Radiografía a la mujer en la televisión nacional: ¿Se le puede exigir un rol educativo a la teleserie?
En tiempos de feminismo, en los que se han vuelto a poner sobre la mesa las demandas por la igualdad, adquiere mayor relevancia preguntarse: ¿Cómo han sido y siguen siendo representadas y retratadas las mujeres en la televisión abierta? ¿De qué manera esta representación nos ha condicionado? Y por último, ¿le podemos exigir a las teleseries -que de base entran en el género de ficción- que cumplan un rol educativo? Este es un debate en pleno desarrollo.
En el 2017, la actriz de teatro, cine y televisión Ximena Rivas solicitó un reajuste de sueldo luego de enterarse que la teleserie en la que estaba trabajando se alargaría. Cuando se lo negaron, decidió terminar su contrato con el canal nacional, y sus colegas, al ser consultados durante los días posteriores a su dimisión, dieron cuenta de que la desigualdad de pagos que se daba al interior del canal podía ser uno de los motivos de su salida. Rivas reveló que había sido contratada por un 40% por debajo de su sueldo habitual y por eso, cuando supo del alargue, pidió un aumento. Jamás pensó que se lo negarían. También habló, en ese entonces, en un matinal sobre la enorme brecha salarial que existía en el área dramática del canal.
Hoy, a cuatro años de ese suceso, cuenta que la suya no fue una decisión reactiva y que, por lo contrario, fue conversada con los ejecutivos. “Entregué razones de peso para solicitar una revisión general de la industria que están construyendo al tener abismantes diferencias salariales. Las mujeres somos proveedoras de nuestros hogares, entonces que siga habiendo una brecha salarial es una decisión política que hace oídos sordos a una realidad innegable”, argumenta.
Su salida del canal fue polémica, pero no se trataba de algo nuevo. Rivas solamente reafirmó –y volvió a poner al centro de la discusión– algo que se sabe bien pero que muchos hacen el esfuerzo por encubrir: según las cifras entregadas por el último informe Global Gender Gap, realizado por el Foro Económico Mundial en el 2019, Chile ocupa el lugar 126 de 136 países evaluados en la igualdad de pago por trabajos similares, con una brecha salarial de género del 27%. Y el mundo de la televisión ciertamente no es la excepción.
Pero esta desigualdad no se limita únicamente al detrás de escenas y a la industria. Se trata de una desigualdad sistémica cuyos impactos terminan permeando el producto final, que es el que tiene un alcance mayor y llega finalmente a todos los hogares del país. Las repercusiones de una industria desigual, por ende, se reflejan muchas veces en los contenidos de las propias teleseries, que para aquellos que crecieron viéndolas –en los noventa y primeros años de los dos miles– han tenido una innegable incidencia en la configuración de todo un imaginario social, dentro del cual se articulan conductas, comportamientos, percepciones, estereotipos y sesgos que se siguen reproduciendo a la fecha.
Y es que el impacto social que tiene la televisión ha sido foco de estudio de muchos autores: En el 2015 la investigadora española especialista en estudios culturales, género y nuevas tecnologías, Sonia Núñez Puentes, planteó que la influencia de la televisión encuentra su origen en el hecho que actúa desde lo más íntimo y privado de la sociedad; el hogar. Así mismo, un año antes, la docente norteamericana experta en televisión y nuevos medios, Amanda D. Lotz, reveló que la ausencia histórica de mujeres en roles protagónicos y la falta de diversidad en su representación era preocupante por el impacto social que ha tenido históricamente la televisión.
En tiempos de feminismo pareciera ser relevante preguntarse: ¿Cómo han sido y siguen siendo representadas y retratadas las mujeres en la televisión abierta? ¿De qué manera esta representación nos ha condicionado? Y, por último, ¿le podemos exigir a las teleseries –que pertenecen al género de la ficción– que cumplan un rol educativo?
Este es un debate en pleno desarrollo y son muchas las visiones que podrían ser rescatadas, pero lo cierto es que, si bien las teleseries gozan de cada vez menos público y adherentes, según la última Encuesta Nacional de Televisión un 99% de los chilenos tiene al menos una televisión en su casa; una gran mayoría tiene a lo menos dos; y un 89% consume canales de televisión abierta nacional. Y, como explica la PhD Claudia Alarcón, Directora de la Oficina de Equidad y Género de la Universidad O’Higgins, las audiencias son activas. Es decir, la relación que establecen con la televisión respecto a los contenidos que consumen, no es por ningún motivo pasiva. “Cuando la gente ve a un actor lo odia o lo ama según su personaje. Lo sienten como parte de su hogar y una realidad cercana, como si los acompañara en la vida cotidiana. Y es que justamente ese es el formato al que apunta la teleserie; se trata de una ficción que recoge elementos de la realidad, por lo que esa relación es aun más fuerte. A la ficción creíble le exigimos más”, explica.
Por ende, el impacto social de la televisión abierta sigue siendo, según los especialistas, muy alto. Y su poder en cuanto a la creación de realidades, también. Aunque creamos que no.
