Decían las leyendas de marineros que mujeres en un barco eran sinónimo de mala suerte. Ellas estaban relacionadas meramente con la decoración de las embarcaciones: un mascarón de proa para invocar la protección ante el océano; el nombre de una familiar, amor, amante bautizando el buque.
Durante un largo tiempo la discriminación, el acoso y un arraigado escepticismo respecto de sus virtudes impidieron que muchas mujeres se abrieran camino en la sal y el mar. Mientras los hombres avanzaban por el océano, las mujeres trabajaban en tierra, en remiendo de redes, procesamiento y comercialización de lo que ellos capturaban, recolección en las orillas y otros servicios.
Pero hoy, cada vez más se posicionan y lidian con las dificultades habituales de la meteorología, el trabajo duro y las distintas condiciones adversas. Como buenas porfiadas del mar.
Transversalización
Mucho más organizadas, hoy en Chile las mujeres del mundo pesquero demandan reconocimiento simbólico, político y económico de su labor, lo que ha significado un cambio en la agenda política de las instituciones que guardan relación con esta área. Esta es una de las principales conclusiones del recientemente publicado policy brief “Género y sustentabilidad: las mujeres en el ámbito de la pesca”, de la dirección de estudios de la Fundación para la Promoción y Desarrollo de la Mujer (Prodemu).
El documento da cuenta de que desde 2002, en Chile se han creado más de 42 organizaciones de mujeres pescadoras y algueras que han logrado algunas conquistas específicas; como es la entrega de áreas de manejo exclusivas para mujeres, plantas procesadoras e iniciativas que aportan empleo e innovación en las caletas, beneficiando la conectividad entre mujeres de distintos grupos etarios y territorios del país.
El estudio también revela que hay 25.181 mujeres inscritas en el Registro de Pesca Artesanal (RPA) y muestra cómo se puede “mediante estrategias de transversalización de género, potenciarlas y darles el lugar que se merecen: el trabajo en el mar es inconcebible sin ellas”, dice Marcela Sandoval, directora nacional de Prodemu.
“Son justamente las pescadoras, recolectoras y representantes de las actividades conexas (manufactureras, desconchadoras, vendedoras, entre otras) las que permiten que la pesca artesanal subsista, la que nutre a comunidades completas. Es hora de que conozcamos sus nombres y no solo las ayudemos, sino que las fortalezcamos y las empoderemos de verdad”, añade.
Prodemu tiene, dentro de sus objetivos, posicionar a las mujeres como agentes fundamentales en el desarrollo de la pesca artesanal y de actividades relacionadas. Según Marcela Sandoval, es su propósito “dar cuenta de la diversidad de realidades que viven las mujeres en el mundo del trabajo y cómo contribuimos a equiparar la cancha”.
En esa línea, puede ser fundamental el rol de la nueva Ley 21.370, que promueve la equidad de género en el mundo pesquero y acuícola. Su objetivo es eliminar toda forma de eliminación basada en género y constituir el derecho a la plena participación de las mujeres en ámbitos culturales, políticos, económicos y sociales relacionados a ese sector.
Ninguno de los logros alcanzados hasta ahora habrían sido posibles sin mujeres que, a diario, se abrieron espacio en la pesca y la acuicultura. Aquí, seis de sus historias.
Irma Román, contra viento y marea
Empezó a trabajar muy joven, a los 13 años como encarnadora de bacalao, en la caleta El Membrillo. Siempre que veía los botes llegando a la caleta sentía curiosidad. Los hombres no les permitían subirse a sus lanchas, pero igual Irma Román decidió salir con algunas que venían del sur o del norte. “Los compañeros comenzaron a darse cuenta de que las mujeres no traían mala suerte, porque llegábamos con mucho pescado a la caleta. Sacábamos grandes cantidades de albacora. Yo, de hecho, salía ‘a la mala’, porque era menor de edad y a los 18 años recién podía sacar matrícula”, recuerda.
Para lograrlo, los hombres que la llevaban en sus lanchas la vestían como un hombre. Le amarraban el pelo, le ponían jockey y ropa ancha para que no se notara su cuerpo. “Fue así hasta que cumplí los 18 años y pude sacar matrícula”, cuenta.
