¿Qué hay de malo en ser de cristal?

Ser de cristal



El término ‘Generación de cristal’ fue acuñado por la filósofa española Montserrat Nebrera, quien hace más de una década lo usó para referirse con preocupación a aquellos jóvenes nacidos a mediados de los 90 y principios de los 2000, que a su gusto presentaban una excesiva y peligrosa fragilidad por haber sido criados en el sobreamparo de sus padres y del mundo. “Pueden llegar a ser más frágiles, inestables o inseguros, tener poca tolerancia a la crítica, al rechazo y la frustración, en consecuencia de que son criados por personas que vivieron épocas de carencia y han trabajado por darles todo para que no les falte nada como a ellos en su momento”, dice la autora. En 2015, el autor y activista Greg Lukianoff y el psicólogo social Jonathan Haidt describieron también este fenómeno en los campus universitarios de Estados Unidos. Publicaron un artículo donde afirmaban que la generación nacida a partir de 1995 era víctima de la cultura de la ultraseguridad y la fragilidad, “estudiantes demasiado frágiles emocionalmente y propensos a ofenderse a la menor provocación”. Algunos indicadores de este fenómeno eran las altas tazas de depresión y ansiedad en adolescentes, la presencia de bullying y acoso cibernético, la falta de tiempo para jugar libremente, la polarización política, y los ambientes dogmáticos. Un ambiente que, según los autores, indicaba un alto riesgo de convertir a cualquier persona en alguien frágil, ansioso e irritado; jóvenes con menor tolerancia a la frustración, lo que les genera mayor estrés, y reduce su capacidad de recuperarse frente a la adversidad. ”La generación cristal es transparente”, agrega a ese perfil la filósofa Nebrera. “Aunque a veces ese cristal puede estar cubierto por el polvo de la inactividad o agrietado por la presión del vivir a toda mecha, lo que hace que en la mayor parte anide la necesidad de que los sueños se realicen ya, porque sus referentes son youtubers, influencers o cantantes”.

Inmersos en el mundo digital; sobrecargados de información y no necesariamente de conocimiento; poco tolerantes a la frustración y a la crítica; con las redes sociales como su medio esencial de vinculación. Muy sensibles a las problemáticas sociales y al mismo tiempo muy acostumbrados a las comodidades de las prestaciones y servicios de las sociedades neoliberales, son algunas de sus características principales. Hoy en Estados Unidos los llaman Snowflake o Copo de nieve, y en España ‘Generación entre algodones’; todos elementos que conceptualmente se asocian a lo frágil. Una etiqueta que en su origen buscaba denostarlos pero que ellos reivindican y le dan la vuelta buscando fortaleza en esa vulnerabilidad. ¿No tienen tolerancia a la crítica o solo no se quedan callados ante ella? ¿Se frustran demasiado rápido o simplemente no le ven el sentido a algunas batallas? ¿Son desbordados emocionalmente o solo están dándole espacio a las emociones? Dos cercanos a la generación nos dan sus visiones al respecto.

El director audiovisual y creador de contenido Javier Manríquez, conocido en redes sociales como @guororororoi, a pesar de haber nacido a principio de los noventa y estar más cercano a la generación anterior, los millennials, se siente absolutamente parte de aquella esencia de cristal. Nacido y criado en Puente Alto, en la Villa Magdalena, hoy vive en Providencia y se identifica con la “diáspora Puentealtina”. Su padre trabajó toda su vida en la construcción como contratista y su madre como dueña de casa y con su esfuerzo lograron enviarlo a la universidad. “Lo que nos une como generación es la autoconciencia”, dice. “Somos una generación que se mira mucho a sí misma. Que se registra, se graba, se fotografía, se observa, se cuestiona. Se ríe de sí misma. Se recuerda. Una generación con mucha memoria (análoga, virtual, digital) y acceso a esos recuerdos. Tenemos apertura moral, política, sentimental: la libertad sexual de los pokemones, la irreverencia de las generaciones pingüinas. Y la capacidad de mirarnos, desde los memes hasta la normalización de la terapia o incluso el boom de la astrología”, reflexiona al intentar definirla. Sobre la etiqueta de ‘generación de cristal’ o copos de nieve, dice que no le ofende, al contrario, le parece simpática. “Lo usan como un insulto, pero si uno se pone a pensar, tanto el cristal como la nieve son dos cosas muy lindas. Creo que habla de la brecha sensible que nos separa, mirar la misma cosa desde veredas diferentes. Para mí tiene que ver con el progreso de la sociedad. Las generaciones previas tuvieron que ocuparse de dificultades concretas e inmediatas: una casa, trabajo, mantener una familia. Salir de la pobreza, o mantener un nuevo estándar en base al endeudamiento, en fin. Esta idea del “yo trabajo para que a mis hijos no les falte nada”. Naturalmente no había “tiempo para sentir”. Y bien, esos hijos e hijas somos nosotros, en nuestras distintas realidades sociales, efectivamente no nos faltó, o no nos sobró nada, o tuvimos “más” que nuestros padres. Y entonces nos quedó mirarnos. Desde la generalidad, como no teníamos que preocuparnos tanto del techo, o de la comida, podemos preocuparnos de cómo nos sentimos. Y podemos decir que estamos tristes, o atrapados, y eso se transforma en un privilegio, o algo ganado socialmente como generación. No me parece malo, para nada. Y claro, me siento parte de eso. De ser el primero de la familia que accede a una universidad y ser también el primero de la familia que va a terapia”.

