Los cambios ambientales traen consigo incertidumbres respecto al futuro y generan un nuevo tipo de angustia, llamado sufrimiento ambiental. “Básicamente lo que ha pasado a raíz del cambio climático es que las personas se han hecho más conscientes del problema y sienten que a pesar de hacerse responsable de esto no será suficiente, porque el problema es de tal magnitud que no basta únicamente por sus actos”, explica el psiquiatra de Procultura y académico de la Universidad Autónoma, Alberto Larraín.

El sufrimiento ambiental se ha ido generando en los más jóvenes por los daños que se han ocasionado en los ecosistemas verdes y se traduce en una percepción de un futuro incierto, pero que no se relaciona a su construcción, sino a una incertidumbre en cuanto a su existencia. “Esta incertidumbre ha generado dos repercusiones importantes. La primera tiene que ver con que hay jóvenes que están evaluando sus proyectos, entendiendo que estudiar una carrera, por ejemplo, no tenga sentido porque no vislumbran un futuro para sí mismos y si no son capaces de hacer esa proyección, efectivamente me detengo a vivir el presente”, dice el especialista.

La segunda consecuencia está dada por la construcción de la familia. De acuerdo a diversos estudios existen cuatro acciones que podrían rebajar de forma sustancial la huella de carbono de cada individuo: comer una dieta basada en vegetales, evitar viajar en avión, no utilizar el auto y tener familias más pequeñas. Esto, en cifras, significa que tener un hijo menos en un país industrializado puede ahorrar cerca de 59 toneladas de dióxido de carbono. En contraste, no movilizarse en un auto ahorra casi 2,5 y mantener una dieta vegetariana, ahorraría 1 tonelada.

En países como Estados Unidos o dentro de Europa el tema ya suele ser algo normal y conversado entre los jóvenes. De acuerdo a una encuesta realizada en el 2018 por Business Insider, se estableció que el 38% de los encuestados de entre 18 y 29 años en EE.UU cree que las parejas debiesen evaluar los efectos del cambio climático al decidir si tiene o no hijos.

“Más que por miedo de lo que podría pasar a un potencial hijo, es la responsabilidad que implica decidir tenerlos en el actual contexto de crecimiento demográfico, saturación de las ciudades y, en general, colapso civilizatorio. Hay un tema de responsabilidad, de preguntarse de qué forma puedo aportar para que este planeta sea un espacio para que otros puedan vivir”, comenta María Paz Aedo, socióloga y estudiante del Máster en Humanidades Ecológicas de la Universidad Politécnica de Valencia.

Ella tiene 42 años y su decisión de no tener hijos se vio envuelta por un tema de responsabilidad social y como una forma de aportar al planeta. Desenvolviéndose en el rubro de ecología política, esta socióloga se ha manejado con evidencia y estudios respecto a la proximidad del colapso. “Hay varias dimensiones de estas evidencias. Por un lado está el tema de la intensidad de la demanda de materiales y energía que tiene nuestro modelo civilizatorio y que implica, para sostener y alcanzar los bienestares a los que aspiramos en términos de accesos, tecnologías y movilidad, que el planeta no alcanza, así de simple. Si seguimos con este ritmo, los colapsos en términos de disponibilidad de energía e insumos en general, seguirán acelerándose de aquí a cien años”, dice.