¿Qué tan igualitarios son los jóvenes?

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En un artículo titulado Young Men Embrace Gender Equality, but They Still Don’t Vacuum (Los hombres jóvenes están a favor de la igualdad de género pero aun así no aspiran) publicado el año pasado en The New York Times, se plantea que si bien ha cambiado la percepción de los jóvenes respecto a los roles tradicionales de género –cambio que por cierto se evidencia en sus actitudes respecto al uso de pronombres o las políticas que apoyan–, hay un área en particular en la que no se ha evolucionado: el trabajo doméstico y de cuidado.

Porque cuando se trata de quién hace qué en casa, como explica la autora del artículo, Claire Cain Miller, la situación permanece igual desde hace más de 50 años. Y es que efectivamente, según un estudio realizado por el Pew Research Center en el 2013, las madres trabajadoras de aquel entonces pasaban la misma cantidad de horas realizando actividades con sus hijas e hijos que las madres que se quedaban en casa en la década de los 70.

Así mismo, un estudio realizado por la consultora estadounidense Gallup en el 2019 –que buscaba dar cuenta de la distribución de las tareas domésticas de hombres y mujeres en parejas heterosexuales jóvenes–, demostró que hay ciertas tareas que muy pocos hombres están dispuestos a hacer por sobre sus parejas mujeres. Cuando se trata del cuidado cotidiano de los hijos, por ejemplo, solo un 5% de los hombres entre los 18 y 34 años dijo ser más propensos a realizarlo que sus parejas. Así mismo, solo un 7% de los hombres entre los 18 y 34 estaba dispuesto a encargarse de la decoración del hogar, y solo un 9% de la planificación de las actividades familiares.

Lo que queda en evidencia con este estudio es que las parejas heterosexuales jóvenes no han cambiado mucho respecto a las parejas mayores cuando se trata de la distribución de las tareas domésticas. Así mismo quedó explicitado cuando en enero del año pasado un estudio publicado en Sociological Science titulado Gender Flexibility, but not Equality: Young Adults’ Division of Labor Preferences reveló que frente a la pregunta ‘¿cuál sería el mejor arreglo familiar si es que tuvieras hijos?’, un cuarto de los estudiantes de último año de secundaria respondió que lo ideal sería que el hombre trabajara a tiempo completo y la mujer se quedara en la casa. Un porcentaje menor –y eso que estamos hablando de un estudio realizado en el 2020– prefirió otro arreglo familiar.

¿A qué se debe, entonces, este doble estándar entre lo que se articula a nivel discursivo y lo que realmente ocurre en la práctica? ¿Por qué los jóvenes de hoy están diciendo que están a favor de la igualdad de género si realmente no están dispuestos a materializarla o a cambiar el orden imperante?

Como explica la socióloga del Observatorio de Género y Equidad, Tatiana Hernández, esta contradicción o inconsistencia se refleja en Chile en los estudios realizados en el 2001 y luego en el 2009 sobre la violencia de género en parejas jóvenes. En la versión realizada por el SERNAM titulada Análisis de Violencia en las relaciones de parejas entre jóvenes –en la que se entrevistó a hombres y mujeres entre los 15 y 25 años de distintos sistemas educacionales– quedó en evidencia que la mayoría de los encuestados seguía teniendo una percepción muy tradicional de los roles parentales, que en muy poco se diferenciaba de la percepción que tenían sus padres.

Para estos jóvenes, el padre seguía teniendo como responsabilidad central el sustento y orientación de normas, y las madres eran las encargadas del apoyo y la entrega de afecto. “Los estereotipos sexuales de hombre y mujer permanecen similares a los existentes desde hace tres décadas atrás. Se mantienen visiones del ser mujer y hombre conservadores y asociados a características esencializadas; la maternidad, la emocionalidad y la contención para las mujeres. La fuerza, la impulsividad y racionalidad para los hombres”, se detalla en el estudio. “El hecho que los estereotipos sexuales permanezcan intactos y que los roles de género hayan sufrido cambios significativos –porque el estudio no niega la aparición de una nueva concepción de roles de género– produce permanentes tensiones y contradicciones en la vida y subjetividad de las y los jóvenes”, se concluye.

