A las siete de la tarde el sol se cuela por las cortinas y yo me pregunto qué estoy haciendo sentada en una de estas veinte sillas que rodean, en círculo, la alfombra. De pronto reparo en que hay siete cajas de pañuelos desechables abiertas y dispuestas, esperando el llanto y, aunque no han pasado ni diez segundos, me vuelvo a preguntar qué estoy haciendo acá.
Con lo que me costó decidirme a entrar, pienso, mejor me quedo. Después de todo, estoy aquí para "constelar". Este verbo lo escuché por primera vez cuando, en un cumpleaños, la amiga de una amiga me preguntó: "¿Has constelado?". No entendí nada. Poco a poco iría escuchando conjugaciones: "Me hizo regio constelar", "cuando constelé me cambió la vida", "ayer constelé a mi abuelo", "me gustaría constelar a mi mamá".
"Podrías constelarte tú", me dijo mi editora cuando lo comenté en la pauta. "Olvídalo", le dije yo. Y acá estoy, pensando en que debería constelar mi exceso de obediencia.
Las sillas comienzan a ocuparse. Todos tenemos los nombres pegados a la ropa, tipo retiro espiritual, y casi nadie habla. Nos miramos, luego corremos la vista. No hay ni velas encendidas ni gente vestida de mística ni inciensos humeando ni música hindú.
Hay dos "facilitadoras" en este taller de constelación y una de ellas comienza a hablar. Dice que hoy hay una novedad especial: una periodista que quiere vivir una constelación y publicar lo que ocurra aquí, guardando el anonimato de los presentes. Me presenta y pregunta si alguien se opone. Estoy segura de que la gente empezará a arrancar, pero no hay ni una voz disidente. Incluso una señora me mira a los ojos y me dice: "gracias, es bueno que esto se conozca".
"Vamos a partir", dice la facilitadora. Habla para explicar de qué se trata todo esto, pero yo no retengo ninguna palabra. En vez, me pongo a pensar en qué voy a comer mañana, ya que estoy a dieta y tengo que planificarlo. Me cuesta concentrarme porque me siento demasiado incómoda de estar a punto de "constelar".
La facilitadora, entonces, elige a una mujer para partir. Le pregunta: "¿Qué quieres constelar?". Ella contesta: "Mi psoriasis". Acto seguido, le pide que ella escoja, entre los asistentes, a alguien para que represente a su padre, otro a su madre y otro a ella misma. Me empiezo a poner francamente nerviosa cuando veo que la mujer que quiere constelar se acerca directamente hacia mí. Me toma de las manos, mi mira a los ojos, yme dice: "¿Quieres representar a mi enfermedad, por favor?". No tengo escapatoria.
"Claro", le digo. Entonces, me dejo conducir por ella, que me instala en un punto de la alfombra, frente a la persona que la representa a ella misma. A mi derecha está la mujer que representará a su madre y atrás mío el que actuará como su padre. Cuidadosamente dispuestos en ese living, los cinco establecemos una relación espacial entre uno y otro. Ahora, sólo tenemos que decir lo que sentimos y seguir nuestros impulsos. Se supone que lo que aquí suceda le hará entender, a la mujer que ha decidido constelar, de dónde viene su psoriasis y cómo sanarse.
"¿Cómo te sientes?", me pregunta la facilitadora. No sé qué contestar. Estoy mirando a los ojos a la mujer que representa a la constelada y me siento extraordinariamente cómoda. Qué raro…
De qué se trata
Constelar implica querer solucionar un problema, cambiar algo que incomoda, saber de dónde viene una situación para poder aceptarla.
El sicólogo y sicoterapeuta Alex Kalawski, que las practica en Chile desde 1999, lo resume así: la constelación familiar, dice, es una terapia que se realiza en un contexto grupal en el que una persona consulta por un problema y explica aquello en breves palabras. Luego, un terapeuta, llamado facilitador o constelador, le pide que elija entre los asistentes a representantes de los miembros significativos de su familia, incluyendo a un representante de sí mismo. Después tiene que situarlos en el espacio (de esta disposición espacial surge el nombre constelación). Las emociones y relaciones que se establezcan entre ellos darán las claves para la interpretación sicológica.
