Quedar cesante para nadie es una situación ideal, pero ser despedido cerca de la etapa de jubilación puede ser especialmente complejo. Quienes lo viven, lo describen como un verdadero dolor de cabeza. No solo por lo evidente que es perder una fuente de ingresos cuando se tienen grandes responsabilidades que cumplir -pago de créditos, universidades/colegios, seguros médicos, contribuciones, arriendos, alimentación-, sino también por el significado emocional de quedar fuera del mundo laboral en un momento donde se busca poner fin a esta etapa de manera exitosa, activa y sobre todo, tranquila.
Con la cesantía -inesperada, en muchos casos-, surge la inseguridad y angustia por el futuro y se activa el proceso de encontrar empleo en un mundo laboral diferente -más tecnológico y flexible- al que las personas entre 50 y 65 años estaban acostumbradas. Esos desafíos por la reincorporación de este grupo han quedado demostrados en diversos estudios, como por ejemplo, el del Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales de la Universidad Católica, Clapes UC.
Según un informe publicado en diciembre de 2023, la tasa de desempleo para las personas de este grupo etario es de 1,6 veces superior a la reportada antes del COVID-19. Además, esta investigación evidenció que estos trabajadores están tardando más en volver al mercado laboral, con una espera de 7,1 meses para aquellos de 50 a 59 años y 11,2 meses para los mayores de 60 años. Así, cerca del 24,3% de los desempleados sobre 50 años enfrenta etapas de desempleo de larga duración.
Claudia Trejo (56), Jeanette Silva (61) y Loreto Sánchez (59) han vivido lo que significa quedarse sin trabajo por sobre los 50 años. Cada una, desde sus diversos rubros, conocen de cerca la cesantía en una etapa de la vida donde ellas mismas reconocen haber esperado un poco más de estabilidad. “En mi caso, tuve que hacer un retiro voluntario por edad. Ese es el título que le dieron. Básicamente, me obligaron a salir porque si lo hacía así, me pagaban mis 20 años de servicio, pero si no, me iban a indemnizar solo 11″, cuenta Jeanette, quien se desempeñaba como telefonista en la mesa central de un banco.
Actualmente, Jeanette se encuentra cesante y confiesa que la búsqueda de empleo se le ha hecho difícil, no solo porque “hace más de 20 años” que no hacía un currículum, sino porque no está familiarizada con plataformas como LinkedIn o Indeed, que ayudan en el proceso. “He intentado buscar por internet, pero no me manejo, no me resulta. Además, creo que los reclutadores no me leen. Siento que cuando digo la edad es como ‘ya, te llamamos’. Yo, demás, puedo representar 45 años, pero mi carnet dice 61 y hasta ahí llego. Supongo que necesitan personas más jóvenes”, indica.
Su lectura en torno a cómo el mercado está buscando a personas para contratar, sin embargo, no está tan alejada de la realidad. O así al menos lo demostró la encuesta ¿Cómo funcionan los talentos hoy? realizada por el sitio Laborum.com. De acuerdo a este sondeo, el 70% de los reclutadores sí considera la edad en el proceso de selección, el 65% afirmó que este dato es determinante para la incorporación en las organizaciones y el 55% declaró no haber contratado a personas mayores de 55 años en el último año. “Existe una idea instalada que después de los 50 años las personas están menos actualizadas, menos digitalizadas, menos flexibles a la hora de enfrentar nuevas tareas, lo que genera temor en las empresas porque piensan que contratarlas implicaría un mayor costo”, dice Carlos Román, director ejecutivo de SeniorLab UC; una iniciativa que actualmente está lanzando su tercera convocatoria para integrar la Red de Empresas con Experiencia, la cual busca acompañar a las organizaciones en la inclusión e inserción laboral de las personas mayores.
Ante este escenario, Jeanette tuvo que sacar sus ahorros para sobrevivir, al igual que Loreto, quien es vendedora de seguros y ha estado en un limbo laboral desde que esa industria comenzó a masificarse. “El verdadero vía crucis comenzó cuando entré en la década de los 50. Creo que esta ha sido la época más dura que he tenido laboralmente, con mucha incertidumbre y temor. Tengo miedo de tener 60 años y que nadie me quiera contratar. Yo soy una persona que tiene mucha energía, me gusta trabajar y soy disciplinada, concentrada y organizada. Entonces, verme con este fantasma no ha sido fácil, porque no creo que sea algo que venga de mí, sino del entorno que discrimina”, dice.
El género como (otro) factor
“Las mujeres son las más castigadas en términos de empleabilidad, ya que a los sesgos de género y edad, se suman las tareas de cuidados que muchas realizan cuando quedan a cargo de hijos o familiares”, indica Carlos Román de SeniorLab UC.
Para poder sobrellevar el día a día, Loreto se ha mantenido haciendo diversos trabajos temporales y algunos de manera independiente, pero su manera ha sido la organización. “Vivo adelantada tres meses, es la única forma que he encontrado. Es decir, hoy ya tengo solucionado mi sueldo de abril y mayo, y estoy pensando en el de junio. No puedo vivir pensando solo en el día a día porque nadie me va a esperar para el pago de las deudas o los impuestos”, relata. Sin embargo, ese enfoque, asociado a la inestabilidad y precarización de su sistema de vida, le ha traído costos a nivel de salud mental. “Recuerdo que durante un período no dormía, me despertaba a las 3:00 de la mañana angustiada pensando qué iba a hacer. Caí en una depresión profunda. En un momento llegué a pensar que lo mejor que podía pasar era enfermarme o que me pasara algo”, dice.
Aunque Claudia, -quien se ha dedicado toda su carrera a la gestión de personas y estuvo fuera del mercado los últimos dos años- nunca llegó a este extremo, también empatiza con este sentimiento de preocupación, con el hecho de no saber qué pasaría con su desarrollo profesional en el futuro. “Me acuerdo que me tenía que obligar a levantarme y sentarme en el computador para buscar trabajo, pero tenía cero ganas. Estaba frustrada porque sabía lo que podía dar, pero eso no siempre se ve en una entrevista, sobre todo a mi edad. Aunque lo des todo, no siempre te llaman devuelta”, relata hoy, a 5 meses de haber encontrado un nuevo puesto como gerenta de personas en una empresa del rubro de la construcción.
En su período de cesantía, Claudia aprendió que, para encontrar trabajo, la técnica era conseguir 100 cafés: 100 conversaciones para lograr que las personas simplemente la conocieran, que sus contactos la recordaran. Y lo logró. Sin embargo, no fue fácil, porque por sus años de experiencia, su piso de remuneración era alto y no siempre las empresas estaban dispuestas a pagar. “Piensa que la primera vez que me quedé cesante tenía dos hijos en la universidad y una saliendo del colegio. Me las tuve que arreglar, pasé las de kiko y kako, pero nunca gasté más de lo que tenía”, dice.
Ser una contratación “cara” no fue lo único que le dificultó el proceso, sino que -al igual que las demás- la edad también fue un factor relevante. “Eso es una idea construida por la sociedad porque se te priva de muchas oportunidades cuando te encasillan bajo un título. Creen que por tener cierta edad ya no eres buena o no sirves, cuando en realidad tener 60 hoy no es estar viejo. Las cosas han cambiado, ya no es como en la época de nuestras madres o abuelas. Cuando yo me veo a mí misma, digo ¡wow! Tengo pilas para harto rato más”.