Del otro lado de la ciudad, la escritora feminista June García, de 26 años, nacida en Vitacura y hoy estudiante de periodismo, también se siente identificada con la sensibilidad de la generación. “Somos hijos e hijas de madres y padres que vivieron su juventud en la dictadura, entonces fueron muy aprensivos respecto a ciertas cosas. Nosotros que nacimos en democracia, tenemos una visión distinta, porque no heredamos su miedo. Nuestros padres hicieron todo lo que tenían que hacer, tenían un trabajo estable, una familia estable, y se quedaban ahí 30 años, dándole toda la importancia a la familia y el hogar. Y nosotros nos cuestionamos eso, somos una generación que cuestiona mucho el marco hegémonico de las cosas, ¿por qué hay que casarse?, ¿porqué que hay que estar en el mismo trabajo 30 años?, ¿por qué hay que hacer familia?, ¿por qué no podemos hacer las cosas de manera distinta? Somos una generación que ha mirado muy críticamente a sus padres a nivel emocional, que se ha querido hacer cargo de los traumas familiares yendo a terapia, vamos a terapia porque nuestros padres no fueron, nos queremos hacer cargo de eso. Lo afectivo y el mundo emocional juega un rol super importante en nuestra vida”, agrega June a la definición.

Sobre el término ‘de cristal’, aunque June sabe que se usa para humillar o infravalorar a la generación, cree que ellos han logrado resignificarlo “¿Qué es mejor, ser de cristal o cemento?”, dice. “En general pienso que poder sentir y enfrentarse a esa vulnerabilidad es mejor que no hacerlo, eso me hace sentido, entiendo por qué nos etiquetan de esa forma”. Aún así, June, quien al estar hoy estudiando una carrera de pregrado tiene vínculo con jóvenes aún más centennials, alrededor de los 20 años, observa algunas cosas que ya no entiende y que ella no hace. “Por ejemplo sacarme fotos llorando, eso es un fenómeno demasiado extraño para mí, la exposición de la vulnerabilidad en las redes sociales. Ahí tengo mi límite. Hay pros y contra en esa sensibilidad, en general es mejor sentir que no sentir creo, pero me preocupa cómo se lleva esa sensibilidad, hacia dónde va. Porque sentir mucho y que las cosas te agobien mucho te inmoviliza y te puede poner en una victimización constante. También siento que en esa hipersensibilidad hay una búsqueda de un culpable pero a veces no lo hay, eso me preocupa. Pero sí necesitamos avanzar a sociedades mas sensibles, a sentir la emocionalidad, darle un lugar más relevante y creo que eso está pasando”.

“Claro que somos sensibles”, concluye Javier. “Pero la sensibilidad puede ser algo desafiante. Lo veo como una especie de superpoder. Como cuando alguien que sabe volar debe aprender a volar, y al principio se choca con las paredes; poseer una gran capacidad sensible puede ser muy difícil de sobrellevar, entre tanto estímulo, un mundo cada vez más intenso, observante e interconectado. Procesamos mucho y nos afecta mucho. Pero al mismo tiempo, tenemos la posibilidad de experimentar el mundo en un espectro más amplio, más abiertos a las sensaciones, a los colores. Ahí me parece fundamental la contención, la empatía, la ternura. La posibilidad de ir a terapia, o de encontrar y construir espacios seguros. Ahí yo pienso que la sensibilidad es o puede ser un tesoro, para las personas y las sociedades.”

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