Al arte de posponer para la próxima semana lo que deberíamos haber hecho hace un mes, lo llaman “procrastinar”. Un verbo que se ha puesto de moda en los últimos años y que refiere al impulso que te lleva a hacer lo más gratificante ahora mismo y postergar para último minuto los deberes y pendientes importantes. Es decir: en vez de escribir tu tesis decides ordenar el clóset por colores; tienes una presentación importante al día siguiente y figuras viendo Pasión de gavilanes en Netflix; vas atrasada por cinco minutos a buscar a los niños y te echas en el sillón a ver videos de gatitos. Algunos profesionales lo asocian al déficit atencional en adultos o a una forma caótica de ser que atenta contra tu productividad. Otros lo defienden como una forma de vida o un legítimo derecho al ocio sin culpas. Y otros, lo interpretan como un llamado de auxilio para que te replantees tu estado de salud mental. Por mientras, cientos de blogs y expertos venden solución a través de terapias psicológicas, métodos espirituales o aplicaciones tecnológicas para erradicar este tan “temido mal” contemporáneo. Pero, ¿es necesariamente un problema? ¿Por qué se origina y cuándo debemos preocuparnos?
El psicólogo Eduardo Schilling, director del Centro de Psicoterapia que lleva su nombre, señala que algunas de las posibles causas de la procrastinación son la idea de que necesitamos sentirnos motivados o inspirados para comenzar a realizar aquello que debemos hacer. “La realidad es que pocas veces nos sentiremos motivados a hacer cosas indeseables y mucho de lo que se procrastina es precisamente porque no es deseable. Entonces esperar a que la motivación llegue es un error”. Otra causa, es tener una errada sensación de seguridad. “Esta segunda causa tiene que ver con creer que aquello que debemos hacer en realidad no nos tomará tanto tiempo. En muchas ocasiones lamentablemente nos percatamos del error de apreciación una vez que comenzamos con el trabajo y nos damos cuenta que el tiempo se nos viene encima y que es mucho más de lo que creíamos”.
Un estudio de 2022 publicado en la revista Nature Communications sugiere que un origen posible para la procrastinación puede estar en un sesgo cognitivo: juramos que hacer los pendientes más tarde, de alguna manera, los hará más fáciles. En el fondo nos autoengañamos y elegimos tareas más placenteras en la inmediatez. Y esto tiene, según el origen, distintas interpretaciones. Austin Kleon, autor del best seller Roba como un artista, le da a la procrastinación una connotación más positiva. Según su libro, el foco no está en procrastinar o no, sino en qué tipo de actividad elegimos hacer en vez de los deberes que aplazamos; no es lo mismo ocupar ese tiempo en leer una novela que mirando stories en Instagram. En el fondo, apunta a la idea de sacar provecho de la capacidad de estar en varias actividades al mismo tiempo, pero de manera productiva. Pero la procrastinación también puede ser amenazante y no solo un mero problema de organización del tiempo; según un estudio realizado por la Universidad de Estocolmo, que siguó durante casi un año los hábitos de 3250 universitarios, y publicado por Jama Network Open, retrazar las obligaciones se asocia a peor salud mental, con síntomas de depresión, ansiedad y estrés, así como a mala calidad del sueño, inactividad, tendencia a la soledad y dificultades económicas.
El periodista Ignacio Osorio, de 28 años se siente identificado con esa forma de procrastinar que, lejos de ser una búsqueda de descanso, ocio o distracción, es algo que le produce angustia y que hoy a través de terapia se ha dado cuenta que contenía una depresión latente. Durante mucho tiempo se pasaba evadiendo distintas responsabilidades, sobre todo en relación a la universidad cuando era estudiantes y luego en sus primeros trabajos. “Dejaba botados múltiples proyectos por una suerte de desidia e incluso apatía que me generaba continuarlos, quedando en el olvido ideas importantes que en su momento me generaron mucha ilusión, pero me ponía cualquier excusa para no hacerlas”. Hoy, al verlo en retrospectiva, Ignacio entiende que era una demostración tangible de la ansiedad que le producían realizar esas actividades y de lo poco capaz que se sentía de poder realizarlas con éxito. Pero no descubrió el término preciso para definirlo -procrastinar- hasta terminada la universidad, escuchando conversaciones de personas cercanas que pasaban por lo mismo. “Esa sensación de saber que tengo que hacer algo y automáticamente ponerme creativo, buscar excusas para no realizarlos, contexto o situaciones que puedan intervenir y hacer que justificadamente pueda ausentarme de su realización. Ocupar mucho tiempo en buscar estrategias, ya sea de evasión o sobre cómo delegar, reduciendo la cantidad de obligaciones; o buscando la manera más rápida y menos estresante y expuesta que haya para realizarlas. En eso, pueden pasar una buena cantidad de minutos donde mi cabeza trabaja rápidamente en lugar de dedicarme a la realización de estas actividades, casi cualquiera sea. Otra manera bastante recurrente era la de dedicarme a ver Netflix o alguna plataforma como método de buscar información sobre determinado proyecto o actividad, cuando en realidad simplemente estaba evitando realizarla y quedarme en un espacio seguro y apacible”. Después de identificar que aquello suponía para él un problema de ansiedad, buscó ayuda profesional y comenzó una etapa de autoconocimiento que lo llevó a tomar conciencia de que esa procrastinación continua y casi permanente lo único que hacía era sabotear todos los intentos de desarrollo tanto personales como laborales. “Lo he tratado con terapia y también con un auto-trabajo, que se basa principalmente en estructurar mis tiempos y días, estableciendo horarios, listas de prioridades, etc. Esto me ha permitido ir superando tanto la procrastinación como inacción, como la ansiedad que determinadas responsabilidades me generaban”.
