¿Qué hay detrás del #ChallengeAccepted? Sumarse a causas sin hacer demasiado esfuerzo

Challenge accepted Paula
Woman reading a message from the bank on a mobile phone mockup



“Tuve el cuidado de elegir a quién creo enfrentará el desafío, pero, por sobretodo, a quién conozco y sé que comparte este tipo de pensamiento”. Así empezaba el mensaje por directo de Instagram que fue viral a finales de julio y que invitaba a publicar en la red social una foto en blanco y negro con las etiquetas #ChallengeAccepted y #MujeresApoyandoMujeres.

El desafío internacional se masificó en Chile en una semana muy convulsionada: se había conocido la desaparición de Ámbar en Villa Francia; Martín Pradenas había sido trasladado a prisión preventiva; y en las redes sociales se viralizaba un video donde la diputada demócrata estadounidense, Alexandria Ocasio-Cortez, relataba que un legislador republicano la había llamado fucking bitch en el mismo Congreso. Tanto a nivel nacional como internacional, el terreno parecía estar fértil para que la iniciativa lograra apropiarse, en poco tiempo, de todos los feeds de la red social. La aplicación, por esos días, terminó siendo una exhibición de fotos de mujeres en blanco y negro.

Varias han sido las teorías del origen del desafío que hacía un llamado a que quien lo aceptara, lo reenviase a 50 contactos nuevos, ramificándose así cual cadena de mail por la red social. Pero lo cierto es que todavía no existe plena certeza al respecto. Algunos medios señalaron que el movimiento partió en Turquía como manifestación contra el femicidio de la joven de 27 años, Pinar Gultekin, aparentemente en manos de su ex pareja. Las fotografías publicadas en blanco y negro eran de mujeres turcas que habían sido asesinadas por hombres y el movimiento era una forma de denunciar el femicidio en el país. Sin embargo, esta información fue desmentida, asegurando que el hashtag #ChallengeAccepted se viene viralizando desde 2016 periódicamente en diferentes países con llamados de conciencia en torno a diferentes temáticas. Asimismo, se ha señalado que el verdadero origen de esta nueva ola de uso del hashtag comenzó en Brasil luego de que el 18 de julio la periodista Ana Paula Padrão publicara el primer post registrado en Instagram que dijera #WomenSupportingWomen.

Aunque no exista claridad absoluta respecto a su origen, las publicaciones hechas bajo la iniciativa fueron más de tres millones en el mundo, por lo que vale la pena preguntarse si, no se sabe muy bien porqué se está haciendo, ¿qué es lo que motiva al usuario a vincularse a los desafíos virtuales? ¿Se trata de una moda, de sentido de pertenencia o de un genuino apoyo? Y si se trata de una solidaridad real ¿qué tanto de este acto le sirve a la causa y qué tanto, por otro lado, perpetúa ciertas lógicas virtuales que de por sí han sido nocivas para las mujeres?

La socióloga y coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, Teresa Valdés, cataloga esta acción de redes sociales como una mera expresión emocional que no tiene densidad. “Todo lo que tiene que ver con campañas feministas es una afirmación de identidad muy fuerte. El #NiUnaMenos o ’Tocan a una, tocan a todas’, son mensajes identitarios, afectivos y emocionales. Con el anti racismo pasa lo mismo. Es la afirmación de decir ‘esto no puede ser’, sin preguntarse mucho si el conjunto del argumento es válido o no. La afirmación es la que vale, más que el mensaje. Es el hecho de afirmar ‘estoy con la causa’ y después veo de qué se trata. Tiene que ver con el inmediatismo y es fuerte porque si te preguntas por la densidad de los movimientos sociales, es muy poca”, afirma.