Fue un filósofo y sicoanalista alemán, Bert Hellinger, quien, en los 80, empezó con este método. Luego de haber misionado por 16 años en África estaba un día trabajando en terapia sistémica con sus alumnos cuando ocurrió algo que le llamó la atención. Hellinger estaba tratando de armar el núcleo familiar de uno de los alumnos y, entre padre, madre, abuelo, abuela, hermanos, medio hermanos y padrastros, todo se volvió demasiado complejo.
Pensó que era mejor ubicar a esta familia en un espacio, así que llamó a sus alumnos: "Tú ponte acá, tú aquí, tú representarás al padre, tú a la abuela". Entonces, cuenta María de la Luz Díaz, maestra de reiki y consteladora familiar, "Hellinger comenzó a darse cuenta de que las personas que estaban en alguna determinada posición empezaban espontáneamente a cambiar de lugar y a reportar que sentían cosas". La familia de una persona, representada por otros, se armaba y comenzaba a interactuar.
Hellinger siguió experimentando y los resultados lo empezaron a remecer: aunque un grupo de personas no se conociera entre sí, era capaz de representar fehacientemente la vida del otro. Lo mejor, era que para quien veía su vida en escena, la situación tenía un efecto sanador. Potentemente terapéutico.
Hellinger perfeccionó el método y lo enseñó. A fines de los 90 ya estaba en Chile y hoy existen varios especialistas en Santiago y en regiones. Algunos estudiaron con el mismo filósofo alemán y otros aprendieron de discípulos de él. Poco a poco la recomendación de que constelarse hace bien corrió de boca en boca. "Esto que pasa en las constelaciones no debería pasar. Y sin embargo, ocurre todas las veces", dice Alex Kalawski. Lo que no debería suceder, explica, es que los desconocidos sepan, sin que nadie les diga, qué es lo que les pasa a otros. "Porque ésa es la esencia de las constelaciones. Esto va contra el sentido común, pero acá se demuestra que el sentido común está equivocado, porque supone que estamos todos separados. Y lo que se vive en las constelaciones es que estamos todos extrañamente unidos".
La enfermedad
Pienso en lo que me explicó Kalawski cuando, un rato después, la facilitadora me vuelve a interrogar: "Y ahora, ¿qué sientes". Hace algunos minutos la mujer que representa a la constelada había desviado la vista de mí. Eso me había hecho sentir innecesaria en el espacio. Tuve la sensación de estar sobrando.
Respondo: "Estoy profundamente enojada porque nadie me pesca". Silencio absoluto. No me preguntan más. El resto sigue expresando lo que siente. Se cambian de lugar. La mujer constelada llora. También llora el hombre que representa a su padre. Pero como nadie repara en mí y me siguen ignorando sistemáticamente, decido sentarme en el suelo y jugar con el tejido de la alfombra. Estoy convencida de que sobro completamente en esta escena.
Me siento cansada y aburrida.
Calculo que han pasado unos 25 minutos cuando me dan ganas de pararme. Al levantarme me sorprendo: hay unas diez personas, en hilera, cada una con las manos apoyadas en los hombros del otro. El que hace de abuelo respalda al que hace de padre; el que hace de bisabuelo, al que hace de abuelo. No sé en qué momento entraron todos a constelar ni que pasó entre medio.
Algo me perdí. Mi editora me va a matar. He estado en otra.
Entonces escucho que la facilitadora le explica a la constelada: "¿Ves?, tienes que honrar a tu padre para sanar esa parte de tu sistema familiar. ¿Te das cuenta de que en la medida que tu sistema familiar se ordena espiritualmente, la enfermedad queda absolutamente relegada?
"Relegada". Tal cual. Así me he estado sintiendo todo el rato.
Como la enfermedad que soy. O que represento. Es decir, mis sensaciones de tedio y marginación significaban algo dentro de este juego y, sin yo buscarlo, esas emociones han estado permanentemente ayudando a la constelada a entender su rollo.
La facilitadora pide que la hilera de antepasados me haga una reverencia. Se inclinan ante mí yme siento muchísimo mejor. Me pregunta si tengo algún impulso. Decido pararme detrás de la constelada. La facilitadora le explica: "Tu enfermedad te estará acompañando por un tiempo, pero mírala a los ojos y dile que ojalá pronto se vaya".
