Antes de la pandemia, Amanda era una niña feliz. Veo sus fotos y no veo nada más. El 2020 iba en quinto, en un colegio que ese año cerró producto de la pandemia, así que sexto básico lo hizo en otro colegio chiquito. Eso fue el 2021, justo cuando comenzaron a tener clases presenciales.

Ese año Amanda un día me pidió que le cortara el pelo. Lo primero que le pregunté fue ¿por qué? Lo tenía tan bonito, que en un comienzo no entendí por qué quería hacerlo, pero como nunca he sido una persona a la antigua, le dije que sí, de hecho fuimos juntas y nos hicimos el mismo corte de pelo. Cuando nos creció, ella le dijo a su papá que se lo quería volver a cortar, pero esta vez corto como él. Yo le dije que por qué no se dejaba una trencita al lado, y así lo hizo.

Comenzó también a vestirse con ropa de buzo, pantalón y polerón ancho. Cuando le compraba poleras de niña, más delicadas, me las recibía pero no se las ponía. Yo veía que sus amigas también usaban ese tipo de ropa. Así que no pensé que le estuviera pasando algo.

Durante la pandemia, ella se encerró bastante. Hasta ese momento habíamos sido reacios a que tuviera acceso a internet, pero en ese momento no quedó otra opción. Su papá es informático, así que pusimos control parental. Pero era imposible controlar todo. Así que ella se fue encerrando. Además, siempre fue buena para leer, le gustaba mucho informarse, era una niña que sentía mucha rabia contra el mundo, no soportaba la injusticia ni menos lograba entender la maldad; siempre decía que no podía soportar que una persona pudiera, por ejemplo, burlarse del cuerpo de otra.

A fines del 2021 Amanda quiso que la postulara al Liceo Carmela Carvajal. Ella quiso cambiarse. Yo tenía mis dudas. Pasar de un colegio chiquitito, protegido, de 20 alumnos, donde todos se conocen, a un liceo grande, me daba pánico. Incluso el día que estábamos en la fila para matricularla, le pregunté si estaba segura. Pero ella estaba muy segura de su decisión.

Partió séptimo básico en el liceo, el año pasado. Y desde un comienzo la vi feliz. La Amanda nunca fue de muchas amigas, pero allá hizo su grupo rápidamente. ¡Estaba tan contenta!

Las semanas previas a entrar al nuevo liceo, su look “masculino” se comenzó a hacer más evidente. Y es que claro, su nombre de entrada, nunca fue Amanda, sino Leo. Sin yo saberlo, así le llamaron siempre sus amigas. Por eso también iba tan feliz, porque en ese lugar por fin pudo ser quien quería ser.

Varias veces le pedí conocer a sus amigas, pero ella me puso trabas para eso. Todos los días en la noche yo iba a su pieza, le preguntaba cómo había estado su día. Ella me contaba lo que pasaba en el colegio, me hablaba mucho de sus amigas. Recuerdo que un día me contó que una de ellas había peleado con un compañero. Le pregunté cómo pudo pelear con un compañero, si su colegio era sólo de niñas. Y me dijo que había muchos niños trans.

Obviamente yo no le pregunté directamente ¿qué eres? Pero sí le preguntaba a diario cómo se sentía. Ella siempre me respondía que se sentía bien. Sólo una noche la encontré llorando. Me dijo que sentía un dolor en el pecho. Desde ese día yo comencé a sentir angustia. Tenía la intuición de que algo le pasaba, así que comencé a hacerle preguntas más específicas; ¿te sientes bien? ¿Te quieres a ti misma? ¿A tu cuerpo? La respuesta siempre fue, sí.

Semanas después de eso, un día me pidió que fuéramos a comprar un sostén. Fuimos juntas a comprarlo, pero cuando llegamos allá me di cuenta de que quería uno de esos que aplastan las pechugas. Hablé otra vez con ella, le dije que eso le haría daño. Le pregunté por qué quería esconder su cuerpo. Me dijo que las pechugas sexualizan mucho y que ella no quería que la miraran en la calle; que por eso usaba polerones anchos. Esa noche otra vez le hice las mismas preguntas sobre su cuerpo. Otra vez me contestó que se sentía bien.

