“A mi primera hija la tuve a los 27 años. En ese tiempo era delgada y después del embarazo quedé aún con menos kilos. Todo el mundo me decía que era gracias a la lactancia. Me sentía privilegiada porque todo lo que me dijeron que le ocurriría a mi cuerpo –que me saldrían estrías, que me costaría bajar, que el cuerpo nunca es el de antes– no pasó. Así que yo andaba con mi guagua y con falda y peto, cual modelo.
Pasó el tiempo, me separé del papá de mi hija y conocí a mi actual marido. Cuando estaba por cumplir los 40, decidimos ser padres nuevamente.
Mi embarazo fue normal, precioso como el anterior, pero mi cuerpo, al quedar embarazada, ya no era el mismo. Siempre había sido delgada, pero obviamente con el paso del tiempo estaba un poco más gruesa, algo que no me molestaba en lo absoluto. Pero una vez que nació mi hijo, nunca más logré bajar los kilos extra que subí. Y no solo eso. Mi piel no volvió a ser la misma: me salieron estrías, mis pechugas se cayeron y ahora, cada vez que me agacho, debajo de mi ombligo se hacen cientos de mini arruguitas. Como si con este embarazo mi piel hubiese envejecido años.
Mis amigas, las mismas que antes de tener a mi primer hijo me advirtieron que todo esto ocurriría, hoy me consuelan. Me dicen que es normal, que mi hijo está sano y que eso es lo único que importa. Y claro, si lo pienso así, tener arrugas en la guata es un detalle frente a lo privilegiada que soy de tener dos hijos sanos y un compañero que me quiere y me acompaña siempre. Pero no por eso, dejo de pensar en que no estoy cómoda en mi cuerpo. Es más, nunca más volví a mostrarlo, ahora solo uso ropa suelta y larga.
Han pasado dos años desde ese parto. El otro día en la noche, mientras hacía dormir a mi guagua en brazos, me encontré con una publicación en Instagram de la cuenta @malasmadres. Decía: “Ocultamos las señales de la maternidad, las cicatrices que nos deja en nuestra piel haber tenido un bebé dentro durante meses. Porque son feas. Las rechazamos. Porque no nos gustan. Las estrías, la piel que sobra de haberse estirado tanto nuestra barriga para dar vida o nuestros pechos para dar de mamar. Porque no nos reconocemos. Nuestros cuerpos cambian, se convierten en cuerpos de posparto, cuerpos que hay que ocultar, que no son bellos. Porque son cuerpos de madre”.
Reconozco que se me cayeron las lágrimas. Allí también escribieron que muchas mujeres dejamos de mirarnos, de querernos, de respetarnos en el momento que ocultamos la verdad de nuestros cuerpos.
Pienso en lo terrible que es que esta sociedad siga rechazando los cuerpos de las madres. No puede ser que las mujeres vivamos esta etapa con tal nivel de miedo a lo que ocurrirá con nuestro físico, que terminemos anulando el disfrute. No es normal vivir este proceso que es la maternidad obsesionadas con borrar todo lo que nos deja en nuestros cuerpos, para así demostrar al mundo que somos la misma, que somos válidas, que podemos ser y estar igual que antes.
En la publicación la mujer que escribe cuenta que hace días subió una foto de su barriga arrugada a sus redes sociales. Muchas le escribieron que fue valiente al hacer eso. Ella dice que no le parece valiente, que hace años no lo hubiera hecho, pero que sí es consciente de que hay que visibilizar estas imágenes para sentirnos menos solas y concienciar de que los cuerpos de madres también son estos. Y son reales y hermosos.
Yo también la encuentro valiente, solo porque yo no me atrevería. Y lo digo con vergüenza. Porque lucho a diario con esas trancas que no me permiten ser libre, querer mi cuerpo como es, mostrarlo sin miedo. Un cuerpo que ya no es delgado, con piel lisa y tersa, pero que es poderoso porque de él surgió la vida.
Ojalá llegue pronto el día en que todas disfrutemos de los cuerpos libres de madres maravillosos que tenemos. Porque después de parir no somos las mismas, por dentro y por fuera. Nosotras ya lo sabemos, pero es hora de que la sociedad también se entere, de decirlo en voz alta y mostrarlo sin filtros”.
Soledad Rojas tiene 42 años y es diseñadora.