Las críticas no tardaron en llegar. Fue la reportera del New York Times, Taylor Lorenz, una de las primeras en cuestionarla a través de Twitter: “Challenge NOT accepted”, dijo compartiendo una columna en la que argumentaba que la iniciativa carecía de sentido y no lograba nada más que una auto promoción. “Aunque los retratos se han extendido ampliamente, las publicaciones en sí dicen muy poco. Al igual que el cuadrado negro, que se convirtió en un símbolo de solidaridad con los manifestantes afroamericanos, pero que exigía muy poco a quienes lo compartieron, la selfie en blanco y negro permite a las usuarias sentir que están expresando una postura sin decir absolutamente nada. Los influencers y las celebridades adoran este tipo de desafíos porque no precisan defender nada en realidad, algo que podría alienar a ciertas fracciones de su base de seguidores”.

“Simplemente no sé qué significa”, dijo por su lado la fundadora de la consultora comunicacional The New New Thing, Brooke Hammerling, en conversación con Lorenz. “Prácticamente todas a mi alrededor se han sumado al desafío. Estoy 100% a favor de las mujeres que apoyan a las mujeres y estoy agradecida con las mujeres que me nominaron, pero no entiendo cómo una selfie de vanidad en blanco y negro logra eso. Si pudiéramos hacerlo con retratos de las mujeres que nos inspiraron, eso estaría un poco más en línea con lo que esto intenta lograr”, dijo.

Pero el debate aun está en desarrollo y a la ola de críticas también se sumaron aquellos que defienden la iniciativa asegurando que se trata de una tendencia positiva que da cuenta de lo unidas que estamos las mujeres y que le ha otorgado un espacio a las mujeres trans, negras, indígenas, no binarios y LGBTQI+ de todo el mundo para sumarse al movimiento feminista, derribando todo tipo de barreras culturales, geográficas y sociales. Asimismo están quienes argumentan que en tiempos en los que se hace imposible llevar a cabo marchas en espacios públicos, el activismo online podría ser la única manera de causar un impacto.

Sin embargo, el mero acto de compartir un autorretrato que a menudo va modificado con filtros o está tomado en ángulos cuidadosamente seleccionados, acompañado de leyendas en apoyo a las mujeres, está lejos de ser una muestra política o de solidaridad con otras mujeres. Así lo plantea Fabiola Gutiérrez, fundadora de Colectiva Hartas Mujeres y del Consejo Editorial de Mujeres en el Medio, quien señala que si bien la iniciativa muestra que estamos más sensibles y conscientes como sociedad respecto de estos temas, son menos los que hacen propia esa realidad y no se quedan en el eslogan del momento. “Yo soy activista digital y activista feminista en red, y creo que es importante que habitemos esos espacios, principalmente las mujeres. La pregunta que uno se hace es cuánto comprendemos realmente de lo que estamos compartiendo”, dice Gutiérrez. “No olvidemos el impacto del movimiento en redes del #MeToo y #NiUnaMenos, ahí sí hubo una acción súper política que es sostenida hasta el día de hoy. Hay que mirar de dónde vienen estas banderas para tener algo sostenido en el tiempo, y que no se trate solo de una moda como el desafío de aceptar cambiar tu foto en blanco y negro”.

Compartir la historia de mujeres que nos han inspirado o el trabajo de aquellas que nos han marcado haciendo un llamado solidario y sororo, pero con un contenido que apele a un feminismo un poco más arriesgado, podría haber hecho que la iniciativa tuviera el peso que, a ojos de muchas, faltaba. Más aún considerando que el desafío se dio en la plataforma cuyo gran objetivo pareciera ser el de recabar likes, como si se tratara de una gran competencia por la validación y aceptación externa, más que algo realmente sustancial.

“Además de destacar la falta de relato, hay que destacar la falta de resguardo. Porque parecía bonito compartir tu rostro en blanco y negro, pero cuál es el cuidado digital de aquello. ¿Estamos tan aburridas que ahora hacemos todo? Hay que tener cuidado con cómo tal vez con una acción despolitizamos un movimiento convirtiéndolo en una moda”, agrega Gutiérrez.

