"Hace cinco años mi vida dio un vuelco extremo. Terminé una relación larga y estable, entré en una profunda depresión y encontré en el sexo la única manera para evadir mis problemas. Me acosté con tantas personas que hasta perdí la cuenta. Me humillé, arrastré y supliqué. Toqué fondo.
Todo empezó por Tinder. Me bajé la aplicación con el propósito de conocer a alguien para, ingenuamente, tener una relación. Honestamente, quería superar a un amor del pasado. Me puse mi mejor tenida, nos juntamos en un bar y terminamos teniendo sexo en su departamento. Al día siguiente me fui y nunca más supe de él. Pensé que me iba a doler, pero extrañamente se sintió bien. Me gustó la dinámica de solo buscar placer y empecé a usar la plataforma con mayor frecuencia.
Rápidamente me hice una experta. Hacía match con alguien, conversábamos durante un par de días, luego concretábamos en algún lugar y terminábamos en cualquier espacio que estuviese disponible para acostarnos. A algunos los volvía a ver y a otros no. Eso dependía de la química que hubiésemos tenido. O si me volvían a llamar.
La verdad es que no sé cuándo terminó convirtiéndose en una adicción. Una cosa llevó a la otra y sin darme cuenta no podía pasar ni siquiera una semana sin tener relaciones. Es extraño de explicar, pero mi cuerpo lo pedía a gritos. Después me di cuenta de que no era que mi cuerpo lo necesitara, sino que era mi mente. Y es que no podía soltar la idea de sentirme deseada. De saber que con mi cuerpo alguien se excitaba. Que al menos, aunque sea por un par de minutos, alguien dependía de mí para sentir placer.
Durante esos años me importé bien poco. Sabía que estaba siendo vista como un objeto sexual y, por lo tanto, me comporté como tal. No quería nada que estuviese relacionado con conocerse más. Y si alguien lo intentaba, me frustraba. Recuerdo haber tenido varias discusiones con hombres pidiéndome que por favor hiciéramos otra cosa. Eso me hacía entrar en un camino sin salida de cuestionamientos. Me preguntaba si no era lo suficientemente atractiva, si había alguien que lo hacía mejor que yo o si se había arrepentido. Porque no era que no quisiera establecer lazos, sino que creía que la única manera de lograrlo era a través del sexo. Ahora obviamente me siento una ridícula, pero creo que es importante aclarar que cuando se trata de una idea que te come la cabeza no hay nada que te haga verlo de otra manera. Para mí, en ese entonces, el sexo significaba todo.
También me pasó que jugaba con llevarme al límite. Creo que eso es algo muy propio de las adicciones. Sentía que podía dar más y más. No solo en frecuencia, sino que en maneras de hacerlo. No quiero entrar en detalles, pero me preocupaba de renovarme en ese sentido. Parte de mí creía que ya nada era suficiente. Necesitaba más. Entregar más y que me dieran más.
La verdad es que me di cuenta de que esto estaba mal recién hace un par de meses. Por eso, tampoco puedo afirmar que lo tengo superado. Sin embargo, sí lo veo con otros ojos. Logré abrirlos después de verme a mí misma rogándole a alguien, casi hasta con llanto, que tuviésemos sexo. Él no quería y como no pude aceptar un no como respuesta, agarré mis cosas, me fui enfurecida y después pensé: ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo llegaste a esto? Fue como que hice un repaso por el último tiempo y me desconocí. Sentí dolor por cómo me expuse de esa manera, por el poco respeto que me tuve. Por todo. No lo pensé dos veces y retomé las sesiones con mi sicólogo y siquiatra.
Con el tiempo aprendí que no me quería. Que buscaba el sexo para aliviar un dolor emocional y convertirlo en un deseo. Lo que hice fue inventarme la idea de que lo anhelaba, cuando realmente lo que necesitaba era llenar un vacío. Lo transformé en una necesidad que calmaba mi pena. Me hacía sentir bien y creía que no había otra manera de lograr esa sensación. Pero debajo de todo esto se escondían inseguridades, carencias de afecto, temas no resueltos.
He encontrado en la terapia y en la escritura un medio para sanarme. Desde que empezó el aislamiento me propuse escribir un libro sobre toda esta experiencia y, además, hice una cuenta de Instagram donde subo algunos extractos. Esto me ha servido para canalizar mi ansiedad y mantener mi mente ocupada en otra cosa.
Creo que es importante aclarar que mi intención no es juzgar el sexo. Pienso que cada uno puede encontrar la frecuencia y la manera que más le acomode. Que no deberían existir prejuicios ni manuales para vivirlo.
Mientras a uno le haga bien y sienta que no está trasgrediendo sus límites, está todo bien. El problema es cuando empiezas a depender de esto y a usarlo como un medio para suplantar otras cosas. Eso fue lo que a mí me pasó. Sin embargo, ahora, pese a que sienta una profunda pena por mi pasado, puedo decir orgullosamente que llevo tres meses tratando de recuperarme.
Que fui capaz de hacerme cargo de mi problema, un gran paso para empezar a sanar".
Lucía Paz Vega (38) es periodista y escribe en @laruciadetinder.