Dejando de lado aquellos casos que fundamentan sus razones en relaciones tóxicas, abusivas o dañinas, también puede existir la sensación de que la pareja de cualquier de ambos, tanto de la madre como el padre, no es totalmente del agrado. Ya sea por su opinión frente a ciertos temas, su personalidad o hasta su tono de voz. Pero si la otra persona –que es quien realmente importa– está feliz, no queda otra opción que hacer el esfuerzo por aprender a tolerar a su pareja.
“Cuando aparecen nuevas relaciones de pareja en los papás, la relación con los hijos va a depender mucho de cómo fue la separación de ambos. Es importante que primero esté hecho el duelo familiar para introducir una nueva pareja. En ese sentido, un buen consejo es que la aparición de pololos se haga respetando los tiempos y que sea de manera progresiva. Y es que si esto no ocurre, lo más probable es que la relación comience cojeando”, explica Pamela Larraín, psicóloga clínica con magíster en terapia familiar y de parejas.
Sin embargo, hay veces que –pese a que los padres hayan dado ese paso de manera correcta– la relación entre hijos y nueva pareja simplemente no destaca por su afinidad. Y, según la especialista, eso es algo que no tiene que ser un requisito. “A veces uno tiene esa expectativa y no necesariamente tiene que querer a la otra persona. Hay que quitarse esas presiones. Pero sí es importante trabajar para aceptarlo y relacionarse desde el respeto y la buena convivencia”, dice.
Mantener espacio para la privacidad: la relación entre padres e hijos siempre se debe respetar. “Cuando se introducen pololos, a veces, se empieza a hacer todo en conjunto, a funcionar como si fuesen una nueva familia, dejando de lado ese núcleo que los definía antes. Para fortalecer la aceptación de la pareja, es importante que la relación entre la mamá o el papá con los hijos se mantenga segura, estable, con espacios de privacidad y que permanezcan ciertos códigos y rutinas de uno a uno”, argumenta Pamela.
Conversar sobre esta sensación: aunque uno crea que contarles a los papás sobre cómo se siente respecto a su nueva pareja podría herirlos, es primordial hacerlo. De esta manera, los padres pueden traspasar esa información pidiéndole a sus parejas que tengan cuidado con ciertos temas. Además, esto permite que el nuevo integrante pueda ir trabajando la forma para llegar a los hijos y que esté al tanto de qué cosas es mejor decirlas de una manera diferente u omitirlas.
Buscar instancias para conocer más al otro: otro consejo sería el de tener momentos a solas con la nueva pareja del papá o mamá, idealmente sin que sea tan forzado, ya que así se pueden conocer en un espacio distinto que como el pololo que está al lado del otro. “Se podrían buscar actividades en común, más allá del entorno familiar, porque en algunos casos aparecen ciertas barreras cuando estamos en grupo. Pero en la relación uno a uno, se pueden descubrir otros aspectos del otro”, explica Larraín.
Mirar cómo está el otro en esa relación: “Si los padres están contentos y se trata de un vínculo sano, uno como hijo igual puede darse cuenta de que –aunque no estaría con alguien así– la otra persona está feliz y eso es lo importante. Hay que aceptar que lo que necesitan los padres puede ser distinto a lo que necesita uno. Y ahí se pone en juego también cómo los papás hacen lo mismo con sus hijos, es decir, qué tanto respetan lo que sus hijos quieren en comparación con las expectativas que tienen para ellos”, dice la especialista. Y es que, al parecer, entre más se permitan las libertades de decisión de los hijos, la posibilidad de que ellos hagan lo mismo es mayor.
Darse un tiempo: también es importante considerar que hay un periodo de adaptación y que este dura alrededor de un año. Por lo tanto, es esperable que durante ese tiempo aparezcan ciertos roces que tienen que ver con la adaptación hacia la otra persona. Pamela Larraín asegura que el primer año suele ser estresante porque se mezclan dinámicas familiares distintas y que funciona como una etapa de ‘tanteo’ para conocer al otro y así descubrir qué temas se pueden conversar, cómo son sus reacciones, cuáles son sus recursos sociales, entre otras características. Y, en el segundo año, aplicar esos conocimientos para construir la relación.