Desde entonces, empezó a trabajar legalmente y a recorrer todo Chile. Hoy, Irma Román es pescadora artesanal, recolectora de orilla, presidenta del Sindicato N°7 “Esperanza Nueva”, de la caleta de Chanavayita (Iquique) y delegada regional en la Corporación Nacional de Mujeres de la Pesca Artesanal.
Lidia Beltrán Bravo, el mar como guía
Lidia -de ascendencia mapuche- es lafkenche, nacida y criada en la Región de la Araucanía, principalmente en la costa. Siempre se sintió conectada con Monkul, en la comunidad Mateo Nahuelpán, en la comuna de Carahue.
Aprendió pesca artesanal con su padre. “Tenía la opción de quedarme en la casa haciendo los quehaceres, pero preferí estar con él. Era la menor, así que siempre lo seguía. Íbamos a pescar al río y al mar y también a recolectar. De él aprendí cómo se rigen las mareas por la luna”, detalla.
Hoy, además de ser pescadora y recolectora de cochayuyo, trabaja activamente en el humedal de Monkul. “Hay un sector que estamos tratando de proteger y de cuidar. Queremos relevar todas nuestras prácticas, no solo la recolección, sino que también la biodiversidad del lugar, las aves, los mamíferos, todo el entorno que nos rodea”, explica.
Todos los viernes, cuando termina su trabajo principal en Temuco, viaja a Monkul. Sale a pescar con su pareja, Jaime, y su hija Magdalena, de 10 años. Su respeto por el agua y por el mar, dice, es infinito y ancestral.
“Como lafkenche-mapuche, cuando vamos al mar, pedimos permiso y tiempo al mar, para poder recolectar. También es importante estar presente en las rogativas que se hacen en la comunidad para agradecer lo que uno ha recibido del mar. Hombres y mujeres lo hacemos”, revela.
María Barraza, amiga del agua
Cuando era niña, sus papás recolectaban en Tongoy el pelillo, que allá se conoce como “champa” y también sacaban machas. “Desde muy chica yo vi eso y fui aprendiendo. Luego me vine a los 12 a la caleta Punta Arenas (a 60 kilómetros de Tocopilla), siguiendo los recursos del mar”, dice María Barraza.
Toda su familia vivía del mar. Pero para ella, lo correcto sería decir “la mar”. “Siempre le converso. Mis hijos ya no me ven como loca, porque les digo que es mi mejor compañera y amiga. Pues cada mañana, estoy ahí para trabajar a su lado, tenga pena, frío o esté enferma”, comenta.
Cuando la pillan hablándole a la mar, María Barraza explica que esta es la única que no le reclama, que la mira. Que la respeta cuando está brava o mala. “Le digo: ‘¡cómo no vas a estar enojada si toda la explotación que hacen contigo, todo lo que te están haciendo, destruyéndote!’ La mar es mi compañera, es mi trabajo, yo la respeto mucho”, defiende.
Hoy, María Barraza sigue hablándole a la mar como recolectora de orilla -algas y mariscos- del pueblo Chango, en la misma caleta a la que llegó a los 12 años.
Milenka Quezada Torres, mostrando lo invisible
Cuidar el mar, el ambiente, el entorno es fundamental para Milenka, quien siempre ha vivido a orillas del mar. Sus abuelos, tíos y su madre constituyen una familia de pescadores. Con ellos aprendió a hacer de todo en el océano.
Nadó a sus seis años. Después supo cómo sacar mariscos, limpiarlos, recolectarlos y pescar. A esa misma edad se sabía los nombres de todos los mariscos, cocerlos y cocinarlos. También aprendió a recoger algas, secarlas, amarrarlas y venderlas. Incluso, cuando era joven, aprendió a bucear, sacar pulpos, lapas y locos de las profundidades del mar.
Pese a eso, Milenka reconoce que ha tenido que lidiar con el machismo. Recolectora de orilla del pueblo Chango, y miembro del sindicato de la Caleta Cáñamo, Tal Tal (Antofagasta), afirma que “los hombres acá son más machistas que en el sur, no trabajan con las mujeres codo a codo. La mujer tiene que esperar en la orilla a que el hombre le traiga el producto y ella lo faena, lo elabora, lo vende y hace gastronomía”, comenta.
Hoy, está en una red nacional de mujeres de actividades conexas, como la suya, de recolectar en la orilla. “Acá en Iquique somos alrededor de 120 mujeres que estamos en ese grupito, tratando de mostrar lo que hacemos. Nuestro objetivo es que se reconozca a las mujeres de las caletas. Es un grupo que abarca desde Pisagua hasta Chipara. Tenemos una red de mujeres de la costa. Todas las mujeres que venimos de la costa estamos en ese grupito y nos ponemos en contacto, nos avisamos cuando hay cursos y otros eventos”, cuenta.
Nancy Chodil, siguiendo tradiciones
Nancy ha vivido toda su vida en Cucao (Chiloé). Perteneciente a una comunidad indígena huilliche, trabaja en el rubro gastronómico, es pescadera y machera. Para ella, lo que hace es lo mismo que hacen muchos: saber desde chicos cómo sacar machas del mar.
“Aquí, en mi comunidad, mucha juventud se queda. Algunos se van por estudios o por trabajo, pero también hay un porcentaje grande que se queda y aprenden y viven del mar. Se mantienen nuestras tradiciones. Creo que esta relación con el mar no se va a terminar, porque se sigue la tradición y los niños siguen aprendiendo. Es un nudo que no se corta”, destaca.
Pero, cuando piensa en ese mar que tanto le ha entregado, Nancy lamenta que el Estado no se involucre más con las mujeres de la pesca quienes, sostiene, “han sido dejadas de lado”. “Muchos sectores no creen en la fortaleza que tenemos, que podemos hacer muchas cosas. El Estado también. De a poco se ha ido involucrando más con las 93 mujeres, pero aún falta mucho. Se ven muchas más acciones en los sectores urbanos que en los rurales”, asegura.
Nancy participa de un grupo de mujeres de la pesca donde se apoyan y aconsejan mutuamente. Además, participa en un sindicato. “Ahí es otra cosa. Hasta hace poco no había muy buena relación con las mujeres, porque los líderes que encabezaban los sindicatos eran machistas y les complicaba incluir mujeres. Pero ahora han ido cambiando un poco, aunque les queda por avanzar. Entonces falta educación en ese tema. Aún no hemos podido sacar a una líder en un sindicato”, lamenta.
Pamela Leyton, un oficio heredado
Todos los días Pamela se levanta a las 5:30 de la mañana. Inmediatamente después su pareja y su cuñado la van a dejar a la caleta Portales, en Valparaíso. El desayuno lo toma después, junto a sus compañeros, y luego sigue a su puesto a acomodar sus cosas, a esperar que lleguen los botes y los caseros para poder filetear los pescados.
Se trata de una rutina que ejecuta prácticamente desde que tenía 13 años. Con un palo de fósforo pescaba las sardinas cuando era chica. Ahora trabaja fileteando. La aprendió mirando a sus papás primero, y luego a su mamá -tras el fallecimiento de su padre-. También aprendió con ellos el respeto. “Respetar a la gente de la caleta, sobre todo a los que son más adultos que uno. A ellos, una les dice ‘tíos’”, comenta.
Aunque ama el mar -”para mí significa todo”-, Pamela no se atreve a navegarlo. “Antes los hombres eran machistas, no dejaban a las mujeres subir a un bote. Las mujeres trabajábamos en tierra encarnando, pelando pescado, pero no yendo al mar. Ahora no, es otra cosa, ahora se les abrió la mente a estos hombres y permitieron que las mujeres puedan ir al mar”, afirma.
Recuerda, particularmente, a una joven de 19 años que es pescadora, como su abuelo: “Ella lleva muy poco aquí en el mar y encuentro súper fantástico que sea pescadora, me siento súper orgullosa de eso”.
Esa joven de 19 años es una entre tantas de las nuevas generaciones que se abren caminos como porfiadas del mar.