Algo totalmente contrario le ocurre a la cientista política Constanza López Videla, de 34 años. Afirma que el dejar todo a última hora, aplazar las cosas para una fecha límite sabiendo que posiblemente le generará estrés, es lo que a ella más la moviliza y gatilla su energía creativa. La historia emblema que me cuenta para ejemplificar esa locura frenética que la lleva a realizar todo corriendo es cuando postuló a una beca para irse a estudiar a China el día mismo en que cerraron la convocatoria. Sabía de ello, quería hacerlo, pero lo pospuso y lo pospuso y cuando se dio cuenta de que cerraban ese mismo día, se dedicó a correr por Santiago desde las 8 am buscando los papeles faltantes, es decir todos: improvisó una visita al doctor para tener un certificado de salud y hasta logró sacarle la firma a su jefe máximo para un permiso laboral. Grabó todo en un CD que compró ahí en la calle y llegó al filo del cierre. Una semana después la llamaron para decirle que se había ganado la beca y se fue a China. “En mi caso procrastinar se asocia a mi personalidad, como siempre estoy metida en mil cosas ocupando mi energía, la procrastinación me pega en la espalda. Pero lo genial es el efecto que provoca en mí lo posterior a la procrastinación. Aparece toda la energía creativa, veo más claramente las opciones que tengo, los proyectos, todo”.
Ahí está la diferencia a la que tenemos que estar atentos cuando nos sentimos identificados con la etiqueta del procrastinador: cómo nos sentimos realmente frente al acto de procrastinar, si es algo que nos produce angustia, estrés, culpa, o si por el contrario es una adrenalina de vivir al límite que, para bien y para mal, potencia la creatividad, como le ocurre a Constanza. “Me gusta ser procrastinadora. Eso sí, no se lo recomiendo a gente que sea nerviosa o muy estresada”.
¿Cuándo debemos preocuparnos? Schilling asegura que la procrastinación en sí misma no es un trastorno, sino una característica que casi todas las personas tenemos en algún momento de nuestras vidas. “No tener ganas de hacer cosas o ir a un ritmo más lento que otros no es un problema en sí mismo. Nos hemos estado acostumbrando a la fantasía del multitasking y la hiperproductividad, pero en realidad las personas no funcionamos de esa manera. Sin embargo, si un adulto en edad laboral comienza a sufrir la procrastinación y sus consecuencias angustiantes, podemos aprovechar ese síntoma para preguntarnos sobre las reales motivaciones o motores vitales actuales. ¿Realmente tengo algún interés en lo que hago? ¿Me hace sentido la vida que llevo día a día?”
Tomando la procrastinación como un posible signo de desmotivación, Shilling dice que puede ser entonces la entrada a procesos de cambio que pueden ser muy revitalizantes, un espacio adecuado para trabajar en el entendimiento de los síntomas. Por eso no hay que confundirlo con algunas patologías en las que el hacer cosas se hace especialmente difícil, específicamente la depresión, el trastorno obsesivo compulsivo y el déficit atencional. “Uno de los síntomas característicos de los estados depresivos es precisamente la falta de energía y motivación, la diferencia con la procrastinación es que la persona que padece depresión pierde el interés y las ganas de todo o casi todo, incluso de aquello que antes parecía gustarle. La persona que procrastina no pierde el interés en todas las áreas vitales, de hecho a veces se distrae con cosas que efectivamente le gustan, como salir a hacer deporte o ver una serie. En el trastorno obsesivo compulsivo las personas a veces no comienzan a hacer cosas debido a la inseguridad y el perfeccionismo que sienten. A veces una serie de rituales impiden hacer mucho de lo que el paciente quiere, complicando severamente la vida cotidiana. A veces es frecuente pensar que procrastinar porque tenemos algún tipo de problema atencional o déficit. Sin embargo, la persona con déficit atencional no sufre su olvido, al menos no inmediatamente. La diferencia es que la persona que procrastina no está viviendo un olvido, sino posponiendo algo de lo que está consciente, por esto mismo puede sentir culpa o angustia. De todas formas, tanto la depresión, el TOC y el déficit atencional tienen tratamiento farmacológico y psicoterapéutico, pero son tres patologías que si bien a primera vista pueden relacionarse con la procrastinación, viéndolas un poco más de cerca uno puede darse cuenta que el no hacer del procrastinador es diferente al no hacer de la persona deprimida, con TOC o con déficit atencional”.