Según Hernández, lo que queda claro es que si bien los hombres hacen cosas y están dispuestos a cambiar pañales o hacer las compras de la casa, siguen pensando en la lógica que establece que esas tareas no les corresponden, y por ende al hacerlas están ‘ayudando’. “El estudio realizado en 2019 por el Instituto de la Mujer, que también mide la violencia en los pololeos de adolescentes y jóvenes en Chile, también muestra que el orden tradicional de género está muy arraigado en la mentalidad de hombres y mujeres, por lo que eso tiene un impacto no menor en cualquier tipo de relación social, económica y política que se establece entre los géneros”, explica la socióloga. “Es un ir y venir; hay un discurso en torno a la igualdad, pero se queda en la narrativa. Me atrevería a decir que es un espejismo, y eso es lo grave. Porque mientras siga reinando esa mentalidad y haya poco incentivo para otro orden, no se va crear el habitus en torno al cuidado. No es de extrañar entonces que frente a una situación como la que vivimos ahora, en la que tuvimos que volver a la casa, independiente de que muchas mujeres sigan trabajando de manera remota, para los hombres eso haya significado que son ellas las que tienen que hacer las tares domésticas. Y que ellos hagan algo no logra constituirse en un habitus. Un habitus que plantee que esas tareas también le corresponden y son igualmente responsabilidad del hombre”.

Como explica la coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, Teresa Valdés, los estudios que investigan a los jóvenes en los últimos tiempos, develan que si bien los hombres han avanzado en cuanto al compartir las tareas domésticas, solo hacen lo que les gusta. Y eso es muy determinante. “La percepción de la discriminación en el espacio doméstico se produce cuando hay hijos. Ahí aparece esta división en la que las mujeres dejan de participar públicamente o tener espacios para ellas porque se presume que son las encargadas del cuidado”, explica. “Entonces puede haber una pareja en la que ambos fueron parte y muy activos en el movimiento estudiantil, pero cuando hay necesidad de ver quién de los dos va a la reunión de apoderados, se asume que es ella”.

Todo esto lo dejo claro la Encuesta de Empleo realizada por el Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales, en la que se examinó la distribución del trabajo en los hogares durante la pandemia y se reveló que el 38% de los hombres en familia había dedicado cero horas semanales a realizar tareas domésticas. Además, en hogares en los que hay hijos menores a los 18 años, el 71% de los padres dedicó nuevamente cero horas al acompañamiento en tareas escolares. Mientras que las mujeres, por ejemplo, dedicaron 14 horas semanales más que los hombres al cuidado de niños menores de 14 años.

Como explica Valdés, en la medida que exista un mercado de trabajo que desconoce que cuando paga un salario está pagando solamente una parte del trabajo de esa persona –o cuando ese salario no cubre el esfuerzo que se requiere para que esa persona esté disponible–, seguimos frente a una situación estructural desfavorable para las mujeres. “Se trata de estructuras que generan condiciones para que no haya una asignación compartida de las tareas domésticas o de cuidado. Cuando hay autoridades o jefes que no valoran o validan el trabajo del cuidado, también se da paso a una condición estructural y cultural de invisibilizacion de esas labores. Mientras no exista un incentivo, o no exista un prestigio en esas tareas, no se van a reconocer como un aporte y los hombres no las van a realizar”.

Por eso, como postula Hernández, es tan importante que se hable de esto como un asunto público. “Si seguimos problematizándolo como si fuera un asunto privado o entre dos, no van a haber grandes cambios. El tema de los cuidados hay que desprivatizarlo, desfeminizarlo y colectivizarlo de manera urgente”.

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