“Fui madre a los 23 años porque deseaba maternar antes de estudiar. Quería ser periodista y escribir, pero al salir del colegio los estudios no fueron mi prioridad porque mi sueño número uno por cumplir era ser mamá. No me importaban todas las supuestas dificultades que traía el paquete de la maternidad temprana, yo quería ser mamá antes de embarcarme en cualquier otro proyecto.
Sabía que esa decisión cambiaría mi vida de manera radical porque me saldría de la ruta establecida y desacataría el mandato social que dice que existe solo un orden correcto en la vida: estudiar una carrera, comprar un auto y un departamento, viajar y dejar en último lugar, la maternidad. Pero no me importaba dejar esas cosas de lado, mis padres nunca me habían ahogado con el discurso de estudiar para ser “alguien en la vida”. Todo lo contrario, les agradeceré siempre que me enseñaran el “ser” por sobre el “tener”, porque siempre supe que cualquiera fuera mi camino, ellos me apoyarían.
De igual manera quisieron darme una buena educación de acuerdo con sus posibilidades y así fue como estudié en un colegio público de excelencia, donde nos seteaban con el cuento del éxito profesional como camino único a la felicidad. A pesar de que sorteé bien mi etapa adolescente ahí y lo pasé muy bien, cuando llegó el momento de salir al mundo real, no encajé en esa ruta establecida. Egresé sin distinción ni tuve pase libre a una carrera en una universidad estatal, fui un fracaso para ese tipo de colegio y para mi círculo. Toda la preparación que tuve no me sirvió. Pero lejos de sentirme incapaz, pude intuir que mi habilidad como humanista tendría lugar en otro momento. Al poco tiempo, ese “fracaso” me abrió camino para hacer las cosas a mi manera. Gracias a ese ímpetu me atreví a no cumplir expectativas ajenas, decidí ser mamá joven y vivir esa maternidad con goce, en plenitud; amamantar borracha de oxitocina, vivir en pareja, “aperrar” con mi hijo sin pedirle nada a nadie y luego estudiar lo que quise y donde quise en el momento que así lo decidí, cuando muchas de mis compañeras egresaban del pregrado. Esa fue mi decisión, con muchos costos asociados, pero fue una decisión meditada. Fue una decisión política que me enorgullecerá siempre, porque elegí lo que añoraba con valentía. Lo que para mí, en ese contexto y con toda mi historia, me hacía más sentido.
Muchas veces fue difícil maternar sin tener herramientas profesionales. Incluso dudé de mi futuro. Muchas veces fue agotador trabajar de día y estudiar de noche. Pero mi reflexión sobre esos años de arrojo ha sido que siempre valdrá la pena vivir en función a mis expectativas y no del resto. Mirando en retrospectiva me siento muy orgullosa de esas decisiones desordenadas, de priorizar mis intereses más íntimos por sobre lo que se nos ha dicho es conveniente y rentable. Para mí, los momentos de mayor plenitud no han tenido relación con la lógica de vivir según el redito económico o del estatus intelectual que conlleve una decisión.
Hoy soy mamá de Emiliano (10) y Celeste (2), a quienes he disfrutado como jamás sospeché. Conozco sus gustos, he jugado con ellos como mis padres no pudieron hacer conmigo, me han acompañado en triunfos y fracasos y he crecido mucho junto a ellos. Hoy a mis 34 años soy también periodista, tuve la oportunidad de terminar la carrera que dejé en el segundo lugar de mi lista de sueños. He escrito en medios, he fracasado, he viajado a lugares que siempre quise conocer y escribí un libro. He cumplido uno a uno mis sueños pero en desorden y he hecho pedacitos la lista con sueños frustrados que me amenazaba cuando decidí ser mamá joven y postergar los estudios.
Esos pequeños triunfos tan míos solo pude conseguirlos entendiendo mis tiempos y aceptando la porfía como virtud. No se trataba de seguir un capricho, más bien se trataba de hacer lo que yo quería desde el fondo de mi ser”.
Jimena Colombo, es periodista y tiene 34 años.