La constelada obedece y me lo pide. Yo, la enfermedad, contesto que sí, que me iré. Nos abrazamos fuerte. Hundo mis dedos en su espalda. Escucho las campanas de una iglesia cercana. Recibo el sol en mi cara y me siento extraordinariamente útil.
Aunque una fila de antepasados ajenos me mira, estoy tranquila. Pienso en que si mis amigos vieran una foto de esta escena no entenderían nada. Pero para mí ya cobró significado: sé muy claramente por qué vine. Me siento bien.
La explicación
Las constelaciones calman: hay un trabajo terapéutico que no se funda ni en cambios químicos producidos por medicamentos ni en conversaciones con el siquiatra, pero que –dicen sus cultores– funciona. Para Hellinger, no hay explicación. Tampoco la busca. Lo describe como un asunto fenomenológico: la validación del método es la experiencia, no es necesario entender el proceso.
Para Kalawski, la efectividad de la constelación tiene que ver con sentirse parte de algo. "Aunque las constelaciones fueran falsas, igual sanan. El sufrimiento tiene que ver con la sensación de separación; sentirse unido a sus antepasados es sanador".
Viviana Pino, terapeuta y consteladora se explaya: "En nuestro inconsciente manejamos información de siete generaciones hacia atrás. Hay una memoria familiar que se trae al consciente en una constelación". Como dice Alex Kalaswki, "uno cree que la película comienza cuando uno llega, pero uno siempre llega a mitad de la película". Hay una historia ancestral que nos sostiene, que explica cómo somos, que revela nuestras penas y da pistas para sanarlas.
Clara Olivares, maestra de Resonance Repatterning y consteladora familiar, puntualiza que "si realmente queremos tener una vida plena, en la que podamos sentirnos completos, la solución es aceptar a nuestros padres. Eso significa estar de acuerdo con que ellos nos 'tocaron' con lo bueno y lo difícil. La idea es recibir todo lo que nos dieron, aceptar que fue suficiente, agradecerlo y, con ello, hacer lo mejor que podamos".
La consteladora María Inés Troncoso, agrega que cuando se constela, los beneficios no son sólo para quien va a la terapia, sino que traspasan a toda su familia. Es decir: si yo me constelo, eso también ayudará a mi papá, mi hermana o mi abuela.
Nadja Antonijevic, sicóloga que ha sido docente de la Universidad Católica por 25 años y usa el método, apunta que la mayor diferencia respecto de un trabajo sicoterapéutico convencional "es que en las constelaciones logras visualizar muy pronto problemas que en la terapia individual te demoras mucho rato". Y agrega: "En la sicoterapia el paciente va con una narrativa determinada y nuestra labor es ayudar a resignificar ese cuento de su propia vida mediante las palabras. En la constelación, en cambio, ves en una escena representada cómo aparece una historia de vida que puede ser muy distinta a que te has contado. El terapeuta, así, obtiene una información que no es la misma que la persona tiene en su consciente".
Después de hacer de psoriasis, esa misma tarde participo en otras dos constelaciones. Me resulta cansador y reponedor a la vez. Llegué a esta casa de Las Condes a las 7 de la tarde y son las 10 cuando me preguntan si quiero constelarme. Acepto. Termino con el pecho apretado y dándome cuenta de que tengo un par de cosas que resolver. Pero esa noche duermo muy tranquila. Se siente bien que 10 ancestros te sostengan la espalda.
Dónde constelar
María de la Luz Díaz
Consteladora familiar y sistémica
diaz.mariadelaluz@gmail.com
Clara Olivares
Consteladora familiar y sistémica
clarat@ctcinternet.cl
María Inés Troncoso y Viviana Pino
Terapeutas y facilitadoras en constelaciones familiares
Alex Kalawski y Nadja Antonijevic
Sicólogos y facilitadores en constelaciones familiares
Valores:
Dependiendo del centro o terapeuta, y según si uno presencia una constelación, representa un familiar o se constela, los precios de las constelaciones van desde 10 a 30 mil pesos.