"Pololeé cinco años con la Romi y estuvimos casados otros dos. Fuimos muy felices. Teníamos muchos proyectos para una vida juntos hasta viejos. Con ella pan y cebolla. El embarazo de la Romi fue normal, sin complicaciones. Ella quiso hacer de todo para que el parto fuera perfecto. La acompañé a cursos de meditación y a esos que hacen en las clínicas de maternidad. Fue una etapa en la que compartimos juntos el proceso.

Pero hubo una complicación post cesárea. Matías nació el 3 de septiembre. Y días después, la Romi falleció. Ella alcanzó a tenerlo en brazos, a mirarlo, a alimentarlo. Estaba feliz. Después la cosa se fue poniendo más delicada, pero yo igual le llevaba a Matías. Se lo ponía encima. Lo veía como un ejercicio para que ella lo sintiera y reaccionara. A pesar de lo que me decían los doctores, pensaba que iba a salir adelante. Nunca perdí la fe, hasta el último minuto, cuando todos los indicadores sistémicos se fueron a cero. Ahí me volví loco. No lo podía creer.

Todo lo que vino después fue espantoso. La carga emocional, el estrés, la depresión. El no poder tener a mi hijo con su familia primaria como corresponde, de a dos. Por suerte tengo una familia y una calidad de amigos impresionantes, y siempre estuve rodeado de gente. No soy de los que se va para adentro, me gusta estar acompañado. Me puse a buscar casos de otras personas a las que les hubiese pasado algo parecido para que me contaran si había una luz de esperanza. Me aferré a todos los santos existentes, pero después sentí que eso no valía nada. La fe en la religión se me fue bastante. Hoy creo más en el universo que en la figura de un dios.

Soy paisajista independiente y en el proceso de la clínica todos mis amigos me ayudaron con eso. Todos. Armaron cuadrillas y partían a supervisar mis trabajos. Cuando empecé a retomar, lo hice con ellos acompañándome. Después de un tiempo logré ir solo a todas partes. Sin la ayuda de mis amigos y mi familia, que me permitieron volver de manera gradual, no habría sido capaz de hacerlo. Estaba destruido. Se había muerto mi proyecto de vida, lo que anhelaba, todos mis sueños.

Siento que el tiempo ha pasado rápido. Y en estos meses he hecho todo lo que he tenido a mi alcance para reponerme y no quedarme tirado en cama con depresión. Fui donde una médium para hablar con la Romi, para saber cómo estaba. Tenía mucha angustia porque creo que a ella le costó irse. Era muy preocupada por la salud de los demás, y paradójicamente le pasó esto a ella. Es muy incomprensible. La médium me dijo que la Romi no podía entender cómo se podía haber muerto en ese momento. Y si lo piensas, es bastante lógico. Debe ser muy difícil para una madre dejar a su hijo recién nacido y tener que partir. También en este tiempo he ido al tarot, al sicólogo, al siquiatra. Me lo le llorado todo. Me sentí sobrepasado, con un genio terrible, rabioso.

Antes de esto era reacio a todas estas cosas. Pero, para mi sorpresa, han pasado situaciones bien inexplicables, casi mágicas. Recuerdo especialmente un día en el que estaba en la terraza y llegó un pajarito que se puso en la mesa. Y después caminó hasta mi rodilla. No sé cómo decirlo, pero sentí a la Romi ahí. Cuando Matías era más chico, él miraba un punto en la pieza y sonreía. La médium me decía que él la veía y viceversa. Otra vez, una prima habló de esto con una amiga que va donde esta misma médium y al día siguiente de esa conversación salió al jardín y se encontró en el pasto, mágicamente, con un conjunto de tréboles que formaban un corazón. Como soy paisajista, me emocioné mucho con ese detalle y hoy lo tengo enmarcado.

Uno de a poco va aprendiendo a vivir con la muerte de su señora. No he soñado mucho con ella, pero sí le hablo permanentemente y sé que me escucha. Hace un mes fui al cementerio solo y le dejé una foto de los tres. Le pedí que me diera paz, que me ayudara. La pena está siempre. Al principio, ni siquiera podía mirar sus fotos, pero ahora esa pena ha ido cambiando y me lo tomo con más alegría, tratando de recordar los momentos lindos. Pero sé que nunca la voy a olvidar.

Llegar al departamento que teníamos después de que pasó todo esto fue muy fuerte. Me acompañó mi suegra y mis cuñadas. Lo hice por etapas. Fui primero a la terraza, respiré un poco. Después a la cocina, donde vi sus zapatos. Todo era ella. Todo lo que hacía, me llevaba a ella. No podía mirar a Matías sin ponerme a llorar, porque me daba una pena inmensa pensar que la Romi se estaba perdiendo todo esto. Por lo mismo, se me hizo muy lógico venirme a vivir con mi mamá. Éste es el lugar donde teníamos que estar. Ella y mi hermana me ayudan mucho, pero me picanean harto también para que me reponga. Somos muy unidos, yuntas.

El tema de ser padre y madre no me lo cuestiono. Quizás me he tenido que hacer cargo de cosas que generalmente recaen en las mujeres, pero no me complico con la logística. Tengo un cuaderno de anotaciones donde escribo las vacunas y las idas al doctor. Le doy la mamadera cada vez que puedo, y me preocupo de mirarlo cuando lo hago. Matías está rodeado de mujeres, del cariño de mi mamá, de mi hermana, de la familia de la Romi y de mis amigos, pero no tuvo eso de que siempre esté alguien a su lado, ni la posibilidad de que su mamá le diera pechuga. Sé que no tiene recuerdos de la Romi, pero por lo mismo todos los días se la muestro en fotos. A pesar de que tiene menos de un año, la mira de una manera especial. Le da besos. Le dice mamá.

Me pregunto muchas cosas sobre el futuro, pero prefiero irme paso a paso. Como Matías todavía es chico, creo que es más fácil. Pienso que si esto hubiese pasado con él de 15 años habría sido peor, porque tendría que haberse enfrentado a esa pena de haberla conocido y haberla perdido. Sí creo que va a ser difícil cuando le tenga que explicar qué fue lo que pasó. No quiero que sienta culpa, porque él no tiene la culpa de nada, es un ser completamente inocente. Pero sé que voy a tener que prepararme para eso.

La Romi era súper justa, cero prejuiciosa y muy respetuosa de todo. De las clases sociales, de las distintas religiones, de las minorías de todo tipo. Yo soy más tradicional y me encantaba cómo ella permanentemente me enseñaba a ser más abierto. Por eso, no me gustaría que Matías fuera tajante, como era yo antes de conocer a su mamá. Quiero que tenga eso de ella: que conozca el mundo, que sepa que hay de todo y que lo valore y lo respete. También me gustaría que sienta la libertad de hacer las cosas que le gustan con decisión y no con miedo. La Romi era temerosa, y siempre me decía que se había enamorado de mí por lo decidido que soy en hacer lo que quiero. Me gustaría que eso que a ella le gustaba de mí, Matías también lo herede".

Fernando Valle (39) es papá de Matías y paisajista. Le gusta la fotografía, viajar y la naturaleza.