El perdón trasciende a la muerte
La relación entre Catalina (31) y su madre se fracturó el día en que, en un intento por quitarse la vida, su madre encendió el gas de la cocina mientras todos sus hijos estaban dentro de la casa. En ese momento, Catalina tomó la decisión de alejarse de ella para protegerse. Tenía apenas ocho años. Afortunadamente, ese día nadie perdió la vida, pero años más tarde, su madre falleció debido a una enfermedad degenerativa. Fue después de su muerte cuando Catalina logró perdonarla.
“En los años 90 y principios de los 2000, la psiquiatría en Chile funcionaba de manera deficiente. Durante mucho tiempo, mantuvieron a mi madre medicada y desconectada de la realidad. En esa época, estuvo en una relación con un hombre que abusaba de ella. Cuando empezaron a tener problemas y él la dejó, ella cayó en una etapa suicida, pasaba semanas encerrada en su habitación y sólo yo podía entrar de vez en cuando para verificar si había tomado pastillas o para quitarle los cuchillos de las manos y evitar que se hiciera daño. Sentía que podía salvarla de todo, pero no entendía cómo siempre elegía abandonar la vida en lugar de quedarse por mí. No podía comprender cómo, si mi mamá me decía que yo era lo más importante en el mundo, podía decidir abandonarme.
Ese fue el punto de quiebre en mi mente, pero la verdadera ruptura ocurrió durante el episodio de la cocina, cuando mi madre intentó suicidarse conmigo y mis hermanos dentro de la casa abriendo la llave del gas. En ese momento, sentí que debíamos escapar. La desconocí por completo y nunca pude volver a encontrarme con ella. Sentí que estaba en grave peligro. Siendo una niña, sabía que la gente de afuera veía que mi mamá era negligente o que ocurrían cosas que no eran adecuadas, pero nunca antes me había sentido en peligro con ella, porque sentía que yo era su salvadora. Pero una cosa era que yo tuviera que salvarla, y otra muy distinta, era que yo tuviera que salvarme de ella. Le temía profundamente a su irracionalidad y sentía que ya no podía cuidarme.
Ese día, cuando tenía ocho años, escapé de la casa. Abrí la puerta y me fui para nunca más volver. Pasamos un par de años sin hablar. Me fui a vivir con mi padre. Fue en ese momento cuando perdí la inocencia de la infancia. A partir de entonces, asumí, hasta hace poco, que estaba sola en el mundo porque no tenía a mi madre. Esa ruptura con ella fue como una ruptura conmigo misma. Me ha costado mucho tiempo recuperarme de eso, porque siempre supe que no se resolvería mientras ella estuviera viva.
Durante muchos años de mi vida me empeñé en no ser como mi madre, en no parecerme a ella. Sin embargo, a medida que envejezco, me doy cuenta de que soy un reflejo de ella en muchos aspectos. Mi carácter, mis manos, mi rostro. Recuerdo cuando mi madre tenía mi edad y siento que somos tan parecidas. Antes encontraba conflictivo que mi carácter fuera similar al suyo, pero ahora lo acepto y pienso que ese carácter fuerte no tiene por qué ser negativo ni conflictivo. Es parte de mí y lo llevo conmigo.
Cuando me convertí en adulta, comprendí muchas cosas, especialmente porque repetí muchos patrones negativos que veía en mi madre y de los cuales siempre renegué, prometiendo alejarme de ellos, pero al final los repetí. De la misma manera, pude comprender que ella era una persona con muchas carencias afectivas. Su propia estructura familiar era muy compleja, estaba sola y creo que se aferraba a la vida a través de mí. Mientras ella vivía, nunca entendí que mi madre tenía graves problemas y que iba mucho más allá de si quería recuperarse o no. De adulta, comprendo todo lo que le sucedió y creo que no podría haber sido de otra manera.
Hoy en día, vivo con el recuerdo de mi madre de una manera más positiva y tengo una mejor relación con ella. La encuentro en lugares y cuando escribo cosas, desearía que pudiera verlas. Me dan ganas de abrazarla desde adentro, algo que no sentía cuando estaba viva. Tal vez sea porque en el fondo siento que estoy haciendo cosas que la harían muy feliz. Hoy trabajo en aceptar que estos que estos fueron los tiempos que la vida nos tenía preparados, esta es la realidad que nos tocó y que hicimos todo lo que pudimos”, dice Catalina.