Esto adquiere mayor relevancia cuando vemos que la tendencia a nivel mundial ha sido la de fomentar, a través de la discriminación positiva, la igualdad de oportunidades, incluso en los contenidos que pertenecen a las categorías de ficción y entretención. Es el caso por ejemplo, de los Premios Oscar, que anunciaron este año los nuevos estándares de representación e inclusión que tienen que cumplir las producciones postuladas –entre ellos, que al menos el 30% de todos los actores en papeles secundarios pertenezcan a grupos subrepresentados, como mujeres, LGBTQ+ o personas con discapacidad–. Medida que, por lo pronto, no se ha implementado en Chile.
El escenario local es el siguiente: la Ley 18.838 creada por el Consejo Nacional de Televisión vela por su correcto funcionamiento y establece en su artículo 1º que eso implica “el permanente respeto a través de su programación, de la democracia, la paz, el pluralismo, el desarrollo regional, el medio ambiente, la familia, los pueblos originarios, la dignidad humana y su expresión en la igualdad de derechos y trato entre hombres y mujeres”. Pero, como explica Alarcón, no existe siquiera un catastro respecto a las brechas de género en medios de comunicación y contenidos audiovisuales.
No hay, a la fecha, una cifra exacta de cuántas mujeres guionistas, productoras o directoras de teleseries hay –a modo de referencia; en el mundo del cine entre el 2014 y el 2016 solo nueve mujeres estrenaron un largometraje–, pero además, incluso cuando las hay, es poco lo que han podido modificar en cuanto a cómo es representada la mujer. “Que hayan más mujeres, aunque sea un primer paso fundamental, no significa necesariamente que van a estar mejor representadas ni que las dinámicas que construyan tanto en la pantalla como detrás de ella estén menos masculinizadas”, explica Alarcón. “Detrás de esto hay un modelo económico que ya funciona y se defiende hasta el final. Se apuesta por lo que ya está supuestamente comprobado que tiene buenos resultados. Ahí la discusión, entonces, tiene que ver con lo que ofrece la televisión. Se dice que el contenido que brinda es lo que le gusta a la gente, pero ¿cómo saben eso si no hemos visto nada más? La televisión abierta es muy restrictiva en términos de formato y diversidad”.
¿Cómo ha sido representada la mujer en la teleserie chilena?
No se trata únicamente de la baja representatividad que tienen las mujeres en este rubro. Si no que de cómo han sido representadas. En el 2019 Claudia Alarcón lideró el estudio Mujeres en teleseries chilenas, realizado anualmente por el CNTV, en el que se analiza cómo han sido representadas y qué dinámicas relacionales protagonizan las mujeres en las teleseries recientes. Dentro de los resultados más llamativos aparece que los conflictos que formaban parte de las tramas se debían, generalmente, al nerviosismo femenino y a la agresividad masculina, y que existía una tendencia clara al entender la masculinidad y feminidad como opuestos. A su vez, se determinó que los protagonistas hombres reaccionaban agresivamente con frecuencia, mientras que las mujeres reaccionaban de manera temerosa. Al analizar las fuentes de poder y los elementos que validaban la autoridad de un personaje sobre por sobre otro, para los hombres ese elemento solía ser la violencia y para las mujeres la persuasión. En cuanto a los vínculos, las mujeres protagonizaban más relaciones filiales que los hombres. Es decir, se las sigue representando más como madres o hijas y a los hombres como amigos o hermanos.
Comparado con resultados obtenidos en los años anteriores, en los que seguía primando una representación muy limitada de la mujer –según explica Alarcón, hace algunos años los roles que se le atribuían a la mujer tenían dos posibles vertientes: o eran mujeres “amazónicas”, y por ende sexy, objetos de deseo y superpoderosas, o eran mujeres “fraternales”, compasivas y cuidadoras–, da la impresión de que la representación se ha ampliado y existe una gama más grande de personajes femeninos. Como plantea el estudio: “Es posible apreciar un mayor empoderamiento en los personajes femeninos en relación con producciones anteriores, que situaban a la mujer principalmente en narrativas dramáticas y posiciones subyugadas a personajes masculinos”.
Pero aun así, como explica Alarcón, si bien ha habido avances, se mantiene el estatus quo. “La televisión tiene que asumir ciertos discursos pero al final es bien poco lo que realmente incorpora. Es cierto que hay más opciones de mujeres. Ya no existe solo la amazónica sexy y la fraternal, ahora hay madres solteras y empresarias. Pero las relaciones siguen dándose de igual manera. La industria instala el parámetro de lo que es deseado y esperado, y es poco lo que se mueve de ahí. Esos son los regímenes de género; cuando se construye un tipo de relación que determina cómo somos y se valida. Cambian los roles pero las dinámicas relacionales son las mismas. Y ahí es cuando se genera una tensión entre el fenómeno social en sí y cómo viene representado”.
