Hace dos semanas, la psicóloga que ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar cómo nos vinculamos con las nuevas tecnologías y las redes sociales, Michelle Drouin, lanzó su libro Out of touch: How to survive an intimacy famine (Distanciados de la realidad: Cómo sobrevivir a una hambruna de la intimidad). En él, sugiere que de todas las secuelas ya abordadas de la modernidad y la innovación tecnológica, hay una que aun no hemos estudiado del todo; y es que en la medida que hemos ido avanzando en muchas esferas –y que a su vez hemos ido articulando sociedades exitistas en las que nuestro valor está determinado por nuestra capacidad productiva–, nuestras oportunidades por generar y vivir momentos de intimidad profunda han disminuido notoriamente. Y la pandemia solo vino a exacerbar una tendencia que se venía gestando hace rato. Este fenómeno, analiza, ha dejado a muchos hambrientos. “Entramos en una hambruna de la intimidad”, escribe.

Y sigue enfática; “La pandemia pudo haber acelerado nuestros sentimientos de privación social, pero ya estábamos en este camino, interactuando con nuestros celulares como si tuvieran la respuesta a todos nuestros problemas. E, irónicamente, tal vez los tengan. Mi declaración sobre el estado de mi relación con las redes sociales es audaz; estoy en una relación con mi celular. A través de sus luces, sonidos y vibraciones, mi teléfono solicita mi atención y yo respondo. Es probablemente la entidad más exigente que tengo a mi alrededor”.

Así lo profundizó en una columna de opinión que escribió para el medio británico The Guardian, en la que declara que en esa relación, la balanza siempre se inclina a favor de su celular: “Nuestra decisión de permanecer en una relación implica una evaluación constante de los costos y los beneficios de tal. En mi relación con el celular, siempre sale ganando. Y los costos para mí son altos; ha pasado a ser mi mayor distracción del trabajo, la familia y los amigos. Porque así están pensadas estas plataformas”.

Y eso está comprobado. En una columna para The New York Times, el cofundador de Facebook, Chris Hughes, además de expresar sus preocupaciones acerca del extremo poder de la plataforma en términos de manejo de información –Facebook es dueña de Instagram y Whatsapp–, explicó que el modelo de negocios de las redes sociales se basa justamente en captar nuestra atención, de la forma que sea y permanentemente, para que sigamos produciendo y compartiendo información todo el tiempo. “La decisión es nuestra, pero no pareciera que tengamos una alternativa. Se meten en cada rincón de nuestras vidas para capturar la mayor cantidad de nuestra atención y, al no tener opciones, cedemos. Pero el costo es alto”, aseguró.

Michelle Drouin lo sabe bien. Hace años que ella y sus colegas investigan las formas en las que las nuevas tecnologías interfieren en las relaciones íntimas a través de pequeñas interrupciones cotidianas, muchas veces normalizadas a tal punto, que pasan desapercibidas. A estas interferencias las denominaron ‘tecnoferencias’ y son, según sus estudios, más habituales de lo que pensamos. Y es que la mayoría de las parejas –específicamente un 72% de las encuestadas– reportaron haber tenido tecnoferencias en sus interacciones con sus parejas en las últimas dos semanas previas a la encuesta. Y en esos días, según explica la especialista en la columna en The Guardian, también confesaron haber tenido mayores conflictos e interacciones cara a cara menos nutritivas. El estado de ánimo, en definitiva, se vio notoriamente afectado los días en los que la dinámica de pareja se había visto mayormente interrumpida o interferida por la tecnología. “Hay muchas personas que prefieren interactuar con sus teléfonos en vez de hacerlo con la persona que tienen al frente y esto puede causar discordias, sensaciones de malestar, abandono, celos y mayor insatisfacción en la relación. Por sobre todo, disminuye los momentos de intimidad”.

La especialista no es la primera en plantear que las instancias de intimidad escasean. En el 2018 la fundación Kaiser Family, en conjunto con The Economist, realizó una encuesta entre adultos de Estados Unidos, Reino Unido y Japón para dar cuenta de cómo percibían la soledad y los efectos de ésta. Los resultados fueron reveladores; dos de cada diez adultos reportó sentirse solo, excluido o aislado de la sociedad y alrededor de la mitad dio cuenta de que esa soledad había tenido un impacto negativo en sus relaciones interpersonales y en su salud física. La mayoría de ellos tenía menos de 50 años y muchos cuestionaban el rol que tenían las redes sociales en esa sensación.

