Todos nosotros contamos, a nivel genético, con una mayor o menor capacidad de adaptación frente a los cambios externos (aquellos que se dan en nuestro entorno) e internos (los que suceden en nuestro organismo). Pero esa capacidad, contrario a lo que muchos suelen creer, es limitada, y llevarla al límite es contraproducente, porque más que ampararnos de los riesgos, esa sobrecompensación los aumenta.

La carga alostática, un concepto de la neurobiología y psiquiatría, tiene que ver con la capacidad que tiene nuestro cuerpo de recuperarse tras un evento estresante. Como explica el psicoanalista y académico de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, esa misma carga (que se da frente a la situación estresante) es la que permite que el organismo tienda a la homeostatis, que en definitiva es la que conduce al equilibrio y por ende a la compensación de esa carga. “El problema es que muchas veces nuestra capacidad de soportar estrés, sobre todo cuando es reiterado, se va reduciendo. En ese sentido, ese estado de equilibrio que trata una y otra vez que el aparato psíquico de nuestro cuerpo llegue a un punto ecuánime, disminuye. En la medida que estamos sometidos a cargas continuas de estrés, sea por los factores que sea, se va a volver mucho más difícil poder llegar a un estado de homeostasis”, explica. “Y eso, a su vez, hace que controlar nuestro estado de ánimo sea más difícil, por ende dando paso a un círculo vicioso en el que solo aumenta el estrés”.

En un artículo publicado en Vice y titulado “Allostatic Load” Is How Unrelenting Stress Damages Your Body (La “carga alostática” es la forma que tiene el estrés implacable para dañar tu cuerpo) la profesora de psicología de la University of British Columbia, Nancy Sin, explicó que en situaciones de mayor estrés y angustia como la que hemos vivido durante la pandemia, nuestros cuerpos reaccionan de cierta manera; “Las hormonas del estrés aumentan, y nos preparamos para luchar o huir”, planteó. “En la medida que esta pandemia continúa y las medidas de confinamiento se prolongan, nuestro cuerpo está teniendo que recurrir de manera continua a estas adaptaciones fisiológicas, cada vez que nos sentimos estresados o preocupados. Y con el tiempo, esos golpes repetidos, fisiológicos y psicológicos, se pueden acumular. Esa acumulación es la carga alostática, esencialmente el daño a nuestros cuerpos cuando están expuestos de manera reiterada al estrés”.

Y es que, como explica la neuróloga y académica de la Universidad de los Andes, la carga alostática se relaciona inicialmente con la posibilidad de organizar y reordenar procesos biológicos internos para que se ajusten a los factores estresores. Pero mucha carga alostática, o una sobrecompensación, corresponde a una activación aumentada del sistema simpático –para tratar de mantener un estado de equilibrio frente a los cambios– y eso a su vez puede llevar a aumentos en la presión arterial, aumentos en el tono muscular y aumento en la posibilidad de enfermedades cardiovasculares. “Claro, la carga alostática corresponde a la capacidad de adaptación, el problema es que la capacidad de adaptación del organismo es limitada y cuando los estresores son muchos y altos, como por ejemplo enfermedades o trastornos del ánimo, se empiezan a dar procesos de sobreadaptación como el aumento en el funcionamiento del sistema nervioso simpático. Si eso no se da a la par con un aumento en el sistema nervioso parasimpático –que regula y baja la presión arterial, las pulsaciones y frecuencias respiratorias– es posible que incrementen las posibilidades de riesgos. Es decir, la sobrecompensación de los problemas físicos termina siendo contraproducente y aumenta la posibilidad de tener incluso infartos”.

Lo ideal, según la doctora, es mantener una carga alostatica baja y no tener, por más que sea difícil, muchos temas que resolver al mismo tiempo, porque nuestra capacidad de funcionar y de adaptarnos a tantos cambios en paralelo, no es ilimitada. Para esto, Matamala concuerda y explica que hay varias vías, tanto técnicas cognitivas, minfulness y la respiración, y por supuesto, procesos psicoterapéuticos, que apuntan a la capacidad de encontrar nuestros propios espacios y herramientas para poder administrar esas cargas.