En esa conversación también le pregunté si le gustaban las niñas o los niños. Me dijo “mamá, tú sabes que me gusta Jungkook –un cantante y bailarín surcoreano de la banda BTS–, así que me gustan los niños”.

Antes de irme de la pieza le dije que si alguna vez sentía algo, le pasaba algo y no se atrevía a hablar conmigo porque soy su mamá, que buscara alguien más. Me nombró a dos amigas mías. En parte me quedé tranquila, pero sentí algo raro. Tanto, que apenas bajé las escaleras llamé a un amigo psicólogo. Me dijo que es normal que a esa edad las niñas se acomplejen por sus pechugas. Que era importante que estuviera conversando siempre con ella, observándola. Y eso hice.

El problema es que ella no me dejó entrar a su círculo del colegio. Nunca me presentó a sus amigas. Incluso cuando se acercaba su cumpleaños que era en julio, le dije que podría invitar a sus amigas a la casa. Me dijo que vivían lejos. Le ofrecí ir a buscarlas a todas. También le ofrecí que fuéramos a una pizzería. Después pensé que como ya estaba más grande, quizás le incomodaba que yo estuviera metida ahí al medio. Le ofrecí dejarlas en una pizzería, irme, luego ir a buscarlas y llevarlas a sus casas. Pero nunca me contestó.

Después me enteré que nunca les preguntó.

A mediados de julio del año pasado, una noche nos sentamos a comer sushi en familia. Vimos Jurassic Park e incluso estuvimos viendo opciones para las vacaciones de invierno que se acercaban. Yo me acosté contenta porque vi a la Amanda bien. Incluso me di cuenta que ya no usaba esos petos tan apretados. Pensé que todo había sido una falsa alarma.

La mañana siguiente, la llamé para el desayuno. No bajaba. Mandé a su hermano a buscarla. Me dijo que no quería bajar, que no respondía. Subí a buscarla y ahí encontré su cuerpo sin vida, colgando del clóset.

Desde entonces me pregunto ¿qué le pasó? ¿Qué fue lo que no vi? Ella dejó algunas cartas dirigidas a sus tres amigas en las que se despide como si se fuera de viaje. Les dice que las quiere mucho y que espera, en una próxima vida, ser niño.

En estos meses he conocido muchos chicos trans, entre ellos Martín, que es una persona que me ha ayudado mucho. Él es activista. Antes de contarle mi historia, me contó la de él, y fue tan similar. Porque él se demoró años en contarle a su mamá. Me dijo que lo hizo justamente porque su mamá había sido siempre una excelente mamá, cercana. Tenía miedo de defraudarla, no de que no lo aceptara. Y Amanda era mi pilar, mi cable a tierra. Éramos amigas. Yo siempre fui de las mamás que decía que mi hija confiaba plenamente en mí, hasta presumía frente a mis amigas por eso. Cuando en el colegio les dio por escuchar K-Pop a las niñas, recuerdo que algunas mamás las criticaban; yo en cambio veía recitales con ella por internet. La acompañaba a todos lados, siempre fui muy apañadora. Y entonces, quizás ella también tuvo miedo de defraudarme.

Además de las cartas dejó unos dibujos. En uno de ellos escribió “Gracias mamá por apoyarme. Gracias mamá por aceptarme”.

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* Carolina Ruiz tiene 42 años, está terminando de estudiar leyes y desde la muerte de su hija se dedica a hacer charlas junto a organizaciones de activismo trans. “Amanda fue una persona tan luchadora, que yo quiero que su vida, su historia, sirva para que a nadie más le pase lo que le pasó. Tenemos que hablar de esto en los medios, en los colegios, en las casas. Porque los padres tenemos que contar con herramientas para enfrentar esto. Yo creía que estaba haciendo todo bien, pero no resultó. Poner este tema sobre la mesa, es urgente”, dice.

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