Como explica la actriz y cofundadora de la Red de Actrices Chilenas (RACH), Luciana Echeverría, lo que pasa en las teleseries en particular va más allá de quién es el director o la directora. Muchas veces son los y las productoras quienes perpetúan los sistemas jerárquicos, porque en definitiva se trata de ciertas prácticas arraigadas que se van replicando. “Se cometen abusos desde pagarle más a los hombres a seguir perpetuando estereotipos en la representación. También se da paso a que surjan rostros, que pueden ser hombres o mujeres, y la diferencia de sueldo es enorme, por lo que automáticamente se genera una competencia entre actores. Son malas prácticas replicadas por hombres y mujeres y eso permea en todo”, explica.
Echeverría recuerda que para una teleserie en particular tuvo que teñirse el pelo de rubio, una decisión en la que no tuvo mucha voz ni voto. Fue ahí que entendió que daba lo mismo quien fuera ella o lo que pudiera aportar. Se sigue un canon de belleza impuesto porque ese es, según explica la actriz, el que supuestamente está comprobado que funciona. Y esto sigue siendo así. “Al final me hice unas mechas y nunca me sentí muy cómoda con esa imposición. La televisión va llegando tarde a los temas de la contingencia, por eso no sorprende que sigan en esa lógica”, explica. “Pero también hay una responsabilidad personal en cuanto a lo que se consume. Es importante en este proceso en el que estamos muchas, poder reconocer ciertos patrones que no solo nos han condicionado y jugado en contra a nosotras, que ya poco importa, sino que para que no se sigan expandiendo en las nuevas generaciones”. Pero, ¿se le puede exigir un rol educativo y formativo a las teleseries?
Más que entretención
Como explica Claudia Alarcón, el rol que ha cumplido la teleserie en Latinoamérica es innegable. “En estricto rigor pertenece al genero de ficción, pero es una ficción que imita a la realidad y que además, tiene un alcance e impacto enorme. Cuando vemos que la influencia simbólica de este tipo de ficción no es la misma que la influencia de una película, ahí es cuando hay que entrar a preguntarse si debiese o no tener una responsabilidad social este tipo de producción. Porque claro, en definitiva, si es ficción ¿por qué tendría que tener una responsabilidad moral o educativa? Si dentro de la ficción cabe todo. Pero es tanto su alcance que termina siendo un tema ético”, explica.
La actriz de cine, teatro y televisión, Tamara Acosta, explica que las teleseries han sido tan importantes para la cultura latina, que se les ha exigido hacerse cargo de las problemáticas sociales, pero el género no lo resiste. “Las teleseries y la televisión abierta son un negocio, responden a la lógica mercantil y a las reglas del mercado. No podemos desconocer eso. Si quisiéramos exigirle el papel de eco de la sociedad, tendría que haber un canal de carácter público, educacional y cultural que no estuviera regido por las leyes del mercado. Es como exigirle a McDonald’s que venda comida saludable”, explica. “En la medida que los temas son importantes para el público que ve la teleserie, son integrados al contenido”.
Por su lado, Fedra Vergara, actriz de Soltera Otra Vez, perteneciente a RACH y una de las siete denunciantes en el caso de Herval Abreu, sostiene que cuando los sesgos y desigualdades son replicados en la televisión, se los valida. “En todas las teleseries antiguas, como en Aquelarre, se veía mucha violencia de género; los hombres amenazaban con golpear a las mujeres, o levantaban la mano. Ahora nos parece que eso no podría pasar, pero no fue hace tanto. Y en cierta medida, se siguen mostrando contenidos que, aunque sean menos explícitos, siguen perpetuando una violencia de género, siguen normalizando situaciones graves y siguen reforzando estereotipos. En Soltera Otra Vez la protagonista depende exclusivamente del amor y de una relación de pareja nociva. Se valida la idea de que estar soltera es estar incompleta”, argumenta. “Y eso es igual de peligroso”.
Es por eso que para Vergara, no se puede despojar a la teleserie de una responsabilidad hacia con lo social. “Solo por el hecho de ser personas tenemos una responsabilidad con el resto. Entonces, ¿qué le podemos exigir a una teleserie? Todo lo que un humano pueda dar. Detrás de esa producción hay un equipo humano y me parece que la única forma de construir sociedades más justas pasa por las acciones de cada uno. No es solamente estar, es tener además una mirada crítica y que te permitan ejercerla. Eso es lo que cuesta”.
O como explica Ximena Rivas: “Cuando la obra no se contenta solo con ser un reflejo de la sociedad sino que cuestiona y promueve una ventana evolutiva para el espectador, ahí es cuando marca la diferencia. Para mí esa es la labor que tiene cualquier medio y forma comunicacional”.
Cuando Claudia Alarcón realizó su doctorado en Producción de Conocimiento en Género, su objetivo fue el de ver si estar informados –y por ende, proveer a los alumnos de herramientas educativas– tendría una incidencia en la industria. “Me interesaba ver si existía ese traspaso, pero hay industrias que instalan ciertos parámetros que están muy arraigados. Ese régimen de género, que perjudica a la mujer, es lo que hay que cambiar. Por supuesto que también hay que cambiar las relaciones de poder, y va todo de la mano. Pero hay que ir más lejos aun; hay que avanzar hacia relaciones de género diferentes. No es una distinción exclusiva al sexo, sino que a la identidad de género. Y a su vez es un tema de clase, etnia, raza y de derechos humanos”.
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