En 2019 Naciones Unidas convocó a una relatoría especial a un grupo de investigadores autónomos de diversos países que colaboran con el organismo. El tema de estudio fue la menstruación. Y la razón es que querían confirmar algo que la evidencia científica ya venía mostrando: y es que una de las principales causas de discriminación, exclusión, violencia y misoginia contra las niñas, adolescentes y mujeres del mundo, es la menstruación. Y no es el propio proceso fisiológico el que genera esta desigualdad, sino que las condiciones socioculturales en las que las mujeres estamos menstruando.
En este contexto mundial es que las autoridades chilenas, a través del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género junto al Ministerio de Salud, contactaron a la Escuela La Tribu –entidad de la sociedad civil que forma a profesionales de todas las áreas que trabajan con niñas, adolescentes y mujeres en temas de salud sexual y reproductiva, y que dictan el único diplomado que existe en el mundo en salud menstrual– para que, en conjunto, hicieran algo en relación a la salud menstrual. Fue así como nació la primera Guía ministerial de salud menstrual en el mundo.
“Pensamos que una guía ministerial podría ser una buena opción porque queríamos hacer algo que se mantuviera, que los profesionales de todas las áreas y no solo de los equipos de salud tengan a mano para que accedan a lineamientos, evidencia científica y así comprendan esta temática. Se trata de un documento inédito, que marca un precedente para otros países”, explica Patricia Mieres, Directora ejecutiva de Escuela La Tribu y autora principal de la guía, quien en esta entrevista habla de la importancia de educar sobre menstruación pues, como dice, hacerlo implica “avanzar en la igualdad entre hombres y mujeres”.
¿Por qué es necesaria esta guía?
Una de las conclusiones de la investigación dirigida por Naciones Unidas es que el ciclo menstrual es parte de lo que se conoce como el fenómeno de reducción de oportunidades para niñas, adolescentes y mujeres. Es decir, por menstruar, las niñas tienen menos oportunidades educativas, académicas, de participación en el ámbito público; las mujeres tienen menos oportunidades laborales y de acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, menos oportunidades políticas, etc. Es así de grande el problema.
¿En qué cosas cotidianas se ve esta reducción de oportunidades?
Hay dos dimensiones: la material y la simbólica. La primera se ve en situaciones como cuando a una niña en el colegio no le dan permiso para ir a cambiarse la toalla higiénica en medio de la clase, algo que nos pasó a todas. En la mayoría de los colegios en Chile no hay jabón, no hay confort muchas veces, entonces lógicamente los días que las niñas menstrúan no quieren exponerse a eso, les genera un estrés o una carga mental. Si menstruamos en promedio entre 3 a 7 días –eso es lo saludable– durante ese tiempo muchas niñas no van al colegio, o pierden la concentración. Esto también pasa en los lugares de trabajo que no están adaptados para que las mujeres menstruemos: no hay condiciones adecuadas, a veces tampoco las mujeres pueden ir al baño en cualquier momento, cuando hacen turnos, etc. A esto se le suman las condiciones de salud relacionadas con el ciclo menstrual: sangrado abundante, dolor. Como los profesionales no tienen los conocimientos clínicos para abordarlos, las mujeres padecen de esto por décadas y eso también limita su participación en el ámbito público, laboral o académico.
Y luego está la dimensión simbólica que es, por ejemplo, cuando nos dicen que por estar menstruando esos días somos más hormonales u otras frases que se han instaurado y que generan una construcción de inferioridad intelectual y emocional. El mismo temor a mancharse está estudiado que hace que las mujeres cambien sus conductas cuando están menstruando, se repliegan de los espacios y se genera vergüenza. Esto último es súper importante porque el 99% de las niñas, según cifras de la Unicef, sienten vergüenza al estar menstruando en la escuela, y el 56% de ellas dice haber recibido acoso escolar, violencia de género en la escuela por estar menstruando por parte de sus compañeros varones. Las palabras que más se escuchan son “asco” y “sucia”.
Estamos hablando de la necesidad de un cambio cultural. ¿Cómo participa la guía de esta gran solución?
Esta guía surge porque tenemos conocimiento científico de esta realidad. Sabemos que estos son hechos, no opiniones. Como esto es una realidad, ¿qué es lo que dicen las recomendaciones de Naciones Unidas? Que necesitamos que todos los actores sociales estén involucrados en terminar con los prejuicios, estigmas, discriminaciones y desinformaciones en torno al ciclo menstrual. Obviamente hay que hacer un cambio cultural, pero no es solo cultural, también es material; que cuando una mujer llegue a atenderse a una consulta de ginecología y obstetricia diciendo que le duele menstruar y que esos días ni siquiera puede levantarse de su cama, los profesionales sepan que hay estrategias sanitarias para abordar esa condición de salud y no la manden a la casa diciendo que eso es ser mujer. Entonces no es solo un cambio cultural, es un cambio de acciones. En las escuelas tienen que haber protocolos para las niñas que menstruan, tiene que haber confort, agua, jabón, espacios privados para que puedan cambiar sus insumos.
¿Cómo tensionamos estos cambios?
A través de los profesionales que trabajan con ellas. Porque son los que están en la primera línea de todas estas problemáticas. Y muchos de estos profesionales reconocen que no tienen las herramientas para hacerlo. Por ejemplo, los profesionales de la salud a veces no tienen cómo evaluar si un ciclo menstrual es saludable, no conocen los indicadores. Para hacer estos cambios, con la guía llegamos a las personas que en este momento tienen que ofrecer las soluciones.
¿Por qué los profesionales de la salud no tienen esos conocimientos?
La menstruación es el tabú más antiguo de la historia de la humanidad, que tiene raíces muy profundas, que está muy de la mano con la misoginia; que tiene siglos, milenios de antigüedad. La ciencia tiene esos mismos sesgos. La ciencia y la medicina son androcéntricas, nacen de la misma cultura patriarcal. Y doy un ejemplo: para explicar el glande del pene en la carrera de medicina, asignan varias clases, muchos recursos, está muy descrito, sin embargo, para explicar el clítoris con suerte se ocupa un rato en alguna clase. Ese fenómeno pasa con todos los procesos, especialmente sexuales y reproductivos de las mujeres. Entonces hay un nivel de formación pero es absolutamente deficiente y está lleno de sesgos. Los profesionales, hasta los más expertos no tienen la formación, menos con un enfoque de género y derechos humanos.
¿Cuáles son las expectativas con este trabajo?
Es muy importante que los profesionales tengan los conocimientos, que no haya vacíos, porque cuando hay vacíos, se completan con prejuicios. El primer impacto de la guía es generar conocimiento. Segundo, la guía tiene dos capítulos que son muy teóricos, y luego un apartado de gestión menstrual y de recomendaciones que son muy concretas, entonces desde ahí la idea es que no solo se genere el conocimiento, sino que ayude a la aplicación de éste.
¿Y por qué es importante que ese conocimiento se divulgue? Porque de esa manera estaremos combatiendo una de las barreras socioculturales que más impacta en la vida de las mujeres; y trabajando por la igualdad entre hombres y mujeres, que es necesaria para el desarrollo y progreso humano. La humanidad solo tiene futuro en la medida en que todas las personas que la habitamos podamos alcanzar nuestro máximo potencial. Finalmente estamos trabajando en una dimensión que va a ser la diferencia para el 52% de la humanidad.