Son las once de la mañana del miércoles y un empresario de setenta años toca la puerta de una vieja casa de adobe en el número 2364 de calle Villaseca, en Providencia. "¿Aquí es donde se pueden venir a buscar árboles?", pregunta. El joven que le abre le puerta asiente y le da la bienvenida. "Previo a la demolición de este enorme paño donde hay una casa y un gran jardín, invitamos por redes sociales a todas las personas que quisieran venir a buscar cualquiera de las más de 100 especies nativas y árboles frutales que han crecido aquí", explica el ingeniero Diego Encina (32), uno de los encargados del proyecto.

El empresario entra, atraviesa un pequeño bosque y cuenta que anoche le llegó un video por WhatsApp en que se viralizaba la invitación. Asegura que viene a buscar árboles nativos para el jardín de su casa en la playa. Él sabe de plantas y comprende el valor de un individuo adulto. Más allá, junto a un cactario, hay una diseñadora de cuarenta años, transpirando, metida con sus zapatillas varios centímetros bajo el nivel de la tierra. Está desenterrando un ciruelillo de tamaño mediano. "Las plantas generalmente se compran en viveros o se regalan pero pasa algo muy distinto cuando desentierras tu propia planta y la conoces literalmente desde la copa hasta la raíz", dice Diego. La diseñadora, quien llegó impecable hace media hora, ahora está completamente enterrada.

"Este es un proyecto experimental", agrega el arquitecto Joaquín Cerda (32), el otro de los creadores. "Al ver a las personas que han llegado hoy nos hemos dado cuenta que se genera el vínculo con los árboles que ha sido clave para nosotros y que esperamos que siga siendo fundamental para el futuro", agrega Diego. Hace cinco años un grupo de amigos recibió el llamado de una inmobiliaria que después de adquirir esta casa abandonada los invitó a hacer "algo" en el terreno. "La inmobiliaria lo ocupaba para acopiar material y mientras no se vendieran las casas vecinas no le iba a dar otro uso. Como grupo les presentamos un proyecto de activación para hacer de este un espacio cultural y nos sentamos a esperar su respuesta", recuerda Diego.

Joaquín y Diego se habían conocido de chicos. "Somos compañeros desde prekinder en el Andrée English School y desde siempre a los dos nos gustó lo mismo: subir cerros y saber de plantas", dicen. Después del colegio Joaquín estudió arquitectura y se especializó en arquitectura del paisaje y Diego al terminar ingeniera hizo un magíster en sociología organizacional y tomó varios cursos de paisajismo, por eso cuando en julio del 2014 la inmobiliaria aceptó su proyecto y les concedió el terreno de mil metros cuadrados, no sólo tenían ganas, sino que conocimientos específicos y un plan: la idea de los dos amigos era involucrar a la comunidad para crear un lugar que fomentara la reunión, la reflexión y la creación a través de la naturaleza.

"Durante cinco años hicimos aquí más de 100 eventos culturales de todo tipo, conciertos, obras de teatro, lanzamientos de libros y talleres", cuenta Diego. Uno de los más masivos fue una sesión de Sofar en la que tocó de sorpresa Nano Stern y ambos recuerdan con orgullo las noches en que fueron sede del Festival Internacional Santiago Off con una premiada obra nacional. Pero también reconocen que al principio les costó apropiarse del lugar ya que parecía haber sido abandonado de súbito. "En la casa había ropa y muchas pertenencias personales intactas", recuerdan. "En un principio nos sentimos intrusos y de a poco fuimos familiarizándonos. Descubrimos por ejemplo que la última persona que vivió acá fue una señora que se llamaba Olga y ahora tenemos fotos de ella, además de documentos de su familia que datan de 1800", cuentan. Llevaban menos de un año a cargo del lugar cuando una mañana tocaron la puerta de la casa y se sorprendieron al reconocer a uno de los hijos de la señora Olga quien, al volver a entrar al jardín de su infancia, se puso a llorar de emoción.

Es que además de las actividades que hicieron durante cinco años, el grupo de amigos limpió, cuidó e hicieron crecer las plantas que había. Por eso cuando a principio del 2019 la inmobiliaria propietaria les contó que la demolición tenía fecha para abril de este año, los dos amigos se sentaron en uno de los viejos sillones que tienen en la terraza de la casa y pensaron qué hacer. "Nuestro amor por las plantas nos hizo sentir que teníamos que salvarlas", recuerdan Diego y Joaquín. Así que lo primero que hicieron fue un catastro del jardín que ocupa cuatro quintos de la propiedad.

"Estos árboles estaban todos cortados y en cinco años brotaron y tuvieron una nueva vida, ahora tenemos un pequeño bosque", dicen. Contabilizaron 123 árboles rescatables, lo que era un número alto para una casa particular, y 15 especies. Hay dos higeras enormes y un almendro que tendrían que ser sacados con máquinas "o a través de esquejes", como dicen los dos, además de varios otros árboles, unos nativos y otros inducidos, cactus y arbustos. "Nos interesó la idea de que en otro lugar se pudiera hacer paisajismo con estas especies", dicen.

Lo primero que pensaron fue sacar los árboles ellos mismos, llevarlos a un sitio neutro donde estuvieran "en espera" y ese fue el origen del proyecto que hoy los une: Arbolera. "Pensamos en la palabra arbolera porque así como los perros se custodian en perreras, a los árboles nosotros los pondríamos por mientras en una arbolera", explica Diego. En poco tiempo @proyectoarbolera se transformó de una iniciativa de rescate en un nuevo espacio que gestionaron en la comuna de Providencia. "Conseguimos un sitio eriazo en Las Urbinas 98, en una cuadra muy privilegiada de Santiago y estamos montando ahí una galería de flora nativa para el futuro desarrollo de la cultura medioambiental", dice Joaquín.

"Pero no sabemos que vendrá más adelante para nosotros. Finalmente nos gustó la idea de que cada persona viniera personalmente a buscar y a trasplantar lo que quiera llevarse. Grabamos un video invitando a los que vinieron y lo empezamos a difundir anoche", dice Diego. Tocan el timbre, es una vecina que vive a una cuadra, que viene a hacer esquejes de la higuera y de un cactus de tunas. "Por ahora hacemos un llamado a todas y a todos los que quieran a que vengan hasta este sábado 30 de marzo a sacar plantas y árboles. Las plantas son compañía y vida", dice Diego. "Todos los días se botan casas con sus árboles en Santiago y nadie hace nada. Nosotros quisimos hacer algo y lo hicimos. Lo seguimos haciendo. La idea es que este bello parque siga viviendo pero ahora en distintos hogares. A nosotros puntualmente nos interesa que se conozca la flora nativa y para quien quiera desarrollar este amor, nada mejor que empezar con una sacada con sus propias manos, directo de la tierra".