El regalo indeseado que el maravilloso mundo de Disney nos dejó a todas quienes crecimos en los años ‘80 o ‘90 viendo sus películas, no fue el deseo de ser princesas o tener un hermoso castillo; fue la creencia de que debemos tener una belleza específica y un cierto tipo de comportamiento para ser deseables y deseadas por alguien que, se supone, nos salvaría de todos nuestros males. Y aunque han pasado los años y cada vez somos más conscientes de lo dañino que puede ser para nuestra vida en general este imaginario, igual lo replicamos.

La escritora y activista Brigitte Vasallo lo describe muy bien en una columna publicada en la revista Idees y agrega al paquete de ideas preconcebidas que nos dejó Disney aquella que plantea que el amor de verdad, es único. “Ninguna Cenicienta tiene tres maridos y dos novias. El cuento acaba cuando encuentras el Amor, con mayúsculas, y ya está. ¿Cómo lo hacemos para conjugar esta idea que tenemos muy enraizada con la realidad amorosa de nuestras vidas largas y cambiantes, con nuestras biografías llenas de amores? Fácil: negándolos todos, menos el amor presente”, dice.

El daño de esto es importante, dice la psicóloga feminista Pía Urrutia. “Las personas podemos llegar a pensar que cuando no hemos tenido historias de amor que calcen con lo que el mito nos presenta, hemos fallado. Por lo general las personas tienden a decir que han fallado cuando terminan una relación. Y es que se instala en la psiquis que la plenitud se alcanza siempre y cuando yo logre sostener una relación sexo afectiva de aquí hasta el final de los tiempos o que tengo que quedarme en una relación que puede no estar haciéndome feliz por el ideal de estar ‘completa’ por tener una pareja”, explica.

¿Qué tanto hemos logrado rehuir de los estereotipos de Disney? Las psicólogas paraguayas Lorena Beloso y Marisol Fullana analizan en su ensayo El amor en los tiempos de las Princesas de Disney los estereotipos femeninos que propone cada película y cómo han ido evolucionando con los años. “Desde fines de los años 30 y hasta los 60, la princesa desea ser rescatada por un príncipe, a partir de un beso de amor, la versión más repetida y tradicionalmente conocida. Blancanieves en 1973, Cenicienta en 1950, La Bella Durmiente y Aurora, en 1959 son damitas que se dedican al cuidado maternal (con enanos o animales) y tareas domésticas, invirtiendo mucho de su tiempo en ensoñaciones diurnas y fantasías que involucran a un príncipe, lo que les permite a su vez escapar de su cruda realidad. En la década del 90, nuevas princesas hacen su aparición: en La Bella y la Bestia en 1991, Bella es una mujer que ama leer, desestima la propuesta de casamiento del soltero más codiciado del pueblo y no teme enfrentarse a una bestia para rescatar a su padre. Y Mulan en 1998 es una valiente guerrera oriental que ocupa el lugar de su progenitor en batalla para protegerlo. Son jóvenes decididas que encuentran, esta vez sin añorarlo, el amor de hombres protectores y cariñosos que se dejan asombrar por estos nuevos semblantes femeninos, que promueven mujeres capaces de enfrentar la adversidad por ellas mismas”, aseguran.

Pero el cambio sustancial no se dio sino hasta hace una década atrás con las nuevas princesas de Disney que encarnan una nueva premisa: una mujer puede lograr muchas cosas sola, no necesita que un hombre la salve. “Anna y Elsa, las hermanas de Frozen en 2013, nos muestran que el acto de amor necesario para la salvación no proviene de un hombre. Y Moana en 2016, la hija del jefe de una tribu movilizada por el amor hacia su tierra, protege a su aldea aventurándose a una peligrosa odisea. Pareciera que aquí, ya no es la pregunta sobre qué desea una mujer la que orienta el argumento, sino más bien ‘qué puede una mujer’”, puntualizan las investigadoras.

El contenido que consumimos nosotras y las generaciones que nos siguen evidentemente ha cambiado, pero ¿qué tanto nos hemos podido despegar de este mito del amor romántico que aprendimos de las princesas? Cuando María (24) era chica, quería ser Bella porque tenía el pelo café como ella y le gustaban los libros, dos características que la unían a una princesa que haría de todo para cambiar a una bestia y transformarlo en un príncipe, un patrón que en las relaciones vemos como ‘querer cambiarlo para que sea mejor’. “Esto es algo que conversamos harto con mis amigas porque nos hemos dado cuenta de que los patrones que vimos en esas películas nos marcaron en nuestras relaciones. Hoy sigo pagando las cuentas por crecer creyendo que mi vida se solucionaría cuando encontrara una pareja. De hecho todavía –inconscientemente– pienso que me falta ese check en la lista para que mi vida esté completa. Es muy duro admitirlo”, reconoce.

“Los modelos en torno a ideales de pareja o prototipos de mujeres que existen en Disney están muy ligados con lo que es el amor romántico. Hay cierta estereotipación de género, donde aparece la idea de que las mujeres nos vamos a complementar una vez que nos casemos, que ahí vamos a llegar a la completitud. Si bien hoy podemos tener una perspectiva mucho más crítica con respecto a estos estereotipos, la forma en la que la cultura va haciendo que interioricemos estos modelos hace muy difícil que nos desliguemos, porque estamos sometidas a una cultura patriarcal y occidental donde todavía se valora más que las mujeres sean sumisas, gustables, elegibles y tengan valores comunes con las películas de Disney”, asegura la psicóloga Pía Urrutia.

Ser salvadas, por ejemplo, es otro de los elementos que aparece en este tipo de historias, agrega Urrutia, y se enseña que quien salva de algo malvado a la protagonista es un hombre que tiene ciertas características, como agresividad y fortaleza. “Pero no todo está perdido. Por ejemplo en la película Valiente, no hay hombres que salven a la figura protagonista, algo que nos habla de la posibilidad de un cambio orientado a dejar de ver las cosas de manera tan binaria”, concluye.

En consecuencia, si bien es difícil sacarse de encima un modelo que interiorizamos al crecer viendo las clásicas princesas Disney, es esperanzador que ya hace algunos años hemos podido ver en la pantalla grande mujeres y niñas que son sus propios príncipes, su propia salvación, y por tanto las nuevas generaciones tendrán nuevos referentes en el amor.