A su vez, un estudio publicado en noviembre del año pasado y basado en los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Comportamiento Sexual (NSSHB, por su nombre en inglés), develó que los adultos y jóvenes de Estados Unidos estaban teniendo menos sexo que las generaciones anteriores, y la tendencia se venía modulante hace tiempo; si en 1991 los encuestados declararon tener relaciones sexuales al menos cinco veces al mes (en promedio), en el 2012 la frecuencia había bajado a tres veces al mes. Con esos datos, según analizan investigadores en un artículo escrito por Amy Barrett en el medio Science Focus, se devela que las causas de este fenómeno son multifactoriales; Los celulares sin duda tienen un grado de responsabilidad, pero lo ocupados que estamos, en culturas exitistas, ciertamente también. “Es muy probable que con la cantidad de tiempo que estemos pasando frente a nuestros iPads, conectando con otros de manera virtual, no estemos teniendo sexo con la persona de al lado”, reflexiona el académico e investigador británico Soazig Clifton. “Pero también puede ser que se hable más de sexualidad, y por ende la gente se sienta más cómoda admitiendo y asumiendo que no están siendo activos sexualmente, cosa que antes no se sentían capaces de decir”.

El fenómeno, como explica la académico y psicoterapeuta Dominique Karahanian, no es nuevo. A la fecha, casi tres mil millones de personas en el mundo usan redes sociales, cinco mil millones tienen celular y aproximadamente la mitad son smartphones con conexión a internet. El usuario promedio toca su pantalla más de 2.000 veces al día, y pasa 2.42 horas diarias interactuando con ella.

La ‘hambruna de la intimidad’, si es que la estamos viviendo, da cuenta de una realidad social que viene ocurriendo hace tiempo, pero el término es una manera de enunciarlo. Y ahí, según explica Karahanian, el problema ciertamente no es la tecnología, sino que nuestra dificultad de hacernos cargo de lo que implica relacionarnos con un otro; comunicar y a su vez escuchar los deseos y necesidades, nuestros y del otro. “Y en eso, la comunicación no verbal es fundamental. Cuando estamos detrás de una pantalla, aunque los emoticones traten de emular esos aspectos, nos perdemos los silencios y los micro gestos. Estar detrás de un celular es escudarse, es una manera de protegernos y de evadir lo que implica relacionarse con el otro”, profundiza. “Pero esto no es nuevo; ahora pasa con los celulares y antes fue con la tele en el living. Siempre hemos querido salirnos de nuestro centro, es parte de la condición humana; porque nos cuesta vincularnos con nuestra emocionalidad, que es el primer paso en el proceso para vincularse con los demás. Nos cuesta pedir y nos cuesta dar afecto. Hoy son los celulares, pero en 50 años más va a haber otra forma de evadir”.

Esa tendencia, como explica la especialista, encuentra sus raíces en la incapacidad humana de enfrentar el sufrimiento. “Lo evitamos a toda costa y tratamos, de la forma que podamos, de alcanzar una supuesta felicidad, aunque sea efímera. Lo importante está en entender que esa es una manera de evadir y de disociarnos de nosotros y del resto”, reflexiona. Porque vincularse con un otro implica, como explica la especialista, hacer un trabajo activo, consciente y constante de comunicación.

¿Qué pasa cuando estamos frente a un otro que prefiere interactuar con su pantalla?

Ese, según explica la especialista, es el ejemplo más gráfico de lo que representan las redes sociales; “Vienen a remplazar esa fantasía que antes nos proveía Disney; el lugar perfecto al que queremos llegar. Pero ahí hay una curatoría muy pensada y aunque lo sepamos, caemos en creer que todo lo que se muestra ahí es espontáneo y que podemos alcanzarlo. Cuando ese otro está imbuido en el vínculo con el celular, o está hipnotizado por lo que ahí encuentra, nos sentimos fuera y desconfirmados. Eso significa que sentimos que no existimos para ese otro. Y ahí aparece la pregunta que escucho con frecuencia en mis consultas: ‘¿por qué me pongo celosa si el otro o la otra le está poniendo like en Instagram si ni siquiera se trata de un vínculo material o carnal?’. Y es que es el día a día lo que nos hace profundizar el vínculo. Si el día a día está en el celular, nos desconectamos. Somos mamíferos y necesitamos mirarnos a los ojos y abrazarnos; está comprobado que el abrazo baja la hormona del estrés y por eso es tan importante, aunque no dejemos de interactuar en lo virtual, volver a conectarnos en los espacios cotidianos”.

O como dice Drouin; “La tecnología nos ayuda a profundizar nuestras relaciones, ciertamente. Sin embargo, ahora estamos sentados en nuestras piezas, frente a nuestros tablets y celulares, y al conectarnos con nuestros vínculos de manera virtual, nos perdemos de la interacción cara a cara que es la que esencialmente nos mantiene conectados con el resto. Peor aun, pasar mucho tiempo en las redes sociales solo nos hace aumentar nuestra sensación de estrés y frustración”.