Podría ser una obviedad, pero el no estar presentes en la relación cotidiana de nuestras hijas e hijos con otros adultos muchas veces no nos permite percibir –y por tanto entender y valorar– la conexión que se da entre ellos y, por ejemplo, sus profesoras o cuidadoras. Es lo que le ha ocurrido a Carola (41) desde que comenzó la cuarentena. “He tenido la suerte de poder quedarme en la casa e incluso tener espacios para acompañar a mis hijos en sus juegos y tareas escolares. Como son chicos aun, desde el colegio nos exigen que un adulto los acompañe en las reuniones que se hacen por Zoom y en esas instancias no he parado de observar a la Xime, su profesora jefe. Yo siempre he sabido que es una mujer muy cariñosa. Mi hija y el resto de sus compañeros la adoran, pero mientras iban al colegio su relación era un enigma para mí. Yo la dejaba en la sala de clases, luego la iba a buscar, y durante el año veía avances en mi hija, pero nunca fui parte de ellos, hasta ahora que lo soy, pero como un simple espectador”, cuenta.
Y es que efectivamente quienes cuidan a diario a las niñas y niños suelen ser quienes están presentes en sus hitos y logros. “Esto claramente implica una cercanía. Un cuidador o cuidadora genera con los menores una relación que a nivel emocional se compara con la de cualquier familiar cercano, ya que es justamente el día a día, esa cotidianidad, la que les permite compartir experiencias que son marcadoras para toda la vida y que generan lazos difíciles de borrar”, explica la psicóloga Rocío González. Ximena, la profesora del curso de la hija de Carola, piensa lo mismo. “Trabajo con niñas y niños de preescolar, por tanto me ha tocado presenciar la primera vez que alguno logra pintar sin salirse del cuadro, a otros los he acompañado en el proceso de dejar los pañales e incluso les he ayudado a tirar el primer diente que se les cae. Cuando uno vive a diario situaciones así, es imposible no generar un lazo, no quererlos y también no extrañarlos. Eso es lo más difícil de este periodo, porque aunque los veo dos o tres veces por semana por la cámara, no es lo mismo. Extraño sus ruidos, sus preguntas, cuando me tiran la blusa para que los mire. Incluso extraño sus mañas y sus peleas, porque cada dos años, cuando tomo un curso –en su colegio los recibe en prekínder y los entrega cuando pasan a primero– es como que tuviera 25 hijos nuevos”, cuenta.
En este tiempo de pandemia, se ha hablado mucho respecto de cómo les está afectando a las niñas y niños el cambio de rutina, pero a las personas que solían cuidarlos también les ha cambiado la vida. Y Marcela (54) es una de ellas. Es la cuidadora de los dos hijos de Alejandra (37). “A mis niños los conozco desde que nacieron, son mis guaguas y siempre lo van a ser”, dice nostálgica. En marzo fue la última vez que fue a la casa de Alejandra a cuidar a sus hijos de 5 y 7 años, y desde entonces intenta mantener el contacto por videollamada. “Gracias a Dios sigo con el trabajo, me siguen pagando, pero más allá de lo económico, que reconozco y agradezco muchísimo, lo que más extraño es poder ser parte del día a día de los niños”, cuenta. Intentan hablar por videollamada, pero dice que es difícil esa transición de estar con ellos todos los días, de esperarlos del colegio, recibirlos con comida y que la abracen a pasar a hablar con ellos un par de veces a la semana. Recuerda también que una de las primeras veces que hablaron los niños le contaron que una vecina los iba a ir a cuidar a veces. “Fue como si mi marido me pusiera el gorro, me puse celosa, aunque después me explicaron que era una joven que conozco, que es estudiante universitaria y que como está encerrada igual que ellos, llegaron a un acuerdo para que fuera a la casa un par de horas a la semana mientras la señora Alejandra trabajaba. Pero reconozco que mi primera reacción fue decirle ‘¡ojo, que esos niños son míos!’”, dice riendo. Confiesa que también le entristece saber que están creciendo y que como esto es tan incierto y no se sabe cuándo se van a volver a ver, pueda perderse algo importante en sus vidas.
Lo mismo que le ocurre a Francisca (26). No llevaba tanto tiempo trabajando en una casa al cuidado de tres niños cuando partió el confinamiento. “Estoy terminando la carrera de educadora diferencial y como ya tenía menos ramos, para tener algunos ingresos empecé el año pasado a cuidar en las tardes a tres hermanos”, cuenta. Siempre le ha encantado jugar con niños, lo hace habitualmente en las reuniones familiares con sus propios primos para los que es –obviamente– la prima favorita. “Esto lo aprendí en mi carrera, ya que la comunicación a través del juego con ellos es una manera de conectar muy fuertemente con sus emociones. Y por eso mismo dejar de ver a los chicos ha sido muy difícil para mí. Los conozco hace un año, pero durante este tiempo hemos generado un lazo que es difícil de soltar de un día para otro”, dice. Por eso, cada vez que habla con ellos por videollamada intenta, en la medida de lo posible, replicar esos espacios de juego. “Ver sus caritas de sorpresa cada vez que hacemos un juego de magia y alegrarse cuando superamos una prueba en Roblox –un juego en línea– es lo que más extraño. Intento decirle a los papás que mientras puedan sigan con eso, que ya habrá tiempo para ordenar y volver a la normalidad, pero que los niños nos necesitan tanto como los necesitamos nosotros”, dice.
Carola también ha aprendido lo mismo. “El otro día le escribí un mail a la Xime, no me aguanté. Después de observarla un par de meses compartir con los niños me nació agradecerle su entrega y cariño. Y es que dentro de todos los aprendizajes que nos ha traído esta pandemia, el que más me ha emocionado es saber que hay gente que quiere tanto a nuestros hijos como nosotros mismos, los padres. Lo vi con la profe en el caso de mi hija, pero sé que están las empleadas domésticas, las cuidadoras, y muchos adultos que son relevantes en sus vida, a los que la distancia les está doliendo fuertemente”.