Paula 1131. Sábado 28 de septiembre 2013.

De cómo el perro consiguió que el hombre estuviese a su servicio.

En países de Europa o en Estados Unidos, el dueño de un perro puede ser multado por no limpiar los desechos de su mascota. En Nueva York hay carteles que amenazan con multas de hasta 1.000 dólares. Esto es justificado como medida higiénica y de salud pública, pero desde un punto de vista científico, se podría decir que tenemos a una especie, Homo sapiens, limpiando los excrementos de otra, Canis lupus familiaris (el perro, de hecho, es una subespecie del lobo gris). Pese a que esta mirada es más bien nihilista y simplista; la historia de la evolución del perro como animal doméstico es controversial.

La domesticación del perro ha sido una estrategia evolutiva exitosísima. hoy, es el homo sapiens el que limpia el excremento de esa otra especie, el canis lupus familiaris; porque el perro es, de hecho, una subespecie del lobo gris.

Se cree que la domesticación del perro ocurrió a modo de mutuo beneficio. Una relación de este tipo es, en general, una 'estrategia evolutivamente estable'. Una estrategia evolutivamente estable en un campeonato de póker, por ejemplo, es ganar y ganar. Sin embargo, en situaciones más complejas la mejor estrategia suele ser menos obvia: si el póker no se está jugando entre profesionales sino que entre amigos que se juntan regularmente, ganar siempre significa que te dejen de invitar a jugar. Técnicamente hablando su estrategia lo extinguió del juego. Habría sido mejor dejarse ganar de vez en cuando. Las especies vivas también toman estrategias que, más que ser decisiones maquiavélicas, son las que les permiten persistir en el tiempo o extinguirse. Antropólogos como Darcy F. Morey sostienen que la domesticación del perro no escapa a esta regla.

Para el perro la domesticación no fue una estrategia simple: implicó, por ejemplo, cambios en la dieta y en el cuerpo. Sin embargo, ha sido una estrategia exitosísima. La doctora Rosie Woodroffe ha mostrado que donde más humanos se concentran, más desaparecen mamíferos como lobos y grandes felinos. Los perros, por el contrario: su población mundial se estima en más 500 millones. Algo inédito en el mundo animal.

La asociación con el perro también tuvo que habernos traído ventajas a nosotros. Según evidencia arqueológica, el perro fue el primer animal domesticado, hace algo así como 14 o 12 mil años. Entonces, comenzábamos la transición desde una costumbre nómada, alimentándonos mayoritariamente de la caza y la recolección de frutos, hacia una vida sedentaria. En ese entonces un perro que ayudase a cazar y defendiera los incipientes asentamientos y el ganado era claramente una ventaja.

Pero ya en tiempos victorianos 'el perro de caza' era más un lujo que una necesidad. Aunque aún hay regiones en que la caza o la defensa del hogar requieren de un perro, estas necesidades han disminuido con la total industrialización del ganado y la agricultura; con la domesticación del humano. Sorprendentemente, los países más desarrollados son los que más concentran perros, indicando que estos han adquirido un nuevo rol en nuestra sociedad. EE.UU. por ejemplo, tiene la mayor población de perros (uno por cada 4 ciudadanos).

Pareciera ser que nuestra relación moderna con los perros hace aumentar su población pero no la nuestra. El aumento de perros domésticos en países desarrollados contrasta con la reducción de la tasa de natalidad humana. En zonas donde la vida es cara la gente no quiere, o no puede, tener hijos. Pero pueden tener perros, que reciprocan cariño pero son más baratos y fáciles de criar. No les gustaría limpiar a sus padres (que están en un asilo) pero están felices de ir tras sus perritos recogiendo sus desperdicios, pagando licencias de perros que hay que renovar cada año e incluso comprarles su disfraz de Halloween. Sin haberlo planeado, parece ser que son los perros quienes más ganan con nuestra relación, los con la mejor mano de póker, los de la estrategia evolutiva más estable.

*Doctor en Biología Celular y del Desarrollo de la University College London (UCL). Actualmente es investigador en el Sloan-Kettering Institute de Nueva York.