Recordar un amor universitario 13 años después: “Muchas veces tuve ganas de escribirle, pero llegar y arrojarle mis sentimientos ya no correspondía”

columna amor paula



“Conocí a Francisco por ahí por el 2008 a través de una aplicación que existía en ese entonces para conocer a otros chicos. Él tenía 23 y yo 25, y pese a que nuestra relación no duró más de siete meses y fue hace ya 13 años, los recuerdos aun están lúcidos en mi memoria y aun atesoro cada uno de los momentos que vivimos juntos.

Él estaba estudiando artes visuales y yo publicidad, y el día que lo conocí me invitó a su taller. Ese día terminé quedándome a dormir, y así, con plena naturalidad y en poco tiempo, dimos paso a una dinámica de mucha cercanía y complicidad. Yo venía llegando de Arica, mi papá había fallecido hace poco y estaba en una etapa en la que quería descubrir el mundo. Me alojaban unos tíos con los que no me llevaba muy bien y asumo que las relaciones que fui forjando en esa época tenían que ver, en parte, con mis ganas de querer pasar la mayor cantidad de tiempo fuera de esa casa en la que me sentía tan ajeno.

Él, por su lado, si bien era mucho más maduro, cumplido y metódico, tenía algunos rollos con su familia, quienes no aceptaban que fuera homosexual. Entre una cosa y la otra, dimos paso a una suerte de convivencia precipitada pero que se fue dando con plena espontaneidad. En ese sentido, su taller pasó a ser nuestro lugar; mientras él trabajaba, yo hacía mis cosas -en esa época tenía pegas freelance de diseñador gráfico y también ponía música en restoranes y bares–, salíamos juntos, compartíamos con los amigos y luego volvíamos a dormir.

Nunca hubo, por lo demás, una asimetría de poder, como suele haberla en las primeras relaciones sexoafectivas. Fue una relación simétrica, correspondida y en la que no existieron dinámicas malignas o nocivas. Siempre me sentí muy incluido en sus espacios y, quizás un poco por la edad, nos entregamos el uno al otro. A su vez, si bien yo ya había estado en otras relaciones con hombres, nunca había pololeado de manera más convencional con uno. Por su lado, yo fui el primer hombre con el que estuvo, tanto a nivel relacional como sexual. Todas esas ‘primeras veces’ que marcaron nuestro vínculo, lo volvieron uno particularmente significativo para ambos. Recuerdo con humor, de hecho, que sus amigas nos inventaron un apodo que unía nuestros nombres, al estilo ‘Bennifer’. En esa época nos mandamos mails en los que nos declarábamos nuestro amor.

Pasaron los meses y la relación se empezó a enfriar, y en ese minuto yo lo atribuí a que él estaba muy ocupado postulando sus proyectos artísticos a fondos concursables. Tenía que plantear ideas muy sólidas y eso –los que han postulado a fondos lo saben– requería de mucho tiempo. En mi cabeza aun juvenil, sentí que sus estudios y trabajo mermaron el tiempo que había para que nosotros nos viéramos. Me empecé a sentir postergado y no lo toleré, quizás por inmadurez o quizás porque mi personalidad, en algunas cosas y hasta ese entonces al menos, era un poco totalitaria. Empecé a sentir que él no tenía interés y eso hizo que yo también perdiera el mío. Estuvimos distanciados una semana y luego nos juntamos en el parque, para que la conversación se diera en un lugar neutro.

Aquella vez nos sentamos y hablamos tranquilamente. Yo le dije que lo notaba distante, le saqué en cara su falta de disposición y él me dijo que yo no podía pretender ser el centro del universo, que él tenía otras cosas a las que debía prestarle atención. Le respondí que no podía seguir luchando por sostener algo si no había interés correspondido. Nos abrazamos, nos dimos un beso y no nos volvimos a ver hasta un año después, cuando lo vi en la calle con su nueva pareja, con la que posteriormente se fue a vivir a otro país.

Han pasado 13 años desde que terminamos, y mentiría si dijera que no ha sido la persona más importante con la que me he vinculado. Hasta hace dos años, de hecho, pensaba en él al menos una vez al día. Y suena todo muy loco, como si no hubiera dado vuelta la página. En lo funcional y práctico, sí la di vuelta; hice mis cosas, me emparejé, tuve una relación importante que duró dos años y lo quise mucho, e incluso me fui un rato fuera de Chile, pero en el fondo, siempre estaba él en mis pensamientos. Y cada vez que conocía a alguien, él era mi punto de referencia.

Muchas veces pensé en escribirle para decirle lo que sentía, que seguía amándolo y que en realidad nunca lo olvidé. Pude haber hecho el intento, pero cuando finalmente me decidí, ya era muy tarde, él ya estaba emparejado nuevamente y yo no iba a interferir en eso. Llegar y arrojar mis sentimientos ya no correspondía. Yo lo seguía queriendo, y por lo mismo, que él estuviera feliz era genuinamente lo más importante.

Yo ya había tenido mi oportunidad con él, le tocaba a otro y no podía ser tan mezquino para pensar solo en mí. En ese sentido, aunque suene cursi, puse su felicidad por sobre mi arrepentimiento. Pero nunca dejé de pensarlo. Hasta que, hace no más de dos años, me propuse dejar de hacerlo, aunque costara, porque no era sano y porque por lo demás me estaba aferrando a una ilusión. Lo más probable, aunque yo no lo quisiera aceptar, era que nunca más volvería a pasar algo. Él seguía –y sigue– emparejado y viviendo en otro país.

Creo que en el fondo, siempre supe que él se iría. Estuvimos muy enamorados, pero también rondaba en mi cabeza esa idea de que eventualmente no íbamos a estar juntos. Y también siempre supe que con el amor que le tenía, lo iba a tener que dejar ir. Lo quería tanto que no estaba en mí coartarle sus posibilidades”.

Sergio (38) vive en Santiago.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.