Cuando vi a Matías por primera vez, a mis 20 años, sabía que con él me iba a casar. Nos conocimos en una colecta, y justo ese día me desperté con la sensación de que algo importante iba a pasar. Él estaba en su último año de derecho y yo en segundo de enfermería. No bastaron un par de palabras para enamorarnos. Fue mi primer y único amor. Tuvimos una relación súper sana. Con mucha química y muy de partners. Nos encantaba hacer panoramas juntos y teníamos la tradición de viajar para todas las celebraciones de Año Nuevo hasta donde nos alcanzara la plata. Nuestros amigos pensaban que íbamos a estar juntos para siempre porque éramos como unos viejos chicos que parecían llevar toda una vida.
Así estuvimos durante cuatro años, hasta que Matías decidió dejar el estudio de abogados donde trabajaba para formar una empresa familiar e irse a vivir solo. Yo lo apoyé en todo el proceso, pero hubo un momento en el que colapsó y cambió totalmente. Ya no era el mismo de antes, algo estaba pasando en él y sentí que andaba desganado. Habían pasado muchas cosas en su vida en muy poco tiempo y no daba abasto. Creo que lo que lo colapsó fue pasar al mundo adulto sin tener las herramientas y los recursos necesarios para hacerlo. Intenté de todo para ayudarlo. Quería verlo feliz y activado, sin embargo, no había manera. Como no tenía ganas de hacer nada, descuidó un montón la relación y eso me hizo dudar sobre lo nuestro. Estábamos en etapas muy diferentes. A mí me quedaba muy poco tiempo para egresar y quería viajar, hacer otro tipo de cosas. Además, sentí que el próximo paso era casarnos y me daba miedo que me lo pidiese bajo ese contexto. No me proyectaba con él en ese estado, tan apagado. Pasaron los meses, no hubo ningún cambio de su parte, y después de intentarlo miles de veces, decidí terminar. Pensé que él estaba en otra, y que no se atrevía a dar el paso. Que mi decisión lo iba a aliviar, pero me equivoqué totalmente. Se lo tomó súper mal, quedó destrozado, y me dijo que no quería saber nada más de mí. Y así fue. Cada uno hizo su vida por seis meses.
Me acuerdo que en ese periodo me bajé Tinder. No era que quisiera conocer a alguien, pero estaba aburrida y reconozco que andaba con la filosofía de vivir la vida. Matías había sido mi único pololo y sentí que debía aprovechar la soltería. Salí con una persona y fue un desastre. Me llevó a una plaza y me tuvo durante horas contándome sobre sus relaciones amorosas. Eso fue el año 2014, y me enumeró todas sus experiencias desde el 2004. Cuando por fin llegó mi turno para hablar, me di cuenta que estaba perdiendo el tiempo y que había sido una tontera terminar. Todavía estaba enamorada de Matías. Y le pedí a mi cita que me dejara en su casa. Llegué muy acelerada, toqué el timbre de su departamento, me abrió la puerta y le di inmediatamente un beso. Creo que ni siquiera alcanzó a darse cuenta que era yo cuando me apartó. Me dijo que no tenía tiempo para conversar porque iba a salir. Eso para mí fue lo mejor, porque me di cuenta que había cambiado, que estaba motivado y activándose. Sin embargo, su rechazo fue absoluto.
Después de ese episodio, me bajó una pena enorme y estuve muy decaída. Me había arrepentido de mi decisión, pero sentía que quizás ya no había vuelta atrás. Decidí comprar un pasaje a Europa y se sumaron dos amigas. Cuando llevábamos como dos semanas, me robaron casi todo. Me quedé sin ni un peso y sin mis documentos. Me quería morir e inconscientemente en la primera persona que pensé, fue en Matías. Necesitaba pedirle ayuda y sabía que él iba a estar ahí para mí. Se portó increíble y me hizo sentir muy protegida. Me ayudó en todos los trámites y eso me hizo reafirmar más mis ganas de volver con él. Algo hizo click en mí y tuve la certeza de que lo iba a recuperar. Tenía que pensar una forma de reconquista y se me ocurrió pedirle matrimonio. Estaba tan convencida, que puse el plan en marcha en el mismo viaje.
En Praga, mandé a hacer un pequeño cartel que salía '¿Te quieres casar conmigo?' y me saqué una foto sosteniéndolo en los lugares más emblemáticos de Europa. La plaza San Marcos en Venecia, el Coliseo y el Vaticano en Roma, la torre Eiffel en París. El viaje dio un vuelco y todas estábamos enfocadas en recuperar a mi ex. La idea fue unir todas las imágenes en un video y mostrárselas apenas lo viera. Mis amigas eran las fotógrafas y era muy divertido, porque como estaba tan expuesta, todos los turistas opinaban. Algunos aplaudían y otros me suplicaban para que no me casara. Y el último día, en Madrid, mis amigas me organizaron una despedida de soltera. Fuimos de bar en bar. Yo le decía a todo el mundo que me iba a casar.
Al día siguiente, llegué a Chile y Matías me estaba esperando en el aeropuerto de sorpresa con un ramo de flores. Yo estaba vuelta loca, muy nerviosa. Me acuerdo que el saludo fue incomodísimo. Me llevó a mi casa y le dije que nos juntáramos después porque tenía un montón de cosas por hacer. Era una excusa para arreglarme. Tenía que estar perfecta para el gran día. Cuando se hizo de noche fui a su departamento y había un cartel en su puerta en el que salía 'bienvenida'. Había preparado todo para que cocináramos juntos una paella, mi comida preferida. Reconozco que al principio fue incómodo porque teníamos muchas cosas pendientes por hablar, pero para romper el hielo, le dije que le quería mostrar las fotos del viaje que estaban en mi computador. Lo abrí, puse play, y empezó el video con mi propuesta. Lo miré de reojo y vi cómo segundo a segundo su cara empezaba a deformarse. Ahí entraron todos mis miedos. Terminó el video, y me respondió con un tajante 'no'. Exploté en llanto, pero en el fondo sabía que corría el riesgo de que me rechazara. Me explicó que todo era muy rápido, que teníamos que seguir reconquistándonos, y que si bien estaba enamorado de mí, quería ir limpiando de a poco las heridas. Decidimos volver a pololear y ver cómo se daban las cosas más adelante.
Cuando llevábamos 3 meses juntos, habíamos organizado una comida en la casa de mis papás y quedamos en que nosotros llevaríamos las champañas. Matías me fue a buscar a la clínica luego de terminar mi turno, y después pasamos a su departamento para buscar las botellas. Lo esperé abajo en el auto, hasta que me llamó muy urgido porque se le habían reventado. Subí a ayudarlo y me encontré con el lugar repleto de velas encendidas y pétalos de rosas por todas partes. En la mesa de su comedor, estaba la réplica de mi cartel con un enorme '¿Te quieres casar conmigo?'. Obviamente, le dije que sí.
Ignacia González tiene 27 años y es enfermera.