Según señala el estudio Construir y comunicar un ‘nosotras’ feminista desde los medios sociales, publicado en la Revista de Comunicación y Ciudadanía Digital, internet y los nuevos espacios online parecen haber poblado el imaginario social, presentándose como herramientas de empoderamiento individual y colectivo, pero en ocasiones de manera simplista y poco crítica. Es por esto, según señalan las especialistas, que es importante que, antes de sumarse a las tendencias digitales, reflexionemos en torno a lo que se quiere comunicar y si el mensaje podría incluso terminar banalizando el movimiento. ¿No sería más significativo centrarse en denunciar el problema y en la necesidad de lograr un cambio, compartiendo información que explique por qué y cómo se ha llegado a la situación que se denuncia y qué lecciones se pueden extraer para el futuro?

La solidaridad performática

Semanas después de que se viralizara el desafío, muchas de las usuarias que compartieron la foto en blanco y negro han vuelto a su manejo habitual. Algo similar se vivió a principios de junio, luego de que el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis le volviera a activar con más fuerza los movimientos anti racismo y en contra de la brutalidad policial en el país y en el mundo. Por ese entonces, los feeds de Instagram se llenaron de imágenes negros acompañadas de la etiqueta #BlackOutTuesday, que decía ser un llamado de apoyo al movimiento #BlackLivesMatter.

En una columna de opinión publicada en junio por Karen Attiah en The Washington Post, se explica que todo empezó cuando dos mujeres negras, Jamila Thomas y Brianna Agyemang, organizaron un día de paro en la industria musical y otras áreas artísticas, con la intención de dar cuenta del enorme aporte que han sido para la industria. “El llamado tenía como objetivo permitir que las personas negras descansaran por el bien de su salud mental y que el resto de la población se preocupara de instruirse y a su vez dar a conocer recomendaciones de libros, música y productos culturales creados por la población afrodescendiente. Pero eso no fue lo que ocurrió”, relata Attiah. La acción se limitó a la publicación de un cuadrado negro y toda la información que durante años se había compartido y recopilado bajo el hashtag #BlackLivesMatter para informar sobre el movimiento fue invisibilizada.

En el estudio These days will never be forgotten: A critical mass approach to online activism, desarrollado por la profesora de Software, diseño y activismo social de la Universidad de Manchester, Shahla Ghobadi, se da cuenta de que el activismo en línea apela a la información emocional. “Nuestro estudio sugiere que convendría reflexionar sobre las consecuencias de ese intercambio y qué tipo de información es aconsejable compartir”, dijo su autora en un artículo publicado en 2018 en El País. “En vez de diseminar mensajes con carga emotiva, los activistas tal vez deberían invertir más tiempo y energía en crear y compartir información que ayude a conocer las causas profundas del problema”.

Actualmente, transitamos un momento de convulsión social, donde las diferentes causas sociales -desigualdad, medioambiente, racismo, feminismo, entre otras- compiten por oxígeno, por lo que cualquier distracción será juzgada minuciosamente. “Ese es el desafío mayor que tenemos nosotras desde el feminismo, darle densidad al movimiento. Porque se producen contradicciones, se producen situaciones que están en el límite. Para eso la pandemia nos tiene un poco limitadas, porque mayor densidad significa debate, asambleas, discusión. Estamos en una condición que nos hace vulnerables a estos mensajes que son más de primera capa”, dice la socióloga Teresa Valdés, destacando como gran debilidad de las plataformas digitales que no hay tiempo. “El tema de las redes sociales es que funcionan a una velocidad y con un límite de caracteres que, a veces, permiten solo afirmaciones básicas, afectivas y emocionales, que no quiere decir que sean malas. Pero, en las que la capa siguiente no tiene cabida. No tienes ni caracteres ni tiempo suficiente. Es un espacio de consignas y afirmaciones básicas”, explica.

Finalmente, las dudas sobre la intención original detrás de los esfuerzos de los desafíos virtuales no hace más que instalar una preocupación frente a la precariedad del activismo en las plataformas digitales, que permite diluir significados y restarle potencia al objetivo de los mensajes compartidos. Si bien estos mensajes de primera capa, como dice Valdés, logran conseguir millones de adherentes, parecieran generar una falsa sensación de democratización de la causa, siendo que los desequilibros sociales permanecen intactos.

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