Nunca me preocupé del tema de la maternidad hasta que estando en pareja, hace bastante tiempo, quise ser mamá. Mi pareja de ese momento tenía tres hijos, y aunque inicialmente me dijo que no quería tener más, accedió. Empezamos a tratar, pero no me quedaba embarazada así que decidí ir al médico. Fue un tiempo largo, de pedir diferentes opiniones. Me habían descubierto varios miomas adentro y afuera del útero, uno de ellos muy grande. Muchos especialistas me recomendaron hacerme una histerectomía. Pero no lo hice. Quería ser mamá e decidí intentar hacer lo posible por serlo.
En ese tiempo, mi relación terminó. Esto de alguna u otra forma me afectó sicológicamente, sobre todo porque se trataba de un proyecto de vida. Creo que mi proceso hizo que mi ex pareja se enfrentara a la realidad, a que si bien me amaba, no quería tener más hijos. Y por eso, no me podía acompañar en este proyecto por más amor que sintiera por mí. De una forma muy civilizada, pero muy dolorosa también, decidimos separarnos. Y seguí sola en esto. Mi cerebro ya estaba enfocado en que debía encontrar a un médico que me pudiera ayudar o ver si definitivamente me sacaba el útero. Inevitablemente me recriminé por nunca haber cambiado de médico. Hacía años que me habían dicho que tenía miomas, pero que eran chicos e inofensivos, cosa que tiempo después un especialista en fertilidad desmintió. La realidad era que eran gigantes, y no podía entender que yo nunca hubiese hecho algo al respecto.
Así fue como llegué a un especialista que me habían dicho podría operarme con laparoscopia y robótica. Accedió a operarme, pero cuando pedí el presupuesto me enfrenté a que mi copago con seguros incluidos eran casi 14 millones de pesos. Esa fue la primera vez que me senté a analizarlo todo. Quizá podía pedir un crédito para conseguir esa plata, pero si eso resultaba después me iba a tocar buscar un proceso de inseminación porque no tenía pareja. Eso iba a costarme otros tantos millones. Habiendo hecho eso, y si lograba tener una guagua, iba a encontrarme endeudada hasta el cogote. Todo esto que pensé lo escribí en una carta para al doctor. Quería agradecerle su voluntad y contarle mi análisis. Él me llamó y me dijo que me quería operar gratis, que le interesaba mucho mi caso desde el minuto en que me vio. Me dijo también que era un caso difícil y que las posibilidades de embarazarme eran casi nulas, pero que quería intentar ayudarme. Me reconstruyeron el útero en casi siete horas de operación. Pero no logré.
Siempre trabajé junto un grupo de amigas con niños y adultos en riesgo social. Así llegamos a la Fundación Regazo, que ya no existe pero que en ese entonces acogía a niños maltratados. Para un Día del Niño fui a verlos, y una niña comenzó a gritarme: "mamá, mamá". Yo le decía que no era su mamá, que era la tía Fran. Me entró un llanto de esos que salen de las entrañas. Ahí fue cuando me dije: "soy una tonta, llevo años amargándome por lo que me ha pasado y la maternidad es mucho más que la maternidad biológica". Y por primera vez pensé en la posibilidad de la adopción. Fue así como empezó todo este nuevo proceso, uno largo y complicado que se suma a todo lo que viví antes de tomar esta decisión.
Revisando la ley, me di cuenta de que podía adoptar siendo mamá soltera y que además del Sename existen fundaciones para hacerlo, pero que son pocas las que reciben a mujeres sin pareja. Fundación Mi Casa era una de ellas, y llegué ahí en el verano de 2016. Lo primero que hice fue asistir a una charla en la que nos contaban los detalles del proceso, y luego debías llenar un formulario para decir si seguías dispuesta o no. Ahí me hice consciente de que los niños que reciben vienen muy dañados producto de mucho abandono, de mucho maltrato. Y por eso desde el día uno te advierten que ésta no será una maternidad fácil. Esto se sumaba a que si bien la ley de adopción no dice que siendo soltera tienes menos posibilidades, en las charlas sí advierten que existe una ley de prelación y que además las mujeres solteras no tenemos opción de adoptar una guagua sino un niño o niña a partir de los 4 años. Una ridiculez considerando que en Chile 6 de cada 10 mamás son solteras.
Haber estado en Regazo me ayudó. Ahí me tocó pintarle la carita a un niño que tenía quemaduras porque su mamá le dio vuelta una olla de agua caliente encima para castigarlo, a niños violados por sus abuelos o niños a los que les pegaban constantemente. Esas realidades me hicieron llegar a la Fundación Mi Casa sabiendo que era muy probable que mi posible futuro hijo o hija hubiese sufrido condiciones violentas. Siempre asumí que iba a tener daños, y que de alguna forma tendría que hacer lo posible para reparar esos dolores que aunque no creo que se olviden, sí se pueden manejar con amor.
La evaluación sicológica duró ocho meses, tiempo en el que tenía que ir prácticamente cada semana a entrevistas con el sicólogo y una trabajadora social para que me hicieran un informe. Hasta que el 17 de noviembre de 2017 me llamaron para decirme que era apta para la adopción. Lo sentí como si me hubiese dado la noticia de que estaba embarazada. Como me habían advertido que el proceso podía durar dos años, me dije: “hoy empieza mi embarazo de elefante”. Locamente empecé a planificar, me fui a vivir al lado de mi mamá porque sabía que iba a necesitar un círculo de apoyo.
Ahí empezó un nuevo proceso de espera, en el que la fundación te contiene y prepara para la maternidad o paternidad. Empiezan con la parte linda de la crianza, pero pasas también por la parte complicada, cruda, donde te leen casos reales de adopción para prepararte para lo que se viene. Durante ese período, una vez al año van a visitarte de nuevo para saber si tus condiciones han cambiado. En la última visita que tuve, a principios de este año, me dijeron que me hiciera la idea de que tenía que esperar al menos dos años más porque para las solteras las cosas están muy complicadas, estamos en la última prioridad e, injustamente, te dan a los niños que nadie más quiere. Ya llevo dos años y medio esperando desde que me dieron la aptitud.
Hay mucha burocracia en todo esto. Y por lo mismo da rabia saber que hay gente que quiere adoptar, pero que el sistema hace que todo sea lento, cuando en esa espera los niños no están en las mejores condiciones como estarían con los papás que los están esperando. Cada día que pasa estoy más convencida de que quiero ser mamá, pero no puedo negar que la espera es muy dolorosa, y duele porque en mi caso paralicé mi vida. Dejé de viajar por miedo a que me llamaran y no estar; paralicé mi vida en términos laborales, porque es como cambiarte de pega estando embarazada; y la paralicé también en términos de pareja, porque siento que yo me embarqué en esta cruzada sola entonces y no he resuelto bien qué hacer si conozco a alguien.
De mi grupo de taller de adopción ya todos son papás, los últimos desde hace dos semanas. Y me he dado cuenta de que en general se preocupan cuando me dan las noticias para no hacerme daño. Yo de verdad me pongo muy feliz, porque es un niño que va a tener a una familia, pero igual pienso: "pucha, cuándo me va a tocar a mí, por qué todavía no". No es con maldad ni envidia, sino por el profundo deseo de que llegue mi momento.
Desde que me dijeron que era apta para la adopción, siempre he pensado que ese niñito o niñita ya nació. Me duele pensar que quizás puede estar sufriendo, que puede que le estén pegando, pero yo no tengo ninguna posibilidad de hacer algo. Hace un año fuimos al Congreso, con una de las mamás de la Fundación y nos recibieron algunos diputados de la comisión de Familia y la verdad nos recibieron bien, pero me quedé con la sensación de que solo fueron palabras de buena crianza. No puedo dejar de cuestionarme por qué hay leyes que se mueven tan rápido, mientras este proyecto de modificación a la ley de adopción ha sido tan lento y en el transcurso de ese tiempo hay tantos niños y niñas que están viviendo en pésimas condiciones. Porque se les está quitando la posibilidad de tener una familia. Y eso es porque no tienen visibilidad, no tienen voz.
Tengo 43 años y me he cuestionado hasta cuándo estaré dispuesta a esperar, porque los niños demandan energía, pero hay algo dentro de mí que siente que mi hijo o hija está en algún lugar. Esto ha sido un aprendizaje, porque en este tiempo he vivido cosas que desconocía. He descubierto un amor nuevo e incondicional por alguien que ni siquiera conozco. Eso es lo que me hace luchar, esperar, aperrar. A mí, que creía ser muy poco paciente y alocada para tomar decisiones. Esto ha sido una prueba de que puedo ser distinta por alguien que ni siquiera es parte de mi vida aún. Y aunque me duela pensar que hoy mi hijo o hija puede estar sufriendo, tengo la convicción de que va llegar.
Francisca tiene 43 años y es relacionadora pública.