Cargar con el peso de los problemas familiares
Mientras Kamila (26) estaba en el vientre de su madre, su padre biológico las abandonó, lo cual fue muy difícil para su madre. Ella tuvo que enfrentar los desafíos de la vida por su cuenta, luchando con mucho esfuerzo. Con el tiempo, su situación económica y emocional mejoró, pero la herida del abandono quedó profundamente arraigada en su madre. Tanto es así, según relata Kamila, que esa carga emocional fue transmitiéndose a medida que ella crecía. “Tu papá nos abandonó porque no nos quería a las dos”, le decía su madre. Inconscientemente, la herida de abandono de su madre también afectó a Kamila, quien hoy afirma tener problemas de apego y miedo al abandono. Incluso cuando vivían juntas, antes de que Kamila se fuera a la universidad, esa dinámica se repetía pero con otros asuntos. Su madre proyectaba negativamente sus propias experiencias en Kamila y sus hermanos.
“Cuando me gradué de la universidad y regresé a casa, me di cuenta de que mi madre estaba haciendo lo mismo que me había lastimado tanto a mí, con mis hermanos. Cargaba sobre ellos sus penas y su agotamiento. En ese momento, pasé por una etapa de ansiedad generalizada y experimenté síntomas de depresión. No quería seguir viviendo en este mundo y sentía que mi madre me había abandonado emocionalmente. A raíz de eso, decidí tomar distancia de ella. Tuve una conversación en la que le expresé que la dinámica que teníamos me estaba dañando y que necesitaba alejarme. Lo hice, y durante tres meses no nos comunicamos. Durante ese tiempo, empecé a asistir a terapia para tratar mi ansiedad y depresión. En ese espacio, comprendí que estaba culpando a mi madre por todas las cosas que me sucedían. También entendí que ella no sabía cómo ayudarme y que no era culpable. Lo único que tenía que hacer era perdonarla. Fue un proceso de sanación, de aceptar que esos eran los hechos que ocurrieron y de aceptarla a ella. No puedo cambiarla a ella ni nuestro pasado. Quitarme la venda de los ojos y ser capaz de ver más allá de la culpa que había cargado con todas las cosas negativas me ayudó a comprenderla.
A mi madre siempre le ha costado expresar sus emociones. Rara vez habla de su pasado y, cuando lo hace, lo hace con tristeza, dolor y remordimiento. Siento que no ha sido valorada a lo largo de su vida y su infancia. Ahora comprendo por qué: creció en una familia donde no la escuchaban ni la apoyaban. Aunque no justifico lo que hizo, porque efectivamente causó un daño real en mí y en una de mis hermanas, creo que todos estos factores contribuyeron a que ella cargara con eso y nos lo transmitiera a nosotros.
A medida que crecía y tenía conversaciones más íntimas con mi madre, empecé a verla como un ser humano que, al igual que todos, atraviesa situaciones difíciles, necesita ser escuchada y sanar. Ahora que ya no vivimos juntas, ha cambiado la forma en que la percibo. La veo como alguien que necesita mucho apoyo y que tiene sentimientos. Llegar al punto en el que ella se dio cuenta de ello, se disculpó y mostró empatía hacia mi situación fue un gran avance. Ha crecido mucho y eso es hermoso. Está dispuesta a escuchar y expresarse. Reconocer lo que nos estaba haciendo nos ha ayudado a todos para poder guiarla en ese sentido, porque no creo que ella hubiera sido capaz de identificarlo por sí misma.
En este camino de autoexploración, también he podido reconocer mis propios errores. Solía ser muy crítica con los demás. Hoy en día, he logrado ser más amable y trato de escuchar sin juzgar. Me esfuerzo por afrontar todo desde una perspectiva de escucha, ampliando mi mente e intentando no aferrarme a lo que me enseñaron o a mis propios ideales. Actualmente, mi relación con mi madre es buena. Es estable y saludable. Eso no significa que no tengamos desacuerdos, pero hemos logrado construir una relación más sana. Es un trabajo diario, porque el hecho de haber hablado y resuelto las cosas en su momento, no garantiza que no vuelvan a surgir. Ahora nos apoyamos mutuamente y estamos en un mejor lugar. Nos hemos perdonado”, dice Kamila.