Para nuestras hijas e hijos somos un modelo de comportamiento. Es inevitable que copien ciertas conductas que realizamos a través del tiempo. E igual de inevitable es que inconscientemente busquen satisfacer las expectativas que tenemos en torno a ellos y ellas, a pesar de que pensemos que nunca se las hemos verbalizado o lo hemos hablado. Aunque creamos que no se dan cuenta.

En la confianza del espacio de consulta, muchos adolescentes me han reconocido que no logran ser lo que sus padres y madres idealizan, o que no son capaces de alcanzar las metas que dentro del sistema familiar se han impuesto en el silencio, sobre todo en familias con tradición de profesiones, éxito profesional, académico o conductual, donde eso se convierte en algo que impacta en el autoconcepto y construcción de identidad. Algo que además, puede producir trastornos del ánimo.

Como adultos cargamos con nuestra propia historia, crianza, personalidad, temperamento, contexto y muchas veces ni siquiera somos conscientes de cómo traspasamos nuestras propias expectativas a nuestros hijos e hijas, expectativas que en la mayoría de las ocasiones se basan en lo que nosotros no logramos alcanzar por nuestra experiencia o por la carga de nuestros propios padres. En algunas familias no hay claridad de esto, jamás se pensaría que sucede, pero desde que se tiene a los hijos, nuestra mente comienza a trazar planes y proyectos para ellos y ellas, nos imaginamos cómo serán físicamente, su personalidad, como nos gustaría que fueran, y de todas maneras proyectamos algo de nosotros en ellos y ellas, lo cual se refleja, aún más, cuando crecen y comienzan las primeras tensiones por las diferencias sobre cómo se concibe la vida, las distintas personalidades, identidades, elección de amigos, maneras de enfrentar de problemas, entre otras.

Tener expectativas sobre nuestros hijos e hijas es totalmente normal y esperable. Es positivo también para su formación, ya que se dan cuenta que sus principales modelos de apego creen en ellos y ellas, caminando así a una construcción de identidad con un positivo autoconcepto. El problema es cuando proyectamos nuestra personalidad, historia y expectativas propias no resueltas sobre ellos, imponiendo formas de ser, elecciones y metas a lograr que pueden no calzar con sus propias expectativas. Ahí viene un choque interno entre lo que ellos desean y lo que deben cumplir para sus padres y madres, teniendo un olla de presión interna, porque muchas veces no se identifican con lo que sus mamás y papás quieren.

¿En qué situaciones se puede observar esto? Cuando como papás y mamás proyectamos la etapa escolar de nuestros hijos e hijas y queremos que sea similar a la de nosotros. Al darnos cuenta de que no son como habíamos pensado o que no están cumpliendo nuestros planes, sentimos que hay un problema, aún cuando la inquietud es nuestra y no de ellos/ellas. También puede observarse esta situación cuando los progenitores participaron y fueron exitosos en actividades deportivas, creyendo que sus hijos e hijas también lo serán y se llega al punto de exigir resultados más allá de sus capacidades o talentos. Por otra parte, también vemos cómo existen expectativas en el plano social, proyectando la propia historia o deseos hasta el punto de inmiscuirse en sus relaciones de amistad, inquietándose porque solo tienen tres o cuatro amigos/amigas, cuestionando cuándo deben comenzar una vida social más activa o participar de fiestas. En otra área vemos presión en los resultado académicos, no en su responsabilidad y motivación, sino centrándose y presionando a los hijos/hijas a tener una determinada nota, porque pensamos que así logrará acceder a ciertos estudios universitarios.

Quiero ser clara en esto: es imposible no proyectarse en los hijos e hijas y tener expectativas sobre ellos y ellas, sin embargo, debemos detenernos y saber mirarlos realmente, verlos y aceptarlos por lo que son, sin la presión de nuestra proyección. Comprender que no son una extensión nuestra nos permitirá ser capaces de dejarlos ser autónomos y que confíen en sus herramientas.

Sacarles la mochila de lo que nosotros queremos para ellos nos ayudará a no intervenir en exceso en su vida y a no pensar que los estamos ayudando a resolver problemas donde en verdad no los hay. Y es que como consecuencia se les puede quitar la oportunidad de ser y aceptarse ellos mismos y de poder desplegar sus capacidades para solucionar sus propios conflictos cuando los identifiquen. Podemos querer traspasarles valores y experiencias, pero debemos dejar nuestros propios miedos e historias no resueltas para que puedan disfrutar y trazar su propia historia.

Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel