“La fragilidad es parte de la vida, pensaba mientras me llevaban en silla de ruedas por los pasillos del hospital. Ese día no hubo la dosis de morfina del día anterior, estaba plenamente consciente de lo que ocurría. De pronto paramos y entendí que habíamos llegado: Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) Pediátricos y Neonatales. Entramos a una antesala donde me dieron las instrucciones de higiene, que cumplí religiosamente durante todo el tiempo. Luego me llevaron hasta una nueva puerta. “¿Estás preparada?”, me preguntaron. Al entrar, sentí el silencio que solo era interrumpido por el sonido de los monitores que había en el lugar, aquel sonido inconfundible entre la calma y la crisis, entre la vida y la muerte. Luego vi a las enfermeras, la central de monitoreo y una sala oscura que se encontraba al fondo. Hasta ahí me llevaron.
Había sido un embarazo gemelar de 32 semanas que había llegado a su fin de forma repentina mediante un parto de urgencia y con complicaciones. No pude ver a mis hijas el primer día por la gran pérdida de sangre que tuve. Posteriormente, el ginecólogo me confesó que nunca había asistido un parto tan complejo.
Al día siguiente pude conocerlas. Estaban en dos incubadoras en aquella sala oscura. Yo me había preparado psicológicamente para verlas pequeñas e indefensas, sin embargo, no pude evitar llorar al hacerlo. No podía verles sus caritas, porque la máscara de oxígeno que las ayudaba a respirar las tapaba, al igual que la multitud de cables que las conectaban a las máquinas.
Era julio de 2017 y vivía con mi hija de cuatro años en Barcelona. Habíamos llegado dos años antes ya que yo iba a estudiar un doctorado. Mi familia estaba en Chile, y no tenía quién nos ayudara con el cuidado de ella. En el hospital, al ver la situación, me autorizaron para que el tiempo en el que yo pasara en la UCI con las gemelas, mi hija jugara con los niños y niñas que se encontraban en oncología infantil.
Estuvimos dos meses en la UCI, tiempo en el que conocí a decenas de madres (también había padres, pero generalmente eran ellas las que se encontraban día y noche en el hospital), algunas pasaban solo un par de días, otras lo hacían por largas semanas, pero ninguna de ella había imaginado (ni deseado) estar ahí. Teníamos que lidiar a diario con una vulnerabilidad que nos invadía y a la que teníamos que hacerle frente. Una forma de hacer más transitable la situación fue compartir entre nosotras, de forma espontánea, los miedos, dolores y culpas (algunas madres se sentían responsables de la situación). Nos escuchábamos, nos apoyábamos, e incluso, nos mostrábamos el progreso de los niños y niñas, que muchas veces, producto del cansancio, no éramos capaces de reconocer.
A la luz del tiempo, pienso que una estrategia de afrontamiento fue vivir un día a la vez, haciendo el esfuerzo de no ahogarme en las incertidumbres respecto del futuro. También lo fue el apoyo mutuo de quienes compartíamos todos los días una de las experiencias más amargas que nos había tocado vivir, y el mural de fotografías de niños y niñas que se habían recuperado después de estar hospitalizados en la UCI, de algún modo nos mostraba que en algún momento aquella pesadilla terminaría.
Sin perjuicio de lo anterior, todas nos enfrentamos de diferentes maneras a este tipo de situaciones y al impacto que tienen en nuestras vidas. Por ejemplo, algunas hemos cambiado nuestro norte, al reformularnos las prioridades de la vida. Una decidió dedicarse al activismo por la visibilidad de los cuidados paliativos pediátricos, que suele ser un tema tabú. Por mi parte, terminé mis estudios y me he dedicado a acompañar a mujeres que tienen hijos e hijas en la UCI, que están viviendo un duelo perinatal o pasando por un momento vital difícil. Después de todo, creo que el aprendizaje es sencillo y complejo a la vez. La vulnerabilidad no es algo que les sucede a otras personas, ajena a una, sino que es constitutiva de nuestras propias vidas. En la medida en que podamos comprenderla así, la vida puede vivirse con otros colores y valorarse más”.
Constanza tiene 36 años y es psicóloga.