–Ese nombre, Rebecca de Alba, es demasiado bueno para ser cierto. Suena poderoso, casi inverosímil. ¿Es tuyo o te lo inventaste?
–Es mío.
Se ríe y me cuenta detalladamente su historia familiar, bien mexicana, pero de inicios españoles a la altura de su abuelo paterno, nacido en España aunque de padres italianos.
Así comienza nuestro encuentro en la suite presidencial del Cove Hotel, en el resort Atlantis, en Bahamas, locación en la que se grabaron los capítulos finales de Project Runway.
Tiene 46 años recién cumplidos, una impecable carrera de modelo y conductora de televisión, tres perros callejeros, una fundación que lleva su nombre y que ayuda a niños y jóvenes con cáncer (www.fundacionrebeccadealba.org), ojos pardos –verdes a ratos– y una voz profunda y robusta que te va envolviendo con cada palabra que sale de su boca. Y no son pocas esas palabras. Habla mucho, pero dice muy poco. Dice que hablaría de cualquier cosa, que le pregunte lo que quiera. Le pregunto lo que quiero.
–¿Siendo así de bella, te da miedo envejecer?
–Me da lo mismo.
Le gusta la edad que tiene y no la cambiaría por ninguna. "Soy más plena ahora, a mis 46, que a los 30. No quiero tener ninguna otra edad que la que tengo". Y remata con una frase para el bronce: "Cuando me dicen 'Por usted no pasan los años', yo digo de vuelta: 'No pasan, se quedan en mí'. Tiene esa actitud de diva tan propia de las divas mexicanas, y tan desconocida en Chile. Me explica cuidadosamente su teoría: "La belleza es un accidente en la vida y el mérito está realmente en pulir esa belleza, cuidarla, no obsesionarte con ella y crearte un mundo interior". No le presta mayor atención a los años. Cree que los latinos se fijan mucho en la edad y se van arreglando a punta de bisturí por todas partes. Ella no ha necesitado de cirugías estéticas; no es fan de ellas, pero no tiene nada en contra. De pronto recuerda las advertencias de un amigo, quien le amenazaba que cuando cumpliera 40 todos los días le dolería algo diferente. Y no, no le duele ninguna parte del cuerpo, pero reconoce que algo pasa, que hay un cambio inmenso y que a veces le molestan algunas zonas, como su preclaro amigo le auguró.
Insiste en que la edad es una cuestión de actitud: "Saber mandar al carajo lo que no me parece, no tener problema en decir no, en poner límites; darme mis espacios. Soy muy clara y muy determinada. Conmigo no hay medias tintas, es sí o es no", resume.
Su belleza en vivo es de infarto. Las cámaras no le hacen justicia a su piel transparente y límpida, pelo perfecto y manos sin edad.
–En Chile tu cara es muy conocida, de hecho muchos saben tu nombre, sin embargo, nadie sabe nada de ti.
–Bueno, en México tampoco.
Y bate los brazos al modo italiano.
–Soy muy reservada con mi vida privada. Cuando hablas de tus amores revelas demasiado de ti. Una vez le oí decir al escritor Mario Vargas Llosa que una relación es entre dos personas, entonces cuando la ventilas y la expones, se manosea en la lengua de tanta gente que se convierte en una vulgaridad y deja de ser una relación… Me hizo mucho sentido.
A Rebeca le gusta la edad que tiene y no la cambiaría por ninguna. "Soy más plena ahora, a mis 46, que a los 30. No quiero tener ninguna otra edad que la que tengo".
Datos de belleza
Mientras me hablaba yo solo tenía una obsesión en mente: que me revelara qué cremas usa. Ya ni la oía. Pero se me cruzó la idea de que quizás no confesaría marcas, que sólo mencionaría aquellas de las cuales es "rostro". Infelizmente, así fue. No pude persuadirla y por más que la hostigué con insistencia infantil, no saqué nada. Me dio el dato de una crema que, por supuesto, es la que ella representa: Olay. Al menos conseguí enterarme de su técnica: usa un pote hasta que se acaba y luego cambia de crema. "A la cara hay de darle novedades, se aburre siempre con lo mismo; igual que las personas", bromea.
Sólo reveló sus secretos naturales: que toma agua como mala de la cabeza, que se pone miel en el pelo, en la cara y en el cuerpo: la deja un buen rato y luego se enjuaga. La miel le deja el cuerpo súper hidratado. Consume omega 3 y aquí va su hit: el té de árnica. La deshincha, le evita el jet lag, la deja como nueva. Cuando viaja toma su tecito y no siente nada.
Es escorpión, pero su ascendente es libra, lo cual, según ella, la ha librado de muchos pesares. Dragón de madera en el horóscopo chino y muy sensible.
No es fanática de ninguna de las teorías alimenticias de moda. Come de todo y mucho. Sus amigos le dicen que come con la voracidad de un hombre.
Usa la colonia Io Capri de Carthusia, porque es muy fresca y cítrica. Sus zapatos preferidos son los de Barbara Bui (www.barbarabui.com) y, en estos momentos, declara predilección por la joven diseñadora mexicana Clara González.
Solitaria, misteriosa a morir. Le gusta la naturaleza, la jardinería. Se acaba de mudar a una casa con jardín en Ciudad de México y eso la tiene feliz. No toma mucho alcohol, sólo un poco de vino blanco para acompañar las comidas.
De su tierra, ama el mezcal, pero le gusta probarlo en sus viajes al interior, no en la ciudad.
Cuando le ofrecieron partir a Buenos Aires por dos meses para conducir el programa Project Runway, no lo pensó dos veces. Agarró sus bártulos y partió.
Que si fue o no la novia de Ricky Martín, ni se lo pregunté. Le hice puras preguntas personales, ninguna íntima. La intimidad no se pregunta, te la cuentan tus amigos cuando ellos quieren, y por el momento, Rebecca de Alba y yo no somos amigas.