Muchas mujeres chilenas vieron en las arpilleras una forma de ganarse la vida durante la dictadura, plasmando lo que se vivía en sus comunidades en coloridas composiciones de tela unidas a través del bordado. “Yo empecé más o menos el año 76. En esos tiempos la cosa era muy mala y yo llegué a vivir a esta toma en Lo Hermida cuando no tenía qué darle de comer a mis hijos”, cuenta Gloria Gallardo, artesana arpillerista.
Un día, Teresita Muñoz -también arpillerista y vecina-, le preguntó a Gloria si quería participar en un taller. Ese fue el comienzo de las arpilleras que hoy, cuarenta y cinco años más tarde e impulsadas por formaciones de Artesanías de Chile, bordan en formatos que habrían sido impensados en aquella época. “Al principio no sabía qué plasmar en las arpilleras. Mi amiga me dijo que saliera a la calle y mirara mi alrededor. Ahí vi casas, calles, árboles. Más allá vi cerros. Eso empecé a plasmar en las telas’”.
Así, las calles que Gloria había visto desde los cinco años, cuando llegó a Peñalolén arriba de un camión que iba cortando árboles para hacer camino, se convirtieron en el escenario de sus bordados. Eran días donde ella, Teresita y otras artesanas iban a una iglesia cerca de Lo Hermida para asistir al taller de arpilleras y a crear los trabajos que luego entregaban a la Vicaría de la Solidaridad. Trabajos que se vendían en el extranjero llevando al mundo escenas de fábricas cerradas, paros de micros, ollas comunes, barricadas y del mismo taller de las arpilleras en Peñalolén.
“Cuando mi mamá empezó a bordar para la Vicaría de la Solidaridad, yo tenía como ocho años”, recuerda Rosario Muñoz, hija de Gloria. “Yo la ayudaba a enhebrar las agujas para que pudiera bordar más rápido y ahí empecé a relacionarme con las telas, las lanas y todo eso”, dice quien años más tarde seguiría el mismo camino y se convertiría en artesana. De hecho, Rosario todavía recuerda cómo de las ropas en desuso Gloria sacaba el material para sus arpilleras: cuando daba de baja el pantalón de uniforme de sus hijos, utilizaba la tela como soporte; la tradicional camisa celeste de liceo se convertía en el cielo de Chile y un poco de la masa cruda del pan que amasaba para la once, servía para crear las pequeñas hogazas que adornaban sus escenas cuando incluían amasanderías.
Con el cierre de la Vicaría de la Solidaridad Gloria se resistió a dejar su oficio. “Auqnue quedamos como botadas yo siempre hacía arpilleras y las guardaba esperando que algún día se pudieran vender. Las guardé envueltas en varias bolsas y las cambiaba de un lado a otro para que no se apolillaran”, recuerda.
Pasaron cerca de 30 años hasta que, en una feria de artesanías, por fin pudo mostrar y vender las arpilleras que había guardado por tanto tiempo, cuando llegó a Fundación Artesanías de Chile y empezó a entregar sus trabajos. “Sentí que estábamos reviviendo las arpilleras”, cuenta Gloria.
A pesar de sus largos años en el oficio, en las formaciones de Fundación Artesanías de Chile Gloria dice que ha descubierto una nueva cara de las arpilleras y ha logrado integrar elementos de diseño y cálculo de costos a su oficio. Siguen haciendo arpilleras de denuncia, dice, pero ahora llevando esas escenas a blusas y bolsos. “Se ve tres veces más bonito”, dice Gloria. Rosario agrega: “Ha sido súper importante, porque hemos aprendido a sacar nuevos productos. También tenemos más posibilidades de ventas, así que estamos bien contentas por ese lado. Ha sido bien bonito el proceso”. Para ella, lo más importante en este proceso ha sido aprender a calcular el verdadero costo de las arpilleras. “Ha sido muy útil, porque antes nosotras íbamos sacando el precio al ojo. Por ejemplo, el cierre, 700 pesos, más la tela; un poquito más y así. Nos dimos cuenta de que no sabíamos realmente lo que valían. Pero ahora nos enseñaron bien”.
Gloria intenta traspasar lo que ha aprendido en las formaciones a su comunidad. Los dedos de sus manos, que tienen las yemas gastadas de tanto bordar, y sus ojos cada vez más cansados, son algunos vestigios que este oficio ha ido dejando en su cuerpo. En honor a ellos, trata de convencer a las otras arpilleristas de cobrar lo que corresponde: “Yo le digo a las chiquillas los precios. Esto vale tanto, por favor vendan a este precio, no regalen su trabajo, no regalen su vida, porque esto es la vida de uno: es lo que uno ha aprendido, lo que uno sabe, lo que uno vio, lo que uno vivió”, dice emocionada.
En el futuro, Rosario quiere apoyarse en las enseñanzas de la fundación para traspasar el oficio a otras personas. “Como hija de artesana, mi lucha es que la gente aprenda realmente cómo es el oficio, que se mantenga en el tiempo y perdure esto que ha sido la pasión de mi mamá y que ahora es la mía”, afirma.
*Este testimonio es parte del libro Proartesano 2021. Semillas de Cambio, editado por Fundación Artesanías de Chile y publicado en exclusiva para Paula.cl.