La psicosomatización puede llegar a expresarse de las maneras más inesperadas en nuestros cuerpos. La medicina lo ha comprobado gracias a la minuciosa atención que se le ha ido dando durante la última década a cómo las emociones se expresan, para bien o para mal, en nuestra salud. Ese mismo nivel de detalle observa miles de variables para explicar un cambio repentino en nuestra fisionomía producto del estrés, y sobre todo en la infancia, donde el crecimiento está en constante necesidad. ¿Podría entonces un trauma emocional afectar el desarrollo físico en la niñez?
María Vial (27) cuenta que tenía cinco años cuando su papá se enfermó. Él, aunque era joven y tenía 32 años, recibió un diagnóstico inmediato: un tumor cerebral terminal. Ella, la mayor de tres hermanos, recuerda haber tenido conciencia de lo que estaba pasando, de haber sentido tristeza, y de entender desde muy pequeña que iba a tener que adaptarse a una nueva realidad.
Su mamá, Josefa Silva (50) recuerda al mismo tiempo que en esa época habían muchas cosas que iban a cambiar, incluso el lugar donde vivían, porque con 27 años viajó a Estados Unidos para buscar una solución, primero con su marido, y después con los niños. Pero después de un año, cuando volvieron a Chile, Josefa tuvo una intuición que, según cuenta, nunca habría podido imaginar. Algo raro pasaba, a María no le habían comprado zapatos hace demasiado tiempo, su cuello se había empezado a hundir y su estatura seguía igual hace varios meses.
“Al principio, a nivel de doctores y de familia, me sentí súper sola, porque cuando contaba que sentía que algo andaba mal con María, todo el mundo me decía que era exagerada, que estaba pasándome películas y que no le buscara más cosas a los niños”, cuenta Josefa. “A pesar de que no tenía apoyo, la llevé al pediatra, y le insistí tanto, que me dijo que la llevara al endocrinólogo solo para que me quedara tranquila”. Josefa esperó seis meses, y cuando llevó a María a la consulta, el endocrinólogo la vio y casi sin revisarla, le pidió a la niña que se quedara en la sala de espera para conversar con su madre.
“Durante esos seis meses, se me habían invertido las uñas en 180 grados, o sea, que me crecían con la parte de adentro, hacia afuera. El cuello se me fue achicando hasta que ya casi no se me veía, y mi pecho se fue poniendo como un pecho de paloma, muy salido, y mi mandíbula de abajo se empezó a quedar más chica que la de arriba”, cuenta María hoy. “Ese día, descubrieron que mi curva de crecimiento se había detenido completamente, y que tenía un atraso en el desarrollo de aproximadamente un año y medio”.
Lo que pasó después fueron una serie de exámenes para comprobar que María no tuviese un tumor en la hipófisis, la “glándula madre” de las hormonas en nuestro cuerpo, incluyendo la hormona del crecimiento. “El tiempo que duró ese examen para mi fue una pesadilla”, dice Josefa. “Era demasiado traumático pensar que mi hija podía tener el mismo diagnóstico y al mismo tiempo que mi marido”. El doctor además había pedido analizar la posibilidad de que María tuviese enanismo u otra patología genética. Todo fue descartado.
En 2023, el estudio “Estrés y Crecimiento en Niños y Adolescentes” de la editorial internacional de publicaciones en salud Karger, comprobó que “la activación crónica del sistema de estrés y el cortisol tienen impactos negativos en el crecimiento, la función tiroidea, la reproducción, la pubertad y el metabolismo”. En un ejemplo más concreto, otro estudio en 2017 del consorcio internacional de Investigación Genética de Rasgos Antropométricos —GIANT—, observó el esqueleto de niñas y niños que habían vivido en Europa en la época de la primera guerra mundial, y que a pesar de su buen estado nutricional, eran más bajos que la media universal. La conclusión fue determinante: el funcionamiento de su hipófisis se había visto afectada por las emociones de miedo, rabia, y estrés.
Según Rossana Román, endocrinóloga infantil del Hospital Clínico San Borja Arriarán y del Centro del Crecimiento, la somatización a nivel glandular es posible, sí, pero a la vez, difícil de detectar en la niñez porque son muchas las razones que influyen en el crecimiento en esa etapa: “La hipófisis recibe aferentes de muchas cosas. Un ejemplo puede ser que los estudios han comprobado que las niñas, cuando viven en internados, menstrúan todas juntas, y cuando salen de vacaciones, tienen sus reglas según su periodo individual, pero al volver al internado, vuelven a ciclar todas juntas. La hipófisis es químicamente capaz de percibir las feromonas externas al cuerpo en el que habita”, explica.
Los endocrinólogos, pediatras y psiquiatras de María coincidieron en el diagnóstico de María: había dejado de secretar su hormona de crecimiento producto del trauma. La conclusión se basó en la coincidencia temporal entre el estrés y la caída de la curva. La psiquiatra infanto-juvenil Carmen Lagos Dittborn, especialista en trauma y docente de la Universidad Católica, explica el impacto de ese estrés en la salud física: “El estar expuesto constantemente a situaciones de estrés genera un aumento constante del cortisol llamado “estrés tóxico”, generando un ambiente pro-inflamatorio en el cuerpo, que podría afectar a las glándulas en la medida que sea prolongado en el tiempo”.
Lo más importante, según la endocrinóloga Rossana Román, es considerar la observación integral de las razones por las que una niña o un niño puede no estar creciendo, y frente al trauma, buscar las razones que se hayan vuelto crónicas: “No podemos decir, por ejemplo, que un niño que presencia un accidente, ve una película de terror o algo muy shockeante, va a tener un déficit en su hipófisis. Los traumas agudos o puntuales no están reportados bajo ninguna circunstancia”, dice.
Es la posibilidad de mirar los síntomas y diagnósticos con lentes emocionales lo que ha permitido avanzar a estos descubrimientos que nos demuestran que cuidar las emociones en la niñez es cuidar también la salud de todo su cuerpo. La psiquiatra Carmen Lagos cuenta que uno de los estudios pioneros sobre este tema fue el del doctor Vince Felitti en Kaiser, donde consultaron a 17.500 adultos acerca de experiencias adversas en su niñez. 67% de las respuestas que incluían estrés producto de traumas vinculados a la familia, abuso o dependencia a sustancias en la infancia, presentaron enfermedades crónicas en el sistema endocrino, pulmonar y sobre todo, cardiovascular.
María recibió tratamiento de hormona del crecimiento durante siete años. Su fisiología se empezó a recuperar de a poco en la medida que fue creciendo, y hoy mide 1.68. Madre e hija reflexionan hoy sobre la importancia de seguir el instinto en el cuidado de la niñez y la crianza. “A mi mamá no la validaron en su momento, pero ella insistió y por eso pude tratarme”, cuenta María, a lo que Josefa agrega que hoy, mirando todo en perspectiva, cree que “cuando todos te digan que no pasa nada y tu sientas sin duda una preocupación por tus hijos, lo mejor es buscar hasta encontrar, o hasta estar 100% segura de que no hay nada. De hecho, en esa época el pediatra finalmente me dijo: ‘Usted lo logró porque fue porfiada’. Yo, después de la muerte de mi marido, entré a estudiar psicología. Hoy para mí es fundamental enfrentar los síntomas de la niñez que no tienen muchas explicaciones o tratamientos tradicionales, desde lo emocional”.