Nací con pstosis palpebral en mi ojo derecho lo que significa que no pestañeo de forma automática como debería y que no lo puedo abrir completamente. Esta condición es parte de un síndrome con el que he vivido siempre y que -entre otros efectos- me produjo una serie de malformaciones en el sistema digestivo que han tenido que ser corregidas con más de 10 operaciones a lo largo de mi vida. Si bien producto del síndrome Vacter he tenido que aprender a vivir con muchos síntomas y problemas de salud, por lejos el que más me ha marcado es mi defecto en el ojo.
'Nací así', es la frase que mis papás me enseñaron a decir como respuesta automática cuando alguien me preguntaba sobre mis ojos. De niña no entendía muy bien por qué a la gente le llamaban la atención porque yo nunca les vi nada raro. Estaba tan acostumbrada a mi imagen que jamás noté que era diferente. Eso fue cambiando con los años y a medida que fui creciendo me fui volviendo cada vez más insegura por tener un defecto en mi cara. Si de chica hubiese visto a otras niñas como yo, quizás no me habría sentido tan diferente. Quizás si, en la adolescencia hubiese visto a más mujeres como yo con pololos y pretendientes, tal vez no le habría echado la culpa a mis ojos por cada rechazo.
Durante mi adolescencia usé lentes oscuros en cada instancia social para que nadie me viera y solo me los sacaba en lugares donde no había luz, como salas de cine o en mi casa. En esa época también empecé a ir mucho al gimnasio pensando que si mi cara era fea por lo menos tenía que tener un cuerpo atractivo. Tuve varios romances en mi etapa escolar, pero nada resultaba y yo, al no saber por qué no funcionaban las cosas, le echaba la culpa a mi ojo: "nadie quiere pololear con una tuerta", le decía a mi mamá.
Mis temores se confirmaron cuando un amigo que me gustaba me invitó a una fiesta de fin de año en el colegio. Le dije que sí y esperé con ansias esa noche solo para descubrir que en realidad él no estaba interesado en mí. Habíamos tomado algunos tragos y fuimos a conversar afuera y me dijo: "qué bueno que no invité a la niña que me gusta porque no habría podido tomar. Tú eres más buena para el carrete, como un amigo". Si bien fue un rechazo que podría haber vivido cualquiera, nuevamente la culpa se la eché a mis ojos. Me prometí que jamás iba a pololear porque no quería exponerme a que me pasara algo así de nuevo. Me sentía fea y pensé que nunca iba a estar contenta conmigo misma.
Cuando entré a la universidad empecé a hacer nuevos amigos, a compartir con personas distintas a mi círculo del colegio y me di cuenta que habían otras cosas de mí que eran atractivas para una potencial pareja. Los hombres con los que he salí en esa época siempre me encontraban interesante o buena para conversar y en las citas me iba bien, pero la que se pasaba películas con el tema del ojo era yo.
A los 21 años conocí a mi actual pololo en una fiesta a la que fui con una burka y lo único que se me veía eran los ojos. No sé por qué se me ocurrió vestirme así cuando mi inseguridad siempre ha estado precisamente en esa parte de mi cara. Él estaba disfrazado como caballero antiguo, con sombrero de copa y traje. Esa noche conversamos harto y yo le dije antes de que me preguntara: 'Sí, tengo un problema en el ojo. Solo puedo pestañar con uno, ¡pero eso no significa que te esté cerrando el ojo!'. En esa época hacer bromas con el tema y tomarlo como chiste era un mecanismo de defensa para mí. Él se murió de la risa y a partir de ese día empezamos a salir.
Rápidamente le conté de mis problemas de salud en un intento por adelantarme a cualquier situación incómoda. Si se iba a espantar, prefería que fuese lo antes posible. Sin embargo, él nunca me hizo comentarios hirientes ni se alejó de mí, por el contrario, entendió muy bien. Ahí me di cuenta de que todos, absolutamente todos tenemos inseguridades y que él también tiene las suyas.
A pesar de que tenemos una relación muy bonita y que ya llevamos 5 años juntos en los que me ha visto en todas las situaciones posibles -enferma, enojada, triste, en momentos muy malos y otros muy buenos- lo cierto es que hay días en los que yo sigo sintiéndome insegura producto de este defecto y estar en pareja no ha cambiado eso. Tengo altos y bajos, etapas en las que ha sido menos importante y otras en las que mi ojo vuelve a ser una preocupación.
Con el tiempo he crecido y no puedo evitar pensar que desperdicié mucho de mi juventud al no querer conocer gente nueva por miedo a que me criticaran. Estuve en una relación tóxica por pensar que nadie más iba a querer estar conmigo e incluso envidié a muchas amigas que no tenían defectos en su cara como el mío. A pesar de todo eso, no puedo dejar de valorar el camino recorrido porque gracias a todo lo que he pasado, hoy entiendo que la construcción del amor propio no siempre es una línea recta: a veces se desvía, se oscurece y después vuelve a salir el sol.
Todavía uso lentes de sol grandes la mayor parte del día o busco maneras de disimular mi ojo derecho con rímel y pestañas muy encrespadas. Pero también trato de desafiarme a enfrentar esos miedos y sacarme fotos sin lentes y mostrando mi cara tal como es. Sé que esa es la única manera en la que voy a poder seguir avanzando porque no puedo esperar a que una pareja u otra persona venga a completar ese espacio en mí. A diferencia de lo que creía en mi adolescencia, ahora sé que aunque tenga miles de pretendientes, incluso otra pareja quizás, yo igual voy a seguir mirándome al espejo y encontrando que me falta algo. Tener un pololo no salvó mi autoestima porque esa es una tarea que solamente puedo hacer yo.