Pucón y la Región de los Ríos: siempre ahí para sorprender
Relato de un viaje de Trinidad Id (@trini_id). Publicista de profesión y ex productora de moda, con estudios en fotografía (Parsons NY) y redacción creativa (NYU). Actual directora de la agencia de marketing digital Chok Chok Social, radicada en Nueva York.
Por Trinidad Id / Ilustración: Sonja Bajic (@sonjabajic)
Paula.cl
Cuando echo de menos Chile lo primero que se me viene a la cabeza geográficamente es Pucón. Pienso en mi casa camino a Villarrica. La vista al lago, el olor a leña quemada de la calle Fresia, los atardeceres eternos, las montañas que, según yo, son parecidas a las de Tailandia (país que nunca he visitado), y ese cielo puro, inocente y con carácter a la vez. Es el sur de Chile el lugar más lindo del mundo.
Pero es más que eso. Son mis recuerdos de temprana libertad adolescente con mis compañeras de colegio en el hostal de la calle Palguín, sin horarios, en camarotes, con las primeras fogatas de madrugada y los amores de verano. Me acuerdo que para mí era un micromundo. Esos años donde el tiempo aún no se pasaba tan rápido como hoy.
Mi historia con Pucón tiene un antes y un después de la calle Palguín. Cuando chica, iba con mi prima y su familia loca de ademanes italianos. Fue ahí cuando por primera vez fui a una discotheque –mi tío nos acompañó– y, por supuesto, no bailé con nadie. Los recuerdos de más grande en Palguín son ya de universitaria, freelance y viajera como lo sigo siendo. Pucón era siempre el amor anhelado y la pena al separarse.
Hace dos veranos exactos que no pasaba tiempo en mi amado pueblo del sur, donde orgullosamente se puede decir que están prohibidas las bolsas plásticas de basura, y donde los atractivos no son uno, sino miles: volcán, lagos, ríos, montañas. Como diría un gringo, bien gringo: "you name it!".
Fue increíble tener la oportunidad de ver los ojos de Pucón a través de un extranjero. Ian, mi pololo, parecía la señora que se ganaba el auto en Sábados Gigantes cuando pisó suelo en la Región de la Araucanía. Todo le parecía fascinante y abundante, y casi lloró con la vista de mi casa. Decía que la geografía y naturaleza de este rincón del mundo le recordaba a su natal Irlanda pero con esteroides. Y tiene razón, porque las vistas y la geografía de la zona son bucólicas.
En esta ocasión, muy "pecho paloma" le mostré mi querido sur de Chile a este extranjero, haciendo ademán no solo de nuestra hermosa geografía, sino de nuestras atracciones, calidad de vida y del espíritu de nuestra gente.
Seguimos nuestro paseo con la maravilla de invitación que recibí del Hotel Vira Vira a conocer sus instalaciones, quesería y restorán. Si ustedes ya han escuchado un poco de este hotel, les comento que los rumores son verdad. No debe existir un mejor hotel en la zona que pueda hacerles la pelea a todos sus puntos altos: la increíble y privada ubicación a orillas del río Liucura; las habitaciones extra-large de materiales nobles y locales pulidos a la perfección para una estadía de lujo sin opulencias exageradas, y su servicio de excelencia que lo convierte en un refugio ideal.
Sus dueños, una pareja suiza, hicieron de este terreno –con río y unas vistas al volcán fuera de este mundo– un lugar con todo (todo) lo necesario para una experiencia única, sin dejar nada al azar, respetando el entorno y carácter de la zona, y ejecutando todo de una forma de primer nivel.
Memorable nuestro paseo por la quesería, a cargo de un encantador suizo que viene exclusivamente a Chile a monitorear que sus quesos estén a punto y todo funcione a la perfección. Con variedades que van desde brie hasta parmigiano-reggiano, la pequeña quesería abastece también al restorán del hotel. Por último, terminamos el día en un paseo en floating que nos dejó aún más enamorados de este lugar. Tuvimos, por una hora, contacto directo con la naturaleza, con el río Liucura, sus paisajes, y con su conexión con el majestuoso volcán Villarrica.
Luego partimos con un paseo a las Termas Geométricas, proyecto del arquitecto chileno Germán del Sol. En el camino paramos en todos los pueblitos que encontramos, comimos helado casero, tomamos sopita y, al llegar, quedamos anonadados por la belleza de unas termas que con casi nula alteración de lo natural, parecen una obra de arte. Si ustedes son como yo y piensan que en teoría ya no les gustan las termas, les recomiendo sacarse esa mala teoría de sus cabezas y visitar sí o sí este lugar y su entorno.
Por último, el paseo al mágico parque del Huilo Huilo con sus saltos, bosques y hoteles de cuento –el Montaña Mágica o Nothofagus–, completó una semana de esa paz, energía y renovación que te da nuestro sur. Ian pudo comer una empanada de pino cerca de Panguipulli gracias al horno de barro maestro de un señor que debe repetir el rito de vender todos los días a orillas de la carretera. La empanada estaba a punto, y una vez más Ian me comentó la amabilidad de los chilenos del sur, su simpleza y la tranquilidad en la que viven. Nunca olvidó cómo una familia completa dentro de una camioneta nos ayudó a llegar a destino el primer día cuando nos sentíamos perdidos camino a las termas. Viniendo de alguien que vive en Nueva York, una de las ciudades más cotizadas del mundo, me sorprendió y alegró escucharlo decir: "Toda la gente de esta zona despierta cada mañana y tiene, sin ninguna duda, mejor vista que nosotros y mejor calidad de vida. No se necesita tanto".
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