Si hiciéramos una lista de todo lo que hicimos entre las 7 y las 10 de la mañana de un día laboral, seguro sumaríamos al menos 10 actividades. Un par de ejemplos: preparar desayuno, vestir a los niños para ir al colegio, ponerles una colación en la mochila, ducharse, arreglarse, pasar a dejarlos. Comenzar la jornada laboral con la reunión número uno y anotar cuatro nuevos pendientes a partir de ella. Tomar café, ver qué hay en Instagram, contestar algunos correos, y luego la reunión número dos.
Estamos muy ocupadas, qué duda cabe. Hoy un profesional puede asistir hasta a 62 reuniones al mes y pasar el 28% de su tiempo respondiendo correos electrónicos. Cifras que son solo un botón de muestra de la vida ajetreada, y que Dorie Clark, profesora de educación ejecutiva de la Universidad de Duke, mencionó en la charla TEDx que hizo en mayo pasado sobre cuál es la verdadera razón por la que nos sentimos tan ocupados.
Clark, consultora de Google, el Banco Mundial y Microsoft, entre otras grandes empresas, y una de las 50 mejores pensadoras de negocios en el mundo según Thinkers50, reflexiona en esta conferencia sobre el por qué solemos decir que necesitamos más tiempo libre, pero a mismo tiempo, seguimos tomando decisiones que nos tienen agobiadas y atareadas.
Para la investigadora de la Universidad de Columbia, Silvia Bellezza, en cierto punto la hiperproductividad es, en realidad, una forma de estatus. Una mirada en la que coincide la psicóloga Paz Domarchi (@ps.pazdomarchi): “Si tienes mucho tiempo libre, te miran raro, te preguntan si está todo bien con tu pega y con tu vida. En cambio si te ven apurada, con mucho que hacer, es sinónimo de éxito. Socialmente no es bien visto estar desocupado. Se ve como sinónimo de ser flojo o incluso fracasado”, reflexiona Dormachi, quien trabaja en su consulta con personas con ansiedad y, en particular, con ansiedad social. “Esta necesidad de cumplir con todo y de estar siendo siempre productivos es un factor común en quienes sufren de ansiedad. Parece ser que se nos ha inculcado que solo si somos productivos, estaremos ‘cumpliendo’ con lo que se espera de nosotros y que, por ende, seremos merecedores de lo bueno de esta vida. Esto suele ocurrir bastante en las mujeres: solo si somos productivas nos sentimos bien con nosotras mismas, dejamos de lado (por un rato) la autocrítica y sentimos que merecemos recibir el amor propio y ajeno”, añade.
Mientras que Dorie Clark lo ejemplifica así: “Cuando decimos ‘oh, estoy tan ocupado’, lo que realmente estamos diciendo es una versión socialmente aceptada de ‘¡soy tan importante, soy tan popular, tengo tanta demanda!’. Y la verdad es que puede ser difícil renunciar a ese sentimiento”.
Por qué necesito producir sin parar
El mes pasado, el doctor en Sociología Thomas Henricks, profesor emérito de la Universidad de Elon, escribió en su columna del sitio Psychology Today sobre la “productividad compulsiva”. Acuñó este término para referirse no solo la presión ─sino a la necesidad─ de mantenernos ocupados por las más diversas motivaciones: para perfeccionar nuestra carrera u oficio, desarrollar habilidades, buscar la superación personal, el deseo de ser útil, de hacer cosas que beneficien a los demás o nosotros mismos. Las razones pueden ser válidas y muy variadas; el punto ─se pregunta Henricks─ es preguntarse por los riesgos de una vida en que se produce sin parar.
Esa producción, además, no solo es en el ámbito laboral. Como explica la psicóloga Ximena Lara (@ps.ximena_lara), quien trabaja con adultas jóvenes, se trata de llenarse de compromisos en general, ya sea familiares, sociales, de estudios, de trabajo, etc. Es decir, tener la agenda sin espacios: gimnasio, trabajo, happy hour, crianza, y así cada día.
La psicóloga Catalina Niño de Zepeda (@cataninodezepeda), experta en Personas Altamente Sensibles (PAS) y en Trauma, explica que cuando hemos sido criadas en ambientes caóticos y estresantes, en entornos en que muchas cosas estaban sucediendo, y donde no había alguien que cuidara de nuestras necesidades y nos diera espacios de calma, crecemos en “modo sobrevivencia”. Esto es: hiperalerta e hiperactivos, porque esa es la manera adaptativa, en que nuestro sistema nervioso asegura nuestra supervivencia. “Esto se instala como patrones subconscientes, no nos damos cuenta, y vamos replicando esto en el colegio, en la universidad, el trabajo, llenándonos de actividades, compromisos, sin dar espacio para contactarnos con nosotros mismos y, por ejemplo, percibir que estamos tristes, o que necesitamos un abrazo”, comenta. Y añade un ejemplo: “Pensemos en un bombero, que está saliendo a incendios 24/7, por varias semanas o incluso meses, y de repente ya no hay más alertas, no más alarmas, sólo silencio. El bombero se va a inquietar mucho, ya que lleva mucho tiempo pendiente de alertas y apagando incendios, en modo sobrevivencia, en ‘hacer, hacer, hacer’”.
En este contexto, la psicóloga Ximena Lara apunta a lo que puede aparecer cuando dejamos de estar en ese constante hacer. Algo de ello vio en la pandemia: “Los psicólogos teníamos la consulta llena y no necesariamente eran temas relativos al Covid o al nuevo escenario, sino traumas que comenzaron a aparecer. Muchas historias de abuso, también relaciones tóxicas. Con otros colegas nos preguntábamos por qué ahora aparecían: y creo que tiene que ver con que las personas obligadamente tuvieron que parar. Ya no podían evadir aquello que quedó sin procesar o abordar”, añade Lara. “La evasión es un mecanismo de defensa para no hacer frente a ese contenido que aparece mentalmente, entonces haces otras cosas y te llenas de tareas por hacer. Cuando te detienes y te centras en ti misma, y la mirada se vuelve hacia adentro, empiezan a aparecer los fantasmas del pasado, que flotan como la madera en el agua”, añade.
Camila Pardo (@psicologa.camilapardo), psicóloga que trabaja con mujeres que buscan comunicarse asertivamente y establecer límites sanos, señala que la productividad compulsiva también tiene que ver con una dificultad al establecer límites: “Tanto conmigo misma, como con los demás. Por eso, es importante escuchar las propias necesidades y definir las maneras que me permitan cuidarme y que siento que son sanas para mí. Y con maneras me refiero a horarios, espacios físicos, saber cómo estoy balanceando mi vida, con quiénes estoy compartiendo, incluso la manera en que me hablo a mi misma”, finaliza.