Por qué es importante esperar menos y pedir más

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Estos tiempos no han estado fáciles y creo que en la mayoría de los casos somos las madres y mujeres quienes otra vez tendemos a quedar más recargadas. Pienso que esta pandemia ha hecho aún más visible las diferencias en las co responsabilidades entre hombre y mujer, y que la balanza una vez más se carga hacia nosotras. Y no lo digo para que los hombres se sientan atacados, sino con el fin de poder hablar de una realidad que vengo escuchando desde que empezó la cuarentena y que creo es importante levantar en nuestras casas.

Como mujeres y mamás nos ha tocado hacernos cargo de las tareas de la casa, del aprendizaje de nuestros hijos, del teletrabajo. Si es que logramos llegar a eso, porque he escuchado innumerables quejas e historias de lo cansadas que estamos. Y claramente yo soy una más de esas. Reconozco que al final del día es como si me hubiera pasado un camión por encima y que empiezo y termino el día muchas veces quejándome. Y aunque tuvimos un pequeño respiro en estas dos semanas de "vacaciones" de nuestros niños, desde este lunes estamos haciendo malabares para lograr hacer todo lo que implica esta nueva vida en casa. Una vez más nos ponemos el delantal para las tareas domésticas, los anteojos para ser profesoras, los jeans ajeados para ser mamá y la blusa linda para ser las profesionales. ¿No será demasiado? ¿Necesitamos realmente hacernos cargo de todo? ¿Cuánto y cómo estamos pidiendo más ayuda?

Siempre he pensado que esperar que el otro lea o adivine lo que necesitamos es casi imposible. Estoy a favor de pedir ayuda y de ser explícita en nuestras necesidades y por eso la mayoría de las veces pido explícitamente a mis hijos y a mi pareja lo que espero y quiero de ellos. Y aunque muchas veces uno espera que la pareja tome la iniciativa para aliviar nuestra carga mental o para equiparar las corresponsabilidades, la realidad es que en el día a día uno como mujer va asumiendo las cargas de un rol estereotipado que implica hacerse cargo de todo lo que ocurre en la casa. Sin duda eso nos enferma. Y no solo nos enferma a nosotras, sino también enferma nuestras relaciones.

Si no pedimos lo que necesitamos y hacemos todo lo que creemos que recae en nuestros hombros, nos llenamos de rabia por no ser "ayudadas". Lo pongo entrecomillas, porque la realidad es que no deberíamos ser "ayudadas", sino que deberíamos co hacer y co construir nuestro hogar equitativamente entre todos sus integrantes. Cuando no logramos equiparar las tareas del hogar nos cansamos y es en ese cansancio que nace la queja eterna "es que ustedes no ayudan en nada", "es que soy yo la que termina haciendo todo", "es que tu nunca lavas los platos", "es que está todo desordenado y yo termino ordenando".

Es esa queja la que genera en el otro una rabia enorme, porque tampoco es visto en lo que sí hace (aunque a ratos sea poco a nuestros ojos), porque sentimos que la balanza siempre está cargada hacia nosotras. Y entonces las relaciones tanto con nuestros hijos como con nuestra pareja se vuelven un ir y venir de quejas versus defensas, una constante medición de quién esta haciendo más o mejor las cosas. ¿Qué necesitamos hacer entonces? ¿Cómo detenemos este espiral que claramente no nos lleva a ninguna parte?

Necesitamos conversar y realmente dividir las tareas explícitamente.  La mayoría de las veces esperamos que esto ocurra espontáneamente y como eso suele no ocurrir, nos llenamos de quejas para que sí ocurra. ¿El problema? Que la queja como solución no solamente es poco eficaz, sino que se transforma en algo completamente inútil. Necesitamos pedir más y esperar menos, necesitamos pedir más y quejarnos menos.

Actualmente nos encontramos en una situación extraña, lejos de la realidad diaria y mucho más recargadas que antes, es por esta razón que tenemos nuevamente la oportunidad de hacer las cosas de distinta manera. De poder sentarnos en familia y explicitar nuestras necesidades como mujeres, como madres, como hijas. Hoy somos un equipo en cuarentena y tenemos que funcionar como tal. No podemos hacerle frente solas, estamos todos dentro de este barco y necesitamos de nuestro equipo para no naufragar. Necesitamos pedir ayuda y equiparar la balanza.

Si logramos ser más explícitas y estamos dispuestas a recibir pidiendo, conseguiremos sentirnos queridas y acompañadas en nuestras tareas diarias. Podemos ser menos exigentes con el resto y con nosotras mismas. Si necesitamos que nuestro hijo adolescente nos salude en la mañana o haga su cama todos los días, si necesitamos que nuestra pareja haga más tareas diarias de la casa o necesitamos simplemente ser escuchadas y aceptadas en nuestro cansancio, pidámoslo abiertamente y de corazón, explicándole al otro por qué es tan importante para nosotras. Y si lo que pedimos llega, valorémoslo, pues nos han visto en nuestras necesidades.

María José Lacámara, psicóloga infanto juvenil, especialista en terapia breve y supervisora clínica. @joselacamarapsicologa

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