Vivimos en una sociedad que implícita y explícitamente nos pide anular, bloquear o reprimir nuestras emociones. Pareciera ser que emocionarse es mostrarse débil frente a la vida o que hacerlo revela una falta de fortaleza para enfrentarla. Incluso existen situaciones en que pareciera ser poco apropiado o inadecuado expresar lo que sentimos, sobre todo si esa emoción tiene un componente emotivo como el llanto. En general la gente que nos rodea nos dice frases “aliviadoras” que buscan minimizar las emociones a través de argumentos que también minimizan la situación que causó esa emoción. Y lo que es incluso peor, es que eso mismo muchas veces lo hacemos con nuestros propios hijos, sin darnos cuenta. Somos tan parte de esta sociedad, que nos hemos ido transformando en analfabetos emocionales.
La mayoría de las veces no sabemos qué hacer con nuestro mundo emocional y entonces intentamos callarlo. El nuestro y muchas veces el de quienes nos rodean. Más de alguna vez hemos escuchado frases como “tranquila, a todo el mundo le pasa”, “fue para mejor”, “míralo desde el lado positivo”, “hay cosas peores”, “piensa en aquellos que están peor que tú”. Con esto no solo minimizamos la situación, sino también las emociones. Pedimos, esperamos o buscamos que el mundo emocional no aparezca porque nos incómoda y no sabemos qué hacer con él. No por nada la mayoría de la población a nivel mundial está medicada y la juventud presenta altos índices de consumo de alcohol y drogas. A través de distintos medios, finalmente casi todos estamos buscando anestesiar nuestro mundo emocional y poco a poco vamos aprendiendo a no reconocer lo que nos pasa, a no entender nuestras emociones, a no contar nuestras vivencias a los que nos rodean y a no pedir ayuda cuando sentimos que nos ahogamos. Hemos aprendido a reprimir todo nuestro mundo emocional.
¿Cuál es el problema? El problema es que “quien se traga sus emociones, se ahoga”. Ya Freud, el padre de la psicología, describía que en realidad las emociones reprimidas nunca mueren, porque finalmente están enterradas vivas y que entonces saldrán a la luz, muchas veces de la peor manera. Si no somos capaces de reconocer y gestionar nuestras emociones, son ellas las que terminarán por enfermarnos, porque las emociones reprimidas pueden salir de infinitas maneras e incluso pueden llegar a enfermar nuestro cuerpo. Al callar nuestras emociones aparecen los síntomas psicosomáticos, es decir, empezamos a sentir en el cuerpo las emociones que no pueden salir de la mente. Puede aparecer el dolor de cabeza, estómago, mareos, náuseas, hormigueos, afonía, visión borrosa, taquicardias, falta de aire, reflujo, acidez. Miles de dolencias reales en nuestro cuerpo que provienen de todo aquello emocional que no hemos sido capaces de enfrentar, elaborar, comprender y aliviar.
Este año ha sido un año particularmente difícil y lo estamos cerrando con una sensación extraña de incertidumbre por lo que vendrá. No podemos anestesiar más nuestro mundo emocional y el de nuestros niños. Necesitamos ponerle voz a nuestras dolencias del año y a nuestros miedos futuros. Si tendemos a guardarnos lo que sentimos por miedo a lo que piense el resto, por no querer quedar en ridículo o por miedo a abrir conversaciones que puedan dañar más que ayudar, será finalmente la elección de callar lo que más daño nos causará.
Las emociones se acumulan y nos afectan. Terminan siendo la sombra que altera nuestro cuerpo y nuestra mente. Elijamos encontrar un momento familiar donde podamos hablar de lo ocurrido durante el año. ¿Qué sentimos? ¿Cuáles son nuestros miedos? ¿Qué fue lo más difícil? ¿Qué aprendimos? ¿Qué cuentas sacamos? ¿Qué gama de emociones transitamos este año? Abramos espacios familiares para compartir nuestro mundo emocional.
Aprendamos a expresar lo que sentimos porque al hacerlo, al ponerle voz y reconocerlo, nos aliviamos. Para que nuestros hijos no se transformen en analfabetos emocionales necesitamos ser un reflejo de su mundo emocional y para lograrlo debemos ser capaces de hacernos cargo de nuestro propio mundo emocional. No podemos esperar que ellos no se enfermen si no los ayudamos a expresar lo que sienten. Para aprender a gestionar nuestro mundo emocional necesitamos saber que existe y aprender a estar, quizás incómodamente, en ese mundo.
Saber gestionar nuestro mundo emocional implica reconocer las emociones que nos embargan, abrazar nuestro lado vulnerable, aprender a pedir ayuda y, sobre todo, saber distinguir y encontrar el equilibrio entre las situaciones en que es necesario expresarse emocionalmente y aquellas otras de las que definitivamente es mejor no hablar para guardar y proteger nuestra paz interior y la armonía exterior. Nuestros hijos necesitan tener la claridad de que expresar las emociones dentro del núcleo familiar siempre será seguro. Aprender a decidir conscientemente qué hacer con nuestras emociones y aprender a lidiar con ellas es vital para enfrentar nuestro día a día sin terminar enfermándonos.
Si queremos hijos sanos necesitamos sus mentes sanas. Y para tener sus mentes sanas necesitamos enseñarles que la existencia de ese mundo emocional no está ahí para callarlo, sino para aprender a escuchar qué tiene para decirnos. Necesitamos elegir ponerles voz a las emociones para luego comprenderlas y en esa comprensión encontrar el alivio. Dejemos de adormecer nuestro mundo emocional y elijamos siempre darle el espacio necesario: ahí se encuentra lo saludable y sano.
María José Lacámara (@joselacamarapsicologa) es psicóloga infanto juvenil, especialista en terapia breve y supervisora clínica.