Cuando estamos conociendo a una persona con un interés romántico, sabemos que hay cosas que no podemos transar, como que trate mal a otros, que nos interrumpa mientras hablamos, nos haga mansplaining o que hable mal de sus ex parejas, por ejemplo. Pero ¿qué pasa cuando detectamos esas micro señales, que parecen no ser tan importantes, pero que en el fondo nos dicen internamente que no somos compatibles, y decidimos ignorarlas? ¿En realidad somos exigentes con nuestras posibles parejas?
Si estamos buscando un compañero o compañera de vida, lo esperable es que nos tomemos un momento para evaluar con cuidado y decidir si es que de verdad nos sentimos cómodas con esa persona. Pero al parecer somos menos selectivas de lo que pensamos. Así al menos lo confirma una investigación publicada en la revista académica Personality and Social Psychology Review, que determinó que tendemos a darle una oportunidad a las personas, incluso si no cumplen con nuestros criterios. Cuando decidimos comprometernos y establecer una relación, incluso aunque detectemos red flags –señales que nos advierten peligro, incomodidad o poca compatibilidad–, nos impulsa una tendencia psicológica llamada “sesgo de progresión” a permanecer en la relación, en vez de terminarla.
Algunos de los hallazgos de esta investigación, explican Samantha Joel y Geoff MacDonald, psicólogos autores del texto, es que las personas se sienten atraídas por una gama mucho más amplia de potenciales parejas de lo que creen, que están dispuestos a ajustar sus estándares y pasar por alto las falencias de estas potenciales parejas y que terminan apegándose rápidamente a ellas, incluso si no necesariamente son sus parejas ideales.
Los factores que pueden explicar por qué decidimos ignorar estas red flags, dice Mitzi Ubilla, psicólogue clínica especialista en terapia con enfoque LGBTIQA+, son diversos. “Hay algo de empatía cuando pensamos que el otro quizás tuvo una infancia o una relación anterior compleja y que desde ahí viene con alguna mochila. Pero también tiene mucho que ver con el egoísmo de querer que esto funcione a toda costa. Y es que hay un apuro y una presión social por estar emparejado a cierta edad, algo que nos fuerza a justificar al otro”, dice.
“No me llama porque no es invasivo” o “me llama y me dice que no salga porque me quiere”, son justificaciones que Mitzi suele escuchar. Según explica, se relacionan con la historia de vida de cada uno, con cómo fue la relación de nuestros padres o nuestros modelos a seguir y el ejemplo que nos dieron respecto del amor. “Disney nos jodió la vida a muchos. Le contó a las mujeres que viene un príncipe a salvarlas, que hace todo por ellas y que las deja en una figura casi de objeto. Mientras que a los hombres les dice que tienen que hacer actos heróicos por conseguir una relación amorosa. Hay muchas relaciones que se basan en esta idealización y romantización de Disney, que les lleva a desear esa idea. Esto es lo que me muestra el mundo y este es mi objetivo. Muchas veces lo cumplimos a costa de lo que sea, como pasar por alto una red flag”, asegura.
Una encuesta realizada en 2021 por YouGovAmerica, que entrevistó a 15.000 estadounidenses, encontró que el 60% de los adultos cree en las almas gemelas. Una mentalidad de cuento de hadas que según la investigadora Samantha Joel, puede encaminarnos hacia el sesgo de progresión. Según dice, en psicología se le llama a esta línea de pensamiento “creencias del destino”, que provoca que creamos que la persona con la que estamos saliendo es, de hecho, nuestra alma gemela.
Por otro lado, la investigación revela que además de ignorar estas señales negativas, las personas se inclinan a permanecer en las relaciones y a tratar de hacerlas progresar, en lugar de terminarlas. En el artículo los académicos apuntan a estudios que muestran que terminar una relación se hace más doloroso mientras más tiempo se ha estado vinculado emocionalmente, que separarse es más desagradable en cuanto más entrelazado logísticamente estás con tu pareja a través de factores como el matrimonio y las finanzas, y que las parejas casadas reciben más beneficios culturales que otras personas, como poder arrendar un departamento sin cuestionamientos.
Si bien hay estándares socioculturales que hacen que las cosas que consideramos red flag sean similares, éstas también se influencian de gran manera con nuestras experiencias de vida. “Tienen mucho que ver con mi propia historia porque desde esa base yo tomo o no esta bandera roja, que me puede o no alertar. Puede que yo esté viviendo una relación muy violenta física y emocionalmente y aún así lo justifique porque tiene que ver con mi historia de vida, con lo que yo conozco e incluso con la condición de trauma. Entonces, algo que quizás todos ven como dañino, a mí puede no parecerme como tal”, dice Ubilla.
Y es que no se trata de ser o no exigente. Para Mitzi, acá aplica el famoso dicho “tenemos el amor que creemos que merecemos” porque todos tenemos unos anteojos distintos para ver la vida, permeados por lo que conocemos, por lo que nos es familiar. “Dos personas van a una cita. Conversan y comen tranquilamente, hasta que uno de ellos se enoja porque el mesero se demora mucho y pega un golpe en la mesa. Una persona con una historia de vida relativamente sana, que sabe poner límites frente a un acto violento, se va a parar y se va a ir. En cambio, alguien cuyas vivencias han sido marcadas por la violencia, no se va a ir porque para esa persona es algo conocido y, por ende, es una zona de confort. Incluso, probablemente se enamore de esa persona”, dice.
El daño que genera el círculo vicioso de quedarnos con lo que creemos que merecemos por querer estar en pareja, puede ser grande por varios factores. “Estar conscientes de que hay una red flag y decidir ignorarla o justificarla es, en el fondo, tratar de cambiar al otro. Al final, nos damos cuenta de que no podremos porque es un hecho que las personas no cambian por otras personas, sino que cambian porque realmente quieren cambiar. El daño de esto es poco medible porque puede ser desde terminar con una baja autoestima o una herida a nivel emocional, hasta justificar y aceptar la violencia física. Éste último, es un escenario muy presente en la realidad nacional. Se preguntan por qué no denunció, por qué no habló y ahí vemos las justificaciones”, concluye.