Los hijos de la crianza respetuosa
La crianza respetuosa consciente no promete que tus hijos vayan a ser más lectores, más deportistas o mejores compañeros. Pero sí te da una certeza: y es que van a saber que son amados incondicionalmente, que alguien los sostiene en este mundo. Eso es lo que aseguran los expertos, porque es ese sostén de apego incondicional el que efectivamente hace que los niños tengan ciertas características.
Para Leslie Power, psicóloga, activista de la Crianza Respetuosa, guía de círculos de mujeres y madre de cuatro niños criados bajo esta forma, la consecuencia de criar respetuosamente desde las neurociencias, es que los niños “desarrollan conexiones, con un cerebro más pleno, en calma, nutritivo, con menos desarrollo de cortisol, que es la hormona del estrés, y más calma, algo que se traduce en cómo caminan ellos por el mundo, con seguridad, empatía y compasión”, explica.
Era 1978 y una de las precursoras de la Crianza Respetuosa, Magda Gerber, acuñaba el término de la “Crianza RIE” –del inglés, Recursos para Educadores Infantiles–, donde proponía que los niños “deben ser tratados como capaces y comprensivos con el mundo que los rodea, capaces de aprender y florecer si se les brinda un espacio seguro y libre de la dirección de un adulto”. Esto, como asegura Gerber, para que sean niños auténticos y se puedan mover por la vida sintiéndose seguros, autónomos y conectados con su entorno.
Otro de sus precursores, el pediatra William Sears –basado en la teoría del apego de Bowbly–, postuló que a través de la implementación de ocho principios básicos, se busca poner en el centro de este vínculo al amor, el respeto y la empatía por niños y niñas. Un tipo de crianza que ha tomado especial fuerza en la última década entre madres y padres que buscan una forma de vincularse distinta a la conductista, poco respetuosa y a veces violenta con la que fueron tratados ellos en su infancia. Es quizás esta necesidad colectiva de sanar y de resguardar los derechos y necesidades de niños y niñas. Parece bien, ¿no? Pero ¿cómo se lleva a cabo en 2022, en pandemia, con 10 horas de carga laboral y estrés?
El día a día
Leslie lleva haciéndolo 24 años y dice que no hay una receta mágica porque no se trata de un método que lleva a un resultado. “La crianza respetuosa no es un método que tenga pasos a seguir ni un fin determinado, porque esa mirada implica que se muestre a la crianza como un servicio para generar un producto final, una manera de entenderlos a ellos, los niños y las niñas, como un producto de la sociedad. Y los niños no son un producto”. Y en cambio, explica: “la crianza respetuosa es que yo me bajo a mirarlos a los ojos cuando son chiquititos, es darles la mano al caminar, es conversar con ellos mientras estamos comiendo, es no obligarlos a comer lo que ellos no quieran comer, no se reduce al colecho, a la leche y a la crianza en brazos, es respetar al ser humano”.
Como la maternidad no se termina con la lactancia ni cuando se sacan los pañales y no termina nunca, dice la psicóloga, se ha enfrentado a discusiones cotidianas –propias de la maternidad, por cierto– con sus hijos de distintas edades, donde a través del respeto y la empatía les explica el por qué de ese ' ‘Sí’ o ‘No’. “Julián que tiene 13 años, y que en su curso ya todos tienen Instagram, me preguntó si podía hacerse él uno. Yo le expliqué amorosamente cuáles podían ser los efectos de la red social en su cerebro a su edad y le dije que no. Lo entendió y me preguntó si lo podíamos volver a conversar cuando cumpla 14″, cuenta.
Cuando llegó la adolescencia y se acercó el consumo de alcohol y drogas, Leslie en vez de prohibir, les dio a sus hijos mayores, así como preparándolos a lo que se iban a enfrentar, información sobre cómo se podían sentir y qué producía en ellos. Les dijo: “estás en una etapa donde vas a explorar, cuenta conmigo si te sientes mal, jamás te voy a retar, te voy a apañar”, como lo ha hecho siempre y es que al final, dice, confía en que hay ciertas cosas que, por cómo están formados sus hijos, no van con ellos y ellos mismos son los que se alejan de situaciones violentas o peligrosas.
Pero no todo fue así desde el principio. En 1998, cuando tuvo a su primera hija Camila, y en 2000 a Jose, la literatura sobre este tipo de crianza no era vasta, pero ella sentía que no podía seguir el conductismo, ni la violencia: “los crié sabiendo que jamás les iba a pegar, que no les iba a gritar, que no los iba a castigar con duchas de agua fría, que iba a ser respetuosa con ellos y que no iba a hacer nada que los haga sufrir de manera consciente”. Años más tarde, cuando sus hijos tenían 8 y 6 años, aparecieron los autores que confirmaban eso que ella venía sintiendo y desde ahí, ese mirarlos a los ojos, criarlos explicándoles los por qué y confiando en ellos, tiene nombre.
“Con la Camila pronto me di cuenta de que no era como los otros papás. Cuando ella era chica, yo veía que le encantaba el canto y la actuación. A diferencia de los otros padres, que veían el éxito en las clases de matemáticas, le puse un profesor de canto. Hace unos años, cuando entró a la universidad a psicología, le recomendé que se saliera para que estudie eso en lo que yo sabía que era buena, el teatro. ¿Qué papá o mamá hace eso?”, dice.
“Y esas actitudes, las de empatía, por ejemplo, las veo reflejadas en cómo ellos se tratan entre los hermanos. Si yo un día no puedo, los más grandes van a buscar a los más chicos al colegio y los ayudan a hacer las tareas con mucho gusto y con amor. El día que yo sea vieja y me tengan que cuidar, no me cabe ninguna duda de que mis hijos lo van a hacer, porque veo que la crianza respetuosa consciente que les doy tiene efectos para crear un grupo humano fraterno, colaborativo y matrístico, que trabaja en círculo, en equipo. Y eso somos”, concluye.
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