entre la madre y su hija.

Un estudio realizado por especialistas de la Humboldt University de Berlin explica que el desarrollo de una identidad propia y la separación o individualización en las relaciones entre padres e hijos son tareas relacionadas a la maduración psicológica. En este contexto, cuando no se produce este desarrollo de la personalidad autónoma y distinta a la de la madre, hay una gran etapa y fundamental para un desarrollo sano que la hija está pasando por alto.

Quizás la lección más desoladora —pero que hay que llevarse— de estas mamás cool retratadas en las películas, es que solo son otro estándar inalcanzable para las madres. Uno que funciona en en contexto de la ficción pero que colapsa en la realidad. No solo porque una madre no puede ser perfectamente comprensiva, empática y paciente todo el tiempo, sino que, sobre todo, porque eso no es lo que una hija necesita de ella. Isabella Soares aclara que la amistad entre madre e hija no es la llave mágica que abre la puerta a la relación ideal, libre de peleas, llantos y conflictos, que nos han hecho creer. “Que las mamás sean amigas de sus hijas no necesariamente implica que tengan buena relación”, comenta. “Muchas veces los adolescentes esperan que los guíen y los orienten, y al no tener eso puede generar una sensación de ser ignorada o estar desamparada”. Porque las hijas pueden tener muchas amigas a lo largo de la vida, pero incluso si es una frase cliché no deja de ser cierta: madre hay una sola.