¿Puede un post en redes costarte el trabajo?
El otro día estaba mirando el perfil en Instagram de la amiga de una amiga. En sus historias, había compartido una ilustración sobre el gobierno actual que mezclaba contingencia y humor. Cuando actualicé el feed, la historia había desaparecido. La borró al minuto de haberla subido. Me pregunté por qué, si ella normalmente compartía ese tipo de contenido y todos en la red sabíamos sobre su postura política. Pero luego me acordé que hace dos meses la habían echado de su primer trabajo, justamente por pedir que renunciara el Presidente en sus redes sociales.
A Patricia (33) le pasó algo similar, pero se salvó. A principios de octubre, había sido contratada en una empresa dedicada a proyectos sociales que recibe fondos estatales. Se hizo amigos rápidamente, entre ellos a una compañera que vestía una onda punk, usaba piercings y labios oscuros. Después del estallido del 18 de octubre, la chica comenzó a faltar a las reuniones, sus jefes la excusaban o derechamente la omitían de las instancias. Cuando Patricia preguntó qué había pasado, la respuesta estuvo en las redes. "Me dijeron que habían investigado sus perfiles de redes sociales y tenía publicaciones asociadas al movimiento social que podían ser perjudiciales para la empresa", explica. Se quedó muda. También había compartido su opinión política, pero según ella, por suerte, las tenía resguardadas para quienes no fuesen sus "amigos".
No tuvo que decir nada, y con una sonrisa le contaron: "Sí, a ti también te investigamos. De hecho, estuvimos a punto de no contratarte. Nos daba miedo que por tu tendencia política y tu activismo pudieses ser un peligro para el proyecto". Cuando preguntó qué fue lo que habían encontrado en sus redes sociales, le respondieron que había sido su foto de perfil: tenía puesto "liberen al machi Celestino Córdova", líder mapuche que estaba encarcelado.
El miedo a la expresión de la opinión política, ya sea en redes o cara a cara, no es nuevo. El estudio "¡En esta mesa no se habla de política!", basado en datos de la CEP 2017, dice que un 36% de las personas creció escuchando de sus padres la frase que "era mejor no hablar de ciertas cosas con alguna frecuencia". Además, el 70% declara no haber conversado de política con los amigos, el 60% no discutía el tema con la familia y el 67%, o sea dos de cada tres chilenos, no conversaba temas relacionados con el gobierno, las elecciones y la política con nadie.
Pero eso fue hace tres años. El 25 de octubre de 2019, 1 millón 200 mil personas asistieron a la marcha más grande que se haya registrado en de Chile para manifestarse por la situación política del país. Para el 3 de noviembre, más de 10 mil personas se habían reunido en una convocatoria de 300 cabildos y conversatorios en 73 comunas hechos por la mesa de Unidad Social. El 26 de abril de 2020, tendremos una votación histórica para decidir si cambiaremos nuestra Constitución y cómo. Y es que después del estallido todo se volvió sobre política, y aún más en nuestras redes sociales.
Nicolás Freire, cientista político y director del Observatorio de Opinión Política y Redes Sociales de la Universidad Central, explica que hay tres motivos por los cuales una persona podría verse motivada a publicar su opinión política en las redes. "En primer lugar, está el empoderamiento ciudadano; tenemos más herramientas frente a lo que antes era la caja negra de la política. El segundo tiene que ver con la participación y la bi-direccionalidad de la información", explica. Ahora existe la convicción de que si le escribimos al Presidente de la República, por ejemplo, éste no solo va a leernos, sino que es posible que incluso nos responda. "Lo tercero es el anonimato, pero con posibilidades de atraer focos de atención, protagonismo y aceptación. Son pocos los que emiten una opinión política sin esperar retribución de likes", agrega Freire.
Hay razones suficientes para analizar el impulso de una persona a publicar una opinión, pero eso ha creado un choque cuando quien la lee está en desacuerdo y además tiene una autoridad sobre ti, como por ejemplo, la jefa o el jefe en el lugar de trabajo.
Magdalena Saldaña, investigadora del Millennium Institute for Foundational Research on Data (IMFD) y profesora de Periodismo en la Universidad Católica, explica qué consecuencias puede traer esta libertad que, por una parte, no puede tomarse a la ligera, pero tampoco puede ser negada. "En algunos casos, el usuario postea para generar una conversación. En otros, está convencido de que su opinión es mayoritaria y no espera encontrarse con ideas contrarias", explica Saldaña. "Esas especies de filtros se conocen como filtro burbuja y hace referencias a que uno está tan inmerso en su burbuja, donde los seguidores son similares a mí, que tendemos a pensar que todos piensan como uno. Pero luego llegan respuestas violentas de otros usuarios, el desacuerdo, el juicio por parte de amigos o del empleador".
Aquí es donde comenzamos a ver el fondo del dilema. "Actualmente el cambio generacional está marcado por una forma distinta de confrontarse a la autoridad. Es más espontáneo, más directo y tienen mayor desfachatez", comenta Nicolás Freire. Las generaciones que nos anteceden tienen el sesgo de haber vivido una dictadura en la que las libertades –incluyendo la de expresión– se vieron fuertemente restringidas. "Hay personas que tienen una reacción que ahora puede parecer equivocada, pero que es súper válida porque durante 17 años no hubo una sana canalización de la libertad de expresión". El especialista los llama "la generación del miedo", una que tiene más de 40 años y que se sorprende de esta nueva libertad que experimentan las generaciones más jóvenes.
Los años cuentan
Sofía (24) estaba estudiando Derecho en la Universidad de Chile cuando aceptó un trabajo con un abogado mucho mayor de la Universidad Católica. Se reunieron para firmar su contrato y al poco tiempo lo aceptó en Facebook. Trabajó ahí por un año y luego le fue imposible seguir por sus horarios y proyectos. Durante esa misma época empezó a militar en el Partido Socialista.
Comenzó a postularse a cargos dentro del partido y publicaba información y hacía campaña a través de Facebook. Después de cuatro meses, el abogado la volvió a llamar, ofreciéndole un puesto mejor. Sofía aceptó y se re integró al trabajo. Rara vez se sentaba a conversar con su jefe sobre política. Sus posturas eran absolutamente contrarias, pero eso nunca pareció importunar a nadie. Hasta que llegó mayo, y la llamaron a reunión. Él le dijo que se le hacía incompatible trabajar con una persona que tuviera opiniones tan diferentes a las de él y que eso podía entorpecer el trabajo. La relación laboral terminó ese mismo día.
"A veces uno tiene mucha gente en Facebook y ni siquiera nos damos cuenta de quién lee qué. Pero jamás me arrepentiría de expresar mi opinión, menos pensé que me podría afectar laboralmente", cuenta Sofía. Y es que el arrepentimiento, o el estrés y miedo que puede generar estar expuesto al público, no es algo que sea característico de la generación millennial.
Según un estudio publicado en noviembre de 2019 por la empresa dedicada a la administración de recursos humanos Randstad que aborda las "Consecuencias laborales conflicto social", un 52% de los trabajadores encuestados temía ser despedido. "Quien sufrió ese estrés y miedo es la mayoría de la masa laboral. Son los que no pueden dejar de trabajar porque tienen familias", comenta Felipe Lagos, director de la división de Randstad Professional.
El miedo a ser despedido por la confrontación a una autoridad y a no tener sustento para vivir puede ser mayor en lo que llamamos "la Generación X" (1965-1981), pero ese miedo no significa estar en la obligación de perder tu esencia o tu propia opinión en pos de evitar una confrontación con tu jefe. Natalia Bravo, abogada de ABOFEM, enfatiza en la ilegalidad que puede existir en un despido por este tipo de causas. "Estas situaciones se podrían entender como un acto de discriminación. Si tú privas a un trabajador por sus dichos, lo persigues o lo acosas, es lo mismo que juzgarlo por su estado de salud, su condición socioeconómica, su color de pelo o hasta su vida deportiva. Y eso está regulado en el Código del Trabajo", aclara.
Ángela Díaz (39), es periodista experta en televisión y cine. En 2011, mucho antes de que todo estallara, ella también vivió una situación en la que sus opiniones le jugaron en contra. En esa época, trabajaba para una empresa que dirigía colegios privados en todo Chile, principalmente católicos. En la entrevista le preguntaron si estaba casada, si tenía planes para tener hijos y si creía en Dios. Ella respondió que vivía con su pareja de seis años, que no planeaba tener hijos aún y que era atea.
Después de una semana, la contrataron y trabajó un año en buenas condiciones. Hasta que llegó el 8 de marzo. Ángela publicaba constantemente sobre su vida y proyectos en sus redes sociales, sobre todo en Twitter, y esa semana convocó a la marcha diciendo que estaba a favor de la decisión de la mujer sobre su cuerpo, sobre el derecho de decidir si abortar o no.
El lunes la llamaron. Su jefe le dijo que no podía hacer ese tipo de publicaciones "en contra de la vida", ni apoyar a los estudiantes movilizados, porque ellos eran una comunidad de colegios católicos y de la elite. Le pidió de inmediato que borrara el tweet, pero Ángela se negó. "Era mi vida privada y no lo estaba mezclando con mi trabajo", explica. "Me contra argumentaron diciendo que el tweet lo había hecho un día martes en horario laboral. Prometí no hacerlo más mientras estuviera en la oficina, pero insistí en que eran mis opiniones personales", cuenta. El viernes la echaron por necesidades de la empresa.
"Cuando cobré mi cheque de finiquito, lo conté en Twitter y me cambié el nombre a "Negra Cesante", sintiendo que nada de esto hubiese pasado si no hubiese puesto mi nombre Ángela Díaz Camus en mi perfil. En 45 minutos me escribió el editor de un medio porque había leído mi historia y quería que trabajara con ellos. El nombre me trajo suerte y me lo dejé para siempre", dice. Actualmente trabaja en radio Cooperativa, tiene casi 30 mil seguidores en Instagram y el podcast "Al Cine con las Amikas", que promedia 20.000 reproducciones por capítulo.
La Negra Cesante publicó su primer post tres días después del 18 de octubre. Habló sobre la película "Intensamente" y el manejo de las emociones, aludiendo a que sentir tristeza y rabia estaba bien y que eso nos llevó a ser más empáticos con los demás. "Hubo gente que quizás creyó que le estaba echando bencina al fuego, pero me parece bien que, si esa gente lo decide, no me siga", cuenta.
Lo mismo para el momento en que choca la libertad de expresión con la ética que tiene la empresa donde uno trabaja. Existen límites para esa libertad, constituidos en torno a la ofensa o la mentira. "Distinto sería que pusieras en tu Instagram algo que tuviese que ver con la empresa directamente y generaras un descrédito u ofensa respecto de esa empresa", explica la abogada Natalia Bravo. "Ahí recién podría haber acciones judiciales porque habría un daño a la imagen del lugar". Hacer valer nuestro pensamiento y serle fiel es fundamental, poniendo el foco en el contexto y en lo que nos importa. Si tomar una postura y compartirla pude jugarnos en contra, quien nos sancione también